"Godzilla Minus One" aplasta el cansancio con las series fílmicas
Con una fracción del presupuesto de Hollywood, el regreso del titán japonés nos recuerda los niveles estratosféricos a los que nos puede llevar el cine escapista.
Por lo general evito recurrir a la hipérbole, a hacer declaraciones precipitadas cuando apenas llevo 24 horas de haber visto un filme, incluso tras verlo dos veces ayer, en su día de estreno, pero pues… aquí va: Godzilla Minus One es la mejor película del protagonista de la legendaria franquicia cinematográfica japonesa de Toho Studios. Es la definición de un big crowd pleaser, un apoteósico blockbuster realizado con el equivalente al presupuesto de una producción de A24 ($15 millones), repleta de asombrosas imágenes, desbordándose en inmensas emociones y poblada de personajes inmediatamente entrañables. Es todo lo que un largometraje de entretenimiento masivo debe aspirar a ser, a conquistar los corazones del público a través de la empatía, de la cautivante dramatización de sentimientos humanos, mientras estimula sus pupilas con un espectáculo hecho para verse en grande, todo envuelto en un perfecto y colosal empaque.
El fantástico filme del cineasta Takashi Yamazaki no reinventa la serie, pero sí la devuelve a su pasado, incluso más atrás de lo que jamás se haya explorado en sus casi 70 años de historia. No tiene conexión alguna con ninguna de las otras entregas japonesas ni estadounidenses, ni pretende ser una precuela al clásico de 1954 del director Ishiro Honda. La trama se remonta al Japón post guerra, específicamente entre 1945 y 1947, y gira en torno a “Koichi Shikishima” (Ryunosuke Kamiki), un piloto kamikaze que aterriza su avión en la pequeña isla de Odo (fans de Godzilla reconocerán el nombre y anticiparán lo que se avecina) tras reportar supuestos problemas con el avión. Allí es recibido por el mecánico “Sosaku Tachibana” (Munetaka Aoki), quien tras examinar el vehículo, no encuentra fallo alguno. Son los últimos días de la Segunda Guerra Mundial, el imperio de Japón está de rodillas y “Tachibana” entiende y comprende lo que está ocurriendo: “Shikishima” le está rehuyendo a su obligación patriótica de morir con su avión, y es justo en este tira y hala entre el deber y lo moralmente correcto que el largometraje se debate a lo largo de toda su duración.
No han pasado ni cinco minutos de haber iniciado la proyección y Yamazaki ya ha establecido el dilema central de su libreto, y apenas dos minutos después, hace su espeluznante entrada el titán nipón, cuando gojira -la mítica criatura que habitaba en esa área, según sus habitantes- ataca el campamento y mata a la mayoría de los soldados luego de que “Shikishima” se paralizara del miedo al no atreverse a dispararle al monstruo. No bastaba con ya venir cargando con el peso de sus acciones pasadas -o, más bien, sus inacciones- cuando el piloto ahora también se echa encima la culpa de las muertes de estos hombres. El mero hecho de que continúe con vida es prueba de lo que él considera su mayor fracaso y los fantasmas, tanto de sus decisiones como de las vidas que no salvó, es la fuerza motora que impulsa el argumento y lo hace tan dramáticamente persuasivo. Verán, Godzilla Minus One no es tanto como un típico largometraje de Godzilla, sino más bien un melodrama postguerra, profundamente humanista, en el que el gigante forma parte del reparto.
Mucho se ha escrito sobre lo aburridos o desechables que son los personajes de esta saga, pero estos son argumentos generalmente hechos por personas que solo han visto las películas del llamado “Monsterverse”, o sea, las gringas. En las japonesas -y no es que los 33 largometrajes estén colmados de papelazos para los actores y actrices que aparecen en ellas- el componente humano tiende a ser un factor importante, y posiblemente no había sido tan valorado como lo es en Godzilla Minus One desde la cinta original. El retorno de “Shikishima” a las devastadas calles de Tokio expande el elenco a la vez que intensifica el melodrama al recrudecer el conflicto interno del protagonista, no solo por la miseria que lo rodea, sino también por cómo su vecina, “Sumiko” -interpretada por la excelentísima Sakura Ando-, lo fustiga por aún estar vivo. El muchacho halla consuelo a sus angustias en otros sobrevivientes de la catástrofe: en la amorosa “Noriko” (Minami Hamabe) y la bebé “Akiko” (Sae Nagatani), con las que forma un hogar, así como en sus compañeros de trabajo, con quienes sale a navegar para desarmar o detonar las minas que quedaron flotando en altamar.
Sin la atención dedicada al desarrollo de estos personajes y los vínculos entre ellos, Minus One pudo haber sido otro filme en el que el principal atractivo es ver a Godzilla haciendo pedazos una ciudad, pero el norte de Yamazaki no podría estar más lejos del simple despliegue de fabulosos efectos especiales. Su intención es hacer que el monstruo radiactivo se sienta verdaderamente monstruoso, algo que logra no solo a través del estremecedor diseño de la criatura -con su mirada penetrante y bestial fuerza bruta- sino mediante el poder de destrucción que guarda su distintivo rayo atómico, que esta vez se manifesta en pantalla con toda la pavorosa potencia de una bomba nuclear. No es inusual que uno le vaya a Godzilla en una de sus películas, pero aquí las lealtades del espectador -incluso las del mayor fan- están firmemente del lado de los hombres y mujeres en pantalla, lo cual hace que el tercer acto sea una experiencia sobrecogedora que alcanza estratosféricos niveles de emoción -con la ayuda de la estupenda banda sonora de Naoki Sato- y en el que el porvenir de la sociedad yace en el poder colectivo de los ciudadanos comunes, y no en ninguna agencia gubernamental, ejércitos ni sobrehumanos.
El que Godzilla Minus One llegue en el último mes del 2023 solo subraya cuántos otros estrenos comparables del año no han logrado alcanzar su mismo pedestal. Ha sido un pésimo año para Hollywood, al menos en lo que se refiere a sus franquicias más rentables y su lucha por mantenerse relevantes, con títulos como Fast X, Mission: Impossible - Dead Reckoning: Part 1, The Marvels, The Flash, Indiana Jones and the Dial of Destiny, The Little Mermaid, Shazam: The Fury of the Gods y Transformers: Rise of the Beasts, entre otros, resultando en decepcionantes o, incluso, aparatosos fracasos críticos y/o taquilleros. Las razones para su pobre desempeño son múltiples y variadas, y mucho se ha escrito acerca de la supuesta “fatiga” con estas series fílmicas, pero si me preguntan a mí, el cansancio no es con ellas, sino con las malas películas y/o con aquellas que cada vez se sienten más y más como desalmados productos dirigidos a simplemente perpetuar las marcas y satisfacer, no al público, sino a los inversionistas.
Godzilla no será sinónimo de “éxito garantizado”, y todo buen fan sabe que sus aventuras vienen de todos los colores y sabores, de lo sublime (Shin Godzilla) a lo ridículo (Invasion of Astro-Monster), de las ecológicas (Godzilla vs Hedorah) y socialmente (Godzilla) conscientes, a las que solo se tratan de ver a un montón de titanes entrarse a golpes por 90 minutos (Godzilla, Mothra and King Ghidorah: Giant Monsters All-Out Attack), pero ahí está el detalle que se le escapa a muchas de esas otras franquicias: Godzilla sabe transformarse y puede ser muchas cosas. Puede ser seria, puede ser tonta, puede moverse de la comedia a la acción y de la ciencia ficción al horror, subir al espacio y bajar al núcleo de la Tierra, pero siempre, siempre, siempre se esmera por ser divertida. Hasta las más malas tienen su encanto Al final del día, la gente quiere ir al cine a pasar un buen rato, y Godzilla Minus One es uno de los mejores que se vieron en el 2023.