Indiana Jones y el fin de una era de héroes
Uno de los mayores íconos de la pantalla grande recibe una agridulce despedida en la que la realidad y la ficción están en constante conversación.
No esperaba mucho de Indiana Jones and the Dial of Destiny. Me bastaba con que fuera mejor que la increíblemente frustrante Crystal Skull, y me complace reportar que lo es en casi todos los sentidos. El director y guionista James Mangold (Logan, Ford v Ferrari) logra lo que ni los mismísimos padres del intrépido arqueólogo -Steven Spielberg y George Lucas- pudieron hacer: concederle una digna despedida al querido personaje, una última aventura rica en diversión y grandes emociones, que se siente como una elegía, si no para “Indy”, para lo que este representa, tanto para su intérprete, Harrison Ford, como para el cine como tal.
La quinta entrega en la serie que comenzó hace 42 años (ouch) con Raiders of the Lost Ark, arranca en plena Segunda Guerra Mundial con un “Indiana Jones” rejuvenecido digitalmente, efecto que no deja de resultar chocante por más que la tecnología avance, pero uno que Mangold esconde bajo el manto de la noche, donde vemos a nuestro héroe nuevamente rescatando una reliquia de las manos de sus viejos enemigos, los nazis, mientras estos escapan de un castillo a bordo de un tren. Es aquí donde “Indy” se cruza con el “Dr. Voller” (Mads Mikkelsen), un científico nazi que anda cargando con una mitad de la Anticitera, un antiguo artefacto griego diseñado por Arquímides que, supuestamente, permite ver fisuras en el tiempo a través de las cuales, en teoría, se podría viajar al pasado. Décadas después, nos reencontramos con el “Dr. Jones” en 1969, viejo, solo y cansado, a punto de retirarse como profesor de Hunter College, cuando su ahijada, “Helena” (Phoebe Waller-Bridge), le cae de sorpresa en su vida y prácticamente lo obliga a irse detrás de ella en una última andanza arqueológica.
Como blockbuster veraniego, Dial of Destiny está más que bien. Es ágil, entretenido y provee la dosis necesaria de escapismo que invita a comer popcorn en la oscuridad y olvidarse del mundo exterior. La dirección de Mangold mantiene la acción moviéndose ligeramente y a buen ritmo, mientras que el elenco abona a la contagiosa energía a través de sus actuaciones: Waller-Bridge con su típica picardía cínica, Mikkelsen haciendo lo que mejor sabe hacer (ser un siniestro villano) y Ford por encima de todos ellos realizando algo verdaderamente especial, de lo que estaré hablando más adelante. El libreto cumple con los requisitos de la franquicia: persecuciones, tiroteos, acertijos históricos, un buen sentido del humor y exploraciones de viejas tumbas repletas de trampas y rompecabezas. Estructuralmente, es un filme de “Indiana Jones” de arriba a abajo, y por supuesto que no podía faltar la gloriosa música del maestro John Williams, quien aquí toma prestado del pasado a la vez que compone nuevas melodías. Lo que lo mantiene por debajo de la clásica trilogía ochentosa, lo es -literal y metafóricamente- el paso del tiempo, ese enemigo invencible contra el que todos peleamos, y al que aquí se enfrenta “Indy” directa e indirectamente. Es justo esta lucha lo que eleva este largometraje y lo hace interesante, pues mantiene un constante diálogo metatextual entre la ficción dentro de pantalla y la realidad fuera de ella.
Nadie está ajeno al hecho de que Harrison Ford tiene 80 años, empezando por él. Han sido muchísimos los chistes que se han hecho a expensas del veterano actor por el mero hecho de haber aceptado aparecer en una de estas películas otra vez, cuando ya no tiene ningún sentido ver a un abuelo aventurando por el mundo metiéndose en situaciones que, físicamente, le serían imposibles a cualquier mortal. Si bien es cierto que Hollywood no sabe dejar ir estas viejas series y acostumbra a estirarlas hasta que pierden todo rastro de lo que las hicieron especiales, Dial of Destiny se esfuerza por mantenerse dentro del espectro de lo posible -al menos en lo que respecta a las acciones que puede ejercer creíblemente el “Dr. Jones”-, pero incluso si no lo hiciera, tanto Ford como su personaje están plenamente conscientes de su vejez, de lo que significa estar más cerca “de allá” que “de acá”, y del legado de “Indiana Jones” tanto en su célebre carrera como en el séptimo arte.
Desde su premiere en el Festival de Cannes hasta las más recientes entrevistas en ruta al estreno de esta secuela, hemos visto a un Harrison Ford genuinamente conmovido por el afecto dirigido a él y a uno de sus roles más queridos, y esas mismas emociones se manifiestan en pantalla, donde aparece al viejo arqueólogo rememorando acerca de sus días de gloria y reflexionando sobre sus mayores fracasos. Ese deseo por regresar al pasado para corregir errores, vencer al tiempo y sentirse que el mundo te está dejando atrás, está presente en el guión de Dial of Destiny, lo que le da un toque especial a este definitivo “adiós” e invita a verlo con otros ojos. Sé que a veces el cinismo no lo permite, pero si le es posible apartar la mirada de todo el negocio alrededor de la producción, es posible ver este largometraje como el punto final de un tour de despedida para Ford -que comenzó en el 2015 con “Han Solo” en Star Wars: The Force Awakens, y continuó en el 2017 con “Rick Deckard” en Blade Runner: 2049- dedicado a sus mayores papales dentro de la cultura popular. En todas y cada una de estas películas, se ha apreciado a un actor reconciliándose con personajes que durante mucho tiempo se hartó de que lo asociaran con ellos, y en ninguna de ellas esos sentimientos habían estado tan a flor de piel como en la que estrena esta semana.
Pero el tiempo no solo funciona en contra de Ford y de “Indy”, sino del filme como tal. Las cintas de “Indiana Jones” son productos de otra época que a su vez rendían tributo a productos de otra época aun más remota -la del serial cinematográfico-, cuando los stunts eran captados en cámara y los mismos actores se lanzaban a realizarlos sin importar el peligro, hazañas que hoy ya no son uso y costumbre incluso si el protagonista no fuese un octogenario. Por ende, las secuencias de acción de Dial of Destiny, por más bien ejecutadas que estén, distan mucho de las más memorables de la franquicia. Su artificialidad digital carece de la gravedad, los riesgos y el sentido de asombro que mantenían al “Dr. Jones” con los pies sobre la tierra, independientemente de todos los elementos fantásticos a su alrededor. Incluso Kingdom of the Crystal Skull tiene unos buenos 30-40 minutos en los que Spielberg demuestra por qué no hay nadie como él. Acá, la culpa ciertamente no es de Mangold, quien es un excelente cineasta, sino de la lamentable extinción de una forma de hacer cine que ya nunca va a regresar.
Sin embargo, más allá de los aciertos y desaciertos técnicos y/o artísticos de Indiana Jones and the Dial of Destiny, lo que me llevé conmigo al salir de la sala fue una profunda apreciación por el trabajo de Ford, y cómo en estos años se ha reactivado como actor, interpretando papeles que lo han retado como artista en el ocaso de su carrera (si no lo han visto en la serie Shrinking, se pierden uno de sus mejores roles). Llevo ya varios años ponderando cómo toda una generación de las luminarias cinematográficas con las que he crecido toda mi vida está próxima a ir retirándose de este plano existencial. Sus eventuales partidas (y a todos les deseo muchísimos años más de salud y productividad), dejarán vacíos inmensos en el medio justamente en tiempos cuando no aparenta haber nada ni nadie capaz de rellenar esos espacios. Estamos ante el principio del fin de una era de héroes cinematográficos. Atesoremos cada ocasión que podamos regocijarnos en la presencia del arte que continúan creando.