Muchas bestias, pero nada bestial en "Transformers: Rise of the Beasts"
La séptima película en la serie repite pocos de los aciertos de "Bumblebee" y la mayoría de las fallas de sus terribles predecesoras.
Fue en algún momento entre el segundo y tercer acto de Transformers: Rise of the Beasts cuando se esfumó por completo mi interés en la película, por lo que opté por invertir mis neuronas (no que las hubiese estado usando durante la proyección) en ponderar por qué soy incapaz de divertirme con esta franquicia. Me gustan los robots, el mecha anime y el entretenimiento banal y sin sentido. Disfruto del arte de los efectos especiales, vi los muñequitos de los 80 y hasta tuve uno que otro Transformer (recuerdo que mi favorito era Soundwave), pues robots que se transforman en otras cosas es un concepto muy cool para un juguete. En teoría, me deberían gustar tan siquiera un poquito la mayoría de estos blockbusters. ¿Por qué puedo gozarme una pelea entre Godzilla y King Ghidorah pero no una entre Optimus Prime y sus oponentes?
La conclusión a la que llegué es que los Transformers, sencillamente, son pésimos protagonistas. Podrán funcionar en las caricaturas -en episodios de 20 minutos vistos semanalmente los sábados por la mañana con un rico bowl de Froot Loops con leche-, pero más de dos horas de estas máquinas digitales como personajes principales, lo que acaban produciendo son experiencias tan monótonas como sus tonos de voz. Usted dirá “Sí, porque Godzilla y los demás kaijus tienen TANTA personalidad”, y tendría algo de razón, pero ninguno de esos monstruos son los protagonistas de sus filmes. Salen apenas unos 15 a 20 minutos en pantalla, y cuando lo hacen, es para destruir la ciudad y/o entrarse a golpes. No tienen conversaciones acerca del destino del planeta, no discuten sobre la importancia del MacGuffin, ni son los encargados del comic relief. Tampoco extienden sus bienvenidas, fuera de sus aventuras hollywoodenses, porque las japonesas rara vez rebasan los 90 minutos de duración. Sus combates son el main event, y por eso los guardan para el final. Para mí es algo muy similar a como alguien se goza una buena pelea de lucha libre, mientras que estos largometrajes de los Transformers son como ir al cine a ver a los luchadores hablando sandeces por horas.
En el caso de Rise of the Beasts, las susodichas sandeces giran en torno al Transwarp Key. En casi todas estas películas hay un dichoso artefacto con un ridículo nombre, cuya existencia podría propiciar o impedir el fin del mundo. Todo depende de cuál de los dos trillados escenarios se usó la última vez. Aquí, los cinco guionistas (sí, se requirió de cinco personas para escribir la enésima iteración de esta trama) quisieron ser tan originales que resulta que es ambas cosas a la vez: para los Autobots, esta llave abriría un portal que les permitiría regresar a su mundo, mientras que para los robots malos (tienen un nombre, pero no me motiva googlearlo) el mismo sería utilizado para transportar al robot-planeta Unicron a través del universo para consumir otros mundos, empezando -por supuesto- por la Tierra. Recae en los Autobots, y sus dos aliados humanos, detener la hecatombe.
Algo que los filmes de Godzilla y Transformers sí tienen en común es que los personajes de carne y hueso tienden a ser bastante insípidos. En Japón, esto acostumbran a compensarlo haciendo que los argumentos sean acerca de algo: los peligros de las armas nucleares (Godzillla), la contaminación ambiental (Godzilla vs Hedorah) o los males de la burocracia gubernamental (Shin Godzilla), entre otros temas. Por el contrario, no existe un significado alegórico para los Transformers. Estos no representan otra cosa que no sea una marca reconocida en el portafolio de Paramount, y una que evidentemente están empeñados en continuar ordeñando aunque la leche salga cortada. Así que, ante la falta de peso temático, lo que resta son dos simples humanos, uno interpretado por Anthony Ramos (In the Heights) y la otra por Dominique Fishback (Swarm). Cuál de los dos es más desperdiciado. Ramos hace de “Noah Díaz”, un exsoldado que necesita un empleo con seguro médico para sufragar los costos de los tratamientos de su hermano menor, mientras que Fishback encarna a “Elena Wallace”, una arqueóloga cuya única función es señalar cosas en mapas y fingir asombro cuando descifra antiguos símbolos alienígenas.
Transformeres: Rise of the Beast empieza pequeña, y por un instante parecería que la franquicia aprendió la lección de Bumblebee (el cénit de la serie) de reducir, tanto la cantidad de robots, como la escala de lo que está en juego, y enfocarse en el componente humano. La ambientación neoyorquina de mediados de los noventa, con un sólido soundtrack de éxitos de hip-hop de la época, logra que su primer acto sea bastante llevadero, y las primeras secuencias de acción a cargo del director Steven Cable Jr. resultan competentes, claras y efectivas. Sin embargo, una vez la trama activa el piloto automático, y todo gira en torno a volver a salvar el planeta, los fantasmas de las cuatro nefastas secuelas de Michael Bay se adueñan del largometraje, convirtiéndose en otro despilfarro de CGI vs CGI, cuyo desenlace es más que predecible, por lo que no hay la más mínima tensión ni mucho menos una conexión emocional que invite a preocuparse por lo que está pasando en pantalla.
Mención aparte merece Pete Davidson como la voz de “Mirage”, el nuevo integrante del equipo, quien fácilmente es lo único salvable de la producción. Eso y la osadía del teaser al final, descabellado y absurdo por demás. Una parte de mí quisiera que la película fuera exitosa solo para verlos tratar de ver el desmadre que saldrá de esa idea, aunque sé que este deseo lo vendré a lamentar si alguna vez se da.