"The Little Mermaid" retiene su encanto, pero...
El más reciente refrito "live action" de un clásico animado de Disney se mantiene a flote a través de las inmortales composiciones de Alan Menken y el excelente trabajo del elenco.
Salvo una nueva y espantosa canción, no hay nada ofensivamente malo en el live action remake de The Little Mermaid. Sin embargo, al igual que el resto de estos refritos de los mayores clásicos de Disney, no hay nada que justifique su existencia, más allá de ser dinero fácil para el estudio. No son películas hechas para las generaciones que crecimos viendo las originales. Tampoco son para las más jóvenes, a quienes sospecho no les importan, si me dejo llevar por mi experiencia en mi casa (ninguno de mis hijos ha mostrado interés, ni por las “viejas”, ni por estas versiones más modernas. Sus tesoros animados de la infancia salieron de Pixar). Son producciones hechas, principalmente, para los inversionistas, quienes siempre van a preferir la confiabilidad de una marca reconocida que los riesgos de algo original. La “originalidad” es una mala palabra en Hollywood.
Dicho eso, dentro de la abundancia de mediocridad que han sido estos remakes, el de The Little Mermaid cae dentro de los mejorcitos. No alcanza los paupérrimos niveles de la reciente Pinocchio, ni se siente tan desalmada como The Lion King, incluso cuando repite una de sus fallas, aunque ciertamente aprendió un poco de ella. La persecución del fotorrealismo convirtió la odisea hamletiana de “Simba” en un mero documental sobre la jungla. Aquí, los personajes animales retienen un leve reflejo de sus caricaturas pasadas, permitiéndoles expresar diferentes semblantes. Los pósters y demás material publicitario definitivamente no lo mostraban, pero en acción, “Sebastian” y “Scuttle” se sienten vivos, gracias también, en parte, a las actuaciones vocales de Daveed Diggs y Awkwafina, respectivamente. De hecho, es el elenco quien se encarga de mantener la producción a flote.
Cualquier duda que pudiera existir sobre la capacidad de Halle Bailey para interpretar a “Ariel” -que no estuviera basada en puro racismo, claro está-, queda totalmente disipada tras escucharla entonar Part of Your World, el showstopper del compositor Alan Menken, que cobra nueva vida a través de su formidable voz. El talento de la joven no se limita al canto, sino que se extiende a la actuación, dándole a la sirenita una ternura y empática ingenuidad que expanden los márgenes del personaje. Su trabajo es tan cálido y expresivo que no le restan presencia incluso cuando “Ariel” pierde su voz en el segundo y tercer acto, cuando su compañero de escena, Jonah Hauer-King, como el príncipe “Eric”, toma cabalmente las riendas del romance musical. En el único aspecto en el que me atrevería a declarar que este remake supera a la cinta de 1989, es en la relación sentimental. Está mejor escrita, desarrollada e interpretada, y tanto Bailey como Hauer-King hacen del inocente flirteo entre “Ariel” y “Eric” un absoluto deleite.
Por su parte, Melissa McCarthy sobresale como “Ursula”. La comediante la encarna con partes iguales de sarcasmo y deliciosa maldad, y cuando le toca su número musical Poor Unfortunate Souls -mi favorito del soundtrack-, la actriz la saca del parque (me habría encantado ver a alguien como Drew Sarich o Tituss Burgess interpretar el papel, pero Disney no está ni remotamente cerca de ser TAN progresivo, por más que se le acuse de ser “woke”). La única nota discordante dentro de los actores principales es Javier Bardem, cuyo rey “Triton” lo encontré demasiado seco, distante y frío, quizá como resultado de cómo se filman estas películas, en espacios rodeados de green screens, donde probablemente jamás compartió escena con alguien.
Y hablando de green screens, vivimos en un mundo post Avatar: The Way of Water, lo que significa que, si vas a simular escenas bajo el agua, you better step-up your fucking game. Rob Marshall jamás y nunca será James Cameron, ni en sus más húmedos sueños, pero sus escenas en las profundidades del mar ni siquiera se acercan a las Aquaman o Wakanda Forever, que es lo mínimo que se debería esperar en el 2023. Si su intención era que se vieran más caricaturescas e infantiles, pues misión cumplica, pero la verdad es que parecen grabadas dentro de una pecera de $50 con screensaver de Windows 2000 de fondo. Se ven feas, y los actores nunca parecen ocupar el mismo espacio que el entorno digital. Se sienten tan fuera de lugar como el disonante rap de Lin-Manuel Miranda que sustituye el número Les Poissons de la película original. El dramaturgo escribió tres nuevas canciones para el largometraje, ninguna particularmente memorable, pero la titulada Scuttlebutt es un ataque a lo oídos, no solo por repetir el único sonsonete hiphopero en el que acostumbra a componer, sino porque no armoniza con el resto de la sublime música de Menken. Alguien por favor déjele saber a Disney que existen otros letristas, porque la fijación que tienen con Miranda en sus últimas producciones ya cansa.
Por aquello de acabar en una nota positiva, a pesar de que dura casi una hora más que el filme animado (52 minutos, para ser exacto), no sentí que esta nueva versión de The Little Mermaid arrastrase los pies. El tiempo añadido está puesto al servicio del desarrollo de los personajes, el fortalecimiento de la relación central y expansión del mundo terrestre, lo cual le da cierto grado de novedad a la tarea de volver a ver esta historia en pantalla grande, aun cuando el director no sepa aprovechar la escala del formato. Si tengo que continuar viendo estos remakes de Disney, y se podrán imaginar mi cara cuando busqué y descubrí que actualmente hay nueve -sí, NUEVE- en agenda, a lo único que puedo aspirar es a que, al menos, no me aburran.