"The Flash": rápido y penoso
El moribundo universo cinematográfico de DC se arma del único súper poder que le queda por explotar, la nostalgia barata, en un intento por extender su vigencia.
No existe mayor prueba de cuán flácida e inconsistente ha sido la pasada década para DC en el cine que la que estrena esta semana en cartelera. De la misma forma que el desespero de Warner Bros. por alcanzar a Marvel y formar sus propio equipo de superhéroes lo antes posible los colocó en un callejón cuya única salida era el fracaso, su intento por capitalizar en el auge que han tenido los multiversos en los pasados años, hoy los hace llevarse nuevamente la cinta de participación con The Flash, la antítesis de todas las virtudes dramáticas, artísticas, cinematográficas y, sí, incluso en el uso inteligente y efectivo del fan service, que hicieron de Everything Everywhere All at Once y Spider-Man: Across the Spiderverse dos fantásticas muestras de cómo hacerlo ejemplarmente.
No odié The Flash. A medida que continúe leyendo, le parecerá que sí, pero le juro que no. No considero que sea aburrida y me consta que -aunque yo no lo haya apreciado ni un poquito- el director Andy Muschietti tiene que estar haciendo algo bien, pues en la sala donde la vi, llena a capacidad, las risas, aplausos y expresiones de asombro rara vez se dejaron de escuchar, y recibí el entusiasmo de los demás espectadores cuando al final me quedé por casi una hora conversando con ellos sobre lo que les gustó. Lo que me repele es lo que la película representa: la forma más fácil, vaga y hueca de estimular a los fans. El único placer que ofrece es el que tristemente está de moda en la mayoría de las propiedades de la cultura geek: el de reconocer algo en pantalla -un objeto, persona, lugar, chiste interno… lo que sea, mientras sea del pasado-, exclamar “¡¡¡uuuhh!!! ¡¡¡ooohh!!! ¡¡aaahh!!!”, y sentirse satisfecho con getting it. Es una de las muestras más desvergonzadas de los últimos años de la fijación del Hollywood con la nostalgia barata, siempre mirando hacia atrás y nunca hacia adelante, conforme solo con lo viejo, seguro y familiar, en lugar de perseguir los riesgos y la innovación. Sus últimos diez minutos son prácticamente un grotesco comercial -que no respeta ni a los muertos- del portafolio de IP de Warner Bros. que grita “¡miren todos los superhéroes que hemos tenido!”, irónico, considerando que llevan diez años demostrando una y otra vez que no tienen idea de cómo hacerles justicia a la inmensa mayoría de ellos.
Por supuesto que han tenido aciertos. Pocos -como Wonder Woman y The Batman, entre otros que pueden contarse con una mano-, pero los ha tenido. Sin embargo, al arrancar con el pie izquierdo en el 2013, los cimientos nunca estuvieron sólidos, por lo que todo lo que construyeron sobre ellos jamás iba a poder sostenerse a largo plazo, y por eso ahora le van a dar “borrón y cuenta nueva”, (algo que pronto también le darán al MCU) como siempre se ha hecho en los cómics cuando las cosas ya no funcionan, se salen de control y/o los lectores pierden interés. Tan pobre ha sido el trabajo de construir su propio universo cinematográfico, que The Flash no tiene de dónde tomar prestado de su era más moderna sin sentirse como un refrito. Se tiene que remontar treinta y cuarenta años al pasado (y hasta más) para llamar la atención de los cinéfilos más viejos -como este servidor-, mientras que para los más jovencitos, lo único con lo que cuenta para trabajar es el frío cadáver del fallido “Snyderverse”, con el que la película carga de principio a fin como el muerto de Weekend at Bernie’s, tratando de reanimarlo artificialmente
Lo acepto de entrada para que luego no me tilden de hipócrita: mi única razón para ver The Flash se llamaba Michael Keaton, quien aquí regresa como Batman. MI Batman. El Batman con el que me crié y sigo considerando el mejor (en live action, porque el mejor, mejor, todos sabemos que es Kevin Conroy de la serie animada), así que yo también fui atraído a este estreno por la intensa campaña de mercadeo que ha explotado esa nostalgia poniéndolo a él en primer plano. La estrategia mediática cumplía dos propósitos: primero, seducir al público de mi generación, y, segundo, esconder a su problemática estrella, Ezra Miller, quien en los pasados años ha sido acusado de secuestro, agresión, robo y hasta grooming de menores de edad, entre otros serios cargos criminales. A Warner, evidentemente, no le preocuparon lo suficiente como para tomar ninguna acción con este filme, mientras que no lo pensó dos veces para cancelar otro que ya tenía completado. Pero regresando a lo de incurrir en el fan service, el problema no es el fan service, sino la manera como este se sirve. Es algo que puede saber sabroso cuando está bien cocinado, y podrido cuando se trata de meras sobras que han sido recalentadas. El uso del Batman de Keaton aquí es lo segundo, aun cuando el actor es quien único se esfuerza por darle peso a los acontecimientos a través de su mesurada actuación.
El contraste entre cómo hacerlo bien y mal es aún más marcado cuando se observan otros casos contemporáneos. Olvidémonos de la brillante Across the Spiderverse, cuyo reciente estreno no le hace ningún favor a The Flash. Recordemos la manera como Spider-Man: No Way Home reunió en pantalla a los tres “Spider-Man”. Yo no fui el mayor fanático de ese blockbuster, pero cuando Tobey Maguire, Andrew Garfield y Tom Holland comparten escena, la cinta brilla. Para muchos habría sido suficiente verlos pelear juntos, pero lo que hace su encuentro tan memorable son las pausas que ese filme les ofreció para que los tres pudieran sincerarse sobre lo que significaba ser “Spider-Man” en las diferentes etapas de sus vidas que estaban atravesando. Esas conversaciones le agregaron un peso emocional enorme a sus acciones en el desenlace. Aquí, Keaton no goza de ese espacio de reflexión. Su introducción es torpe, rayando en risible, y luego la película solo lo pone a tocar los hits por una hora, a repetir frases y pararse ahí como el Batman que hace décadas nos hizo sentir algo. La iconografía de su atesorada interpretación del personaje está impecablemente recreada: la baticueva, el batimóvil, el frío timbre de su voz, el traje, su mansión, la clásica música de Danny Elfman… todo luce y se escucha fantástico, pero no es más que el caparazón, lo mismo que ver una imagen o estampa. Un marcador para indicarle a tu cerebro “hey, mira, esto es algo que te gusta”. Para propósitos del argumento de este filme, dramática y temáticamente, el peso es nulo.
Esa falta de gravedad y seriedad -los chistes son incesantes, pero rara vez cómicos (¡y sé que quien escribe esto fue una de las 27 personas que le gustó Thor: Love & Thunder!)- se extiende a lo largo y a lo ancho de todo el largometraje, empezando por la premisa y continuando a través del inexistente desarrollo de sus personajes, hasta concluir en su insatisfactoria conclusión. El libreto de Christina Hodson es una versión muy simplificada de la propia historia del veloz superhéroe titulada Flashpoint -publicada en el 2011-, en la que “Barry Allen”, tras viajar al pasado para impedir la trágica muerte de su madre, provoca una reacción en cadena que altera el multiverso. Todos estos superhéroes quisieran borrar un trauma de sus vidas y, claro, las puertas que esto abre a poder traer caras conocidas es muy tentadora y puede ser genial cuando no son utilizadas exclusivamente como un gancho de mercadeo, pero el guión de The Flash carece de la más mínima ambición. Un multiverso debería expandir las posibilidades de lo que se puede explorar narrativamente, no contraerlas, que es justo lo que aquí ocurre con cada incomprensible decisión.
Tras una secuencia de acción inicial que reúne a Flash brevemente con Batman (Ben Affleck) y Wonder Woman (Gal Gadot) -que sirve como la carta de presentación de los mediocres efectos especiales que imperan a lo largo de toda la producción, falta imperdonable, considerando cuántas veces este estreno fue movido de fecha-, el superhéroe se da cuenta de que, si corre lo suficientemente rápido, es capaz trasladarse a través del tiempo y espacio. Su padre lleva años preso por el asesinato de su madre (interpretada por una desperdiciada Maribel Verdú), crimen que alega que no cometió, y “Barry” le cree, por lo que resulta irracional que el intrépido speedster decida utilizar su recién descubierto poder, NO para esclarecer el misterio, sino para simplemente impedir que maten a su mamá. OK. Whatever. Igual el desarrollo de “Barry” es casi inexistente, y el libreto claramente no tiene interés alguno en examinar su dolor. Idiotez aparte, en lugar de visitar múltiples realidades, The Flash se conforma con una no muy disimilar a la original, en la que somos sometidos nuevamente a la trama de Man of Steel, con la llegada del “General Zod” a la Tierra como punto de nexo.
“Barry” logra impedir el asesinato de su mamá, pero al hacerlo queda atrapada en la nueva realidad alterna, lo que significa que comparte espacio con otra versión más joven -e insoportable- de él (si Miller fue too much en ambas ediciones de Justice League, aquí es “mucho con demasiado” al cuadrado), a la que tiene que aliarse para encontrar otros metahumanos que lo ayuden a detener a “Zod”. Estos terminan siendo Batman -de quién ya se dijo suficiente- y Supergirl (Sasha Calle), fácilmente el personaje más menospreciado del filme. En su primera aparición en pantalla en casi 40 años, “Kara Zor-el” es reducida a una máquina de destrucción sin mayor dimensión y de muy pocas palabras, antes de terminar como un crash test dummy durante el patético y ofensivo desenlace, en el que prácticamente nada ni nadie en la historia escrita, filmada -¡y hasta inédita!- del universo de DC bajo Warner Bros. se salva de verse atrapado en el burdo y mórbido despliegue de mollero corporativo disfrazado de tributo.
Siendo justos, la verdad es que no existía manera más apropiada de terminar The Flash, un producto desalmado que jura estar homenajeando el legado, tanto de estos personajes, como de los artistas que los han creado o interpretado, cuando la realidad es que lo único que está avanzando son los intereses de una empresa. No que la mayoría de los filmes que estrenan en la cartelera comercial no sean exactamente esto, pero los mejores al menos saben esconderlo.