Un hito llamado Barbenheimer
El estreno simultáneo de dos largometrajes que por más de un año cautivaron la atención del público, marcó un fin de semana lucrativo e inolvidable para el cine.
Hay salidas al cine que jamás olvidan: el lejano recuerdo de despertar en la oscuridad y encontrarme con el rostro desenmascarado de Darth Vader al final de Return of the Jedi; el trauma del final de Short Circuit, cuando creí que Johnny 5 había muerto en pedazos; una premiere matutina de Hook, que me hizo sentir rey por un día, simplemente por estar viéndola antes de su estreno; aquella primera cita en noviembre del 1996 con Romeo + Juliet, clichoso, quizá, pero irónicamente apropiada para nuestro recién iniciado romance; la función de medianoche de The Phantom Menace junto a cerca de 1,000 fans que no podíamos estar más emocionados de estar ahí; la primera vez que llevé a mi hijo al cine a ver Atro Boy, en el 2009; el encuentro cercano con Roger Ebert durante el screening de Black Swan en el Festival de Toronto; la euforia que se apoderó de la sala IMAX cuando el Capitán América levantó el martillo de Thor para darle una pela a Thanos. Como esa hay muchas más, y a ellas ahora se le suma el pasado 20 de julio de 2023, mejor conocido como Barbenheimer.
Dudo que hasta los mejores analistas de la industria pudieran haber previsto el fenómeno en el que se convertiría el lanzamiento simultáneo de Barbie y Oppenheimer. Lo subestimaron a días de que finalmente llegara la tan esperada fecha, y ni tan siquiera lo imaginaron en abril del año pasado cuando se anunció que la cinta de Greta Gerwig, acerca de la popular muñeca, saldría el mismo día que el largometraje de Christopher Nolan basado en el padre de la bomba atómica. La respuesta en las redes sociales fue casi instantánea. La vorágine de memes y chistes no se hicieron esperar. Los artistas gráficos comenzaron a hacer pósters -como los que figuran al tope de este escrito-, y de repente, lo que al principio empezó como una competencia entre #TeamBarbie y #TeamOppenheimer, con el tiempo se convirtió en un frente unido entre ambos bandos que invitaba a ver ambas, independientemente de sus diferencias, o -precisamente- a raíz de ellas.
Nunca sabremos quién fue el ejecutivo de Warner Bros. que escogió este día del verano del 2023 como la fecha de estreno de Barbie. La de Nolan ya había separado esa fecha con bastante tiempo de anticipación, así que pudo haber sido simplemente un típico e inofensivo caso de counter programming, de colocar una cinta familiar junto a un denso drama histórico clasificado R. Un mero estándar de la industria. Sin embargo (y aquí me pongo mi gorro de aluminio de conspiracionista) cabe recordar la enemistad que surgió entre el director británico y Warner tras el accidentado lanzamiento de Tenet en plena pandemia, así como la controvertible decisión del jefe del estudio para aquel entonces, Toby Emmerich, de lanzar todos sus filmes del 2021 directamente en el app de HBO Max. Nolan fue de los primeros cineastas en protestar, y tanto le irritó la insólita jugada, que se llevó su próxima película (Oppenheimer) para Universal Pictures. Siempre me preguntaré si la movida con Barbie fue en represalia para tratar aplastar a Nolan en el box office, pero si en efecto fue por eso, les salió el tiro por la culata.
Barbenheimer se apoderó de la taquilla, no solo como el mejor fin de semana desde Avengers: Endgame, en el 2019, sino como el cuarto mejor weekend en la historia. A principios de la semana pasada, los estimados eran que Barbie abriría con $100 millones en Estados Unidos y Oppenheimer con $50 millones. La primera acabó generando $155 millones y la segunda $80 millones en suelo estadounidense, y $337 millones y $174 millones, respectivamente, si se le suman los recaudos mundiales. Y si usted pisó cualquier cine entre el jueves y el domingo, ninguna de estas cifras le parecerá extraña.
Barbie + Oppenheimer: la crónica
Eran las 6:00 de la mañana del 20 de julio de 2023 y yo había logrado dormir entre tres y cuatro horas. Llevo un tiempo batallando con episodios de insomnio, y esa tuvo que ser “una de esas noches”. El día antes, había llegado tarde a mi casa de la premiere de Blue Beetle, y me dio trabajo conciliar el sueño. Ese jueves sabía que iba a ser un día largo, que empezaría al amanecer en Centro Médico (todo bien, era una cita de seguimiento) y acabaría pasada la medianoche tras las proyección de Oppenheimer. Sinceramente temía que me quedaría dormido en el cine. Qué tonto de mi parte.
Una vez salí de la cita a eso de las 10:30 de la mañana, arranqué pa’ Montehiedra para buscar mis boletos del filme de Nolan. A las 11:00 a.m., el área del candy ya estaba explotando de gente, la inmensa mayoría vestida de tonos rosados. La Barbiemanía estaba en todo su apogeo, y no sé si eran cosas mías, pero no se limitaba al espacio del cine. Durante el día visité otro centro comercial y una tienda para mascotas, y para donde quiera que miraba, ahí estaba el color de rosa: en la ropa, en los accesorios, en los tintes de pelo, en los moños, en las carteras, en los zapatos… de pies a cabeza. Ese día, si no lucías los colores de Barbie, estabas fuera de grupo.
Regresé a mi casa a eso de las 2:00 p.m. para buscar a mi esposa e hijos porque, obviamente, había que ver Barbie primero. Yo siempre tuve la intención de verlas al revés -Oppenheimer primero y Barbie después- pero las tandas simplemente no se ajustaban a mi horario. Dejé a la familia en Plaza las Américas a eso de las 4:00 p.m. en lo que iba a La Mega para hacer mi segmento de cine en Los Reyes de la Punta, y a los dos o tres minutos de dejarlos ahí, me llama mi esposa para decirme que la fila, no de la taquilla, sino DEL POPCORN, se salía del negocio. En mis cuarenta y pico de años yendo al cine -veintipico de esos visitando el de Plaza- nunca había visto semejante multitud, pero eso fue con lo que me topé cuando regresé como a las 5:15 de la tarde. Mi hija y mi hijo fueron los valientes que hicieron esa fila. Les tomó una hora, pero consiguieron la cubeta de popcorn con la cara de Margot Robbie (las bolas de playa hace rato que se habían terminado).
La función estaba llena a capacidad, nunca el escenario ideal para la gente que va al cine a ver la película, no a hablar y a joder. Afortunadamente, salvo el grupo de teenagers que teníamos atrás -que parecerían tener hormigas en el culo, porque se pararon múltiples veces a no sé qué- no hubo malestares mayores. Me pareció que el público se disfrutó el filme, aunque me llamó la atención la cantidad de chistes que solo nos dieron risa a mi esposa y a mí. Tuvimos que suprimir un poco las carcajadas. Durante el discurso del personaje de America Ferrera en el mismo medio de la trama, hasta llegué a escuchar uno que otro “¡woo!” y algunos aplausos tímidos. Se cohibieron, pero los aplausos llegaron eventualmente, al final de la proyección. A la salida escuché a una niña echarle flores al maquillaje de otra, y alcancé a oír algunas reacciones positivas. Fue una experiencia bien chula.
Con mi familia satisfecha, arrancamos para Montehiedra para la función de las 8:30 p.m. de Oppenheimer en la sala IMAX. El parking estaba imposible, y mientras buscábamos un espacio, vimos una inmensa limusina Hummer estacionarse frente al cine. De inmediato supe quiénes se bajarían de ella: una docena de personas vestidas de rosa, que hicieron su entrada al teatro como si se tratase del séquito que había viajado directamente de Barbieland. Ya adentro, nos encontramos con el colega Juanma Fernández-París y entramos a la sala donde ya se estaban proyectando los cortos. A vuelo de pájaro, era fácil divisar quiénes de seguro habíamos participado de Barbenheimer ese día, pues nos identificaban por nuestra ropa rosada. En el teatro no cabía un alma más. La función estaba prácticamente sold out, salvo esas butacas justo en frente de la pantalla de 50 pies de alto que jamás he entendido por qué existen. Le mencioné a Juanma: “espero que todos estos sean cinéfilos hardcore”, una vez más temiendo a los incordios que no se callan, pero la preocupación -así como aquella de quedarme dormido- terminó siendo solo eso.
Si existía alguna posibilidad de que sucumbiera al sueño, esta fue aniquilada por los poderosos primeros minutos de Oppenheimer. Además, ni la apoteósica banda sonora de Ludwig Göransson, ni las pruebas nucleares, me hubiesen permitido tan siquiera cabecear. Lo más impresionante -además del largometraje- fue el silencio sepulcral que imperó en esa sala durante tres horas, concurrida por alrededor de 400 personas. Me dio un inmenso placer el poder compartir esa experiencia con tantos espectadores que fueron ahí para ver el más reciente trabajo uno de los maestros contemporáneos del medio, y me dio más gusto escucharlos discutirlo a la salida de la función. Fue un día con una doble tanda inolvidable, en el que triunfó tanto el cine como la cinefilia.
Barbenheimer triunfó. Y ahora, ¿qué?
El monumental éxito de Barbenheimer sin duda será estudiado y analizado por las obtusas mentes de Hollywood con miras a repetir el fenómeno. Tengan por seguro que fracasarán en todos sus intentos. Lo que aquí se dio, se dio orgánicamente a través de las redes sociales, igual que pasó con los “Gentleminions” el año pasado con el estreno de Minioins: The Rise of Gru. La estupenda campaña de mercadeo de Warner contribuyó, eso no se puede negar, pero el impulso principal vino de la gente, con los memes, los chistes y la conversación diaria. No hay manera de forzar algo igual, mucho menos el que los estudios se pongan de acuerdo para diseñar una doble tanda. El counter programming siempre ha existido. La pregunta es, ¿por qué este cautivó la atención del público? La influencia de Barbie como marca es incuestionable, y como todo actualmente, apela a la nostalgia, pero tras haber experimentado el fenómeno el pasado jueves… no sé. Me rehúso a despacharlo como una mera fiebre, un trend, un deseo por montarse en el bandwagon. O quizá es que me niego por ingenuidad.
Quisiera pensar que existe un apetito por ir al cine, una nueva necesidad post pandémica de compartir de estas experiencias colectivas. Me gustaría creer que un porciento considerable de las millones de personas que este fin de semana abarrotaron las salas, no fueron por Barbie ni por Oppenheimier, sino por Gerwig y Nolan. Sí, el séptimo arte siempre ha sido un medio de entretenimiento masivo, para que cualquier fulano o fulana vaya y se distraiga por dos horas comiendo popcorn, pero no subsiste sin cinéfilos, sin personas que se interesen por su historia, sus artistas y por experimentarlo como se supone: en la sala de cine, no en sus casas vía streaming. Quiero imaginar que este fin de semana, hubo gente que terminó de ver Barbie con el deseo de averiguar a qué se hacía referencia en el prólogo, y eventualmente darán con 2001: A Space Odyssey y descubrirán sus asombrosas maravillas, o a alguien que vio Oppenheimer sin haber visto nada más de la filmografía de Nolan, y ahora andan googleando qué otras cosas ha hecho este tipo. En los próximos días, quizá verán Memento o Inception. Es así de fácil es caer en esto. Basta con una película que inyecte esa curiosidad, y así nace el amor por este medio.
Y sin ese amor, no subsisten los cines. Nos encontramos en tiempos récord de baja audiencia en los teatros. Los exhibidores ciertamente cargan con parte de la culpa, pero los estudios son los principales causantes de esta merma, una que ha aumentado exponencialmente desde la pandemia, cuando acostumbraron al público a que los filmes estarían en streaming meras semanas después de sus estrenos teatrales. Como hemos descubierto a través de sus acciones, los actuales CEO de estas compañías no son más que lacayos de Wall Street sin el más mínimo interés por el futuro de la industria. Se llenan los bolsillos con sueldos obscenos y reciben bonificaciones anuales cumplan o no cumplan con las metas proyectadas. Las respectivas huelgas que hoy se llevan a cabo entre los actores y los guionistas es tan solo en síntoma de su voraz avaricia. A estos ineptos billonarios les conviene que la gente se quede en sus casas viendo Netflix, Disney+ y Max, pues solo les importa el valor de las acciones en la bolsa, y este está atado al número de suscripciones.
¿Qué interpretará Hollywood del éxito Barbenheimer? Tristemente, la lección que seguramente aprenderá será que el público quiere más cine basado en juguetes. Ya Mattel ha dicho que tiene 45 -sí, CUARENTA Y CINCO- proyectos en desarrollo. ¡Bye, bye, superhéroes (no tú, Miles Morales, tú te puedes quedar)! ¡Helloooooo He-Man, Barney, Hot Wheels y Polly Pocket! Y tengan por seguro que habrá secuela de Barbie, solo que probablemente no será dirigida por Gerwig, y ese sí será el desalmado producto corporativo que creíamos que este sería. Es difícil no ser pesimista, pero si me permitiera poner a un lado el cinismo por un momento, en un mundo ideal, quisiera imaginar que quizá verán el valor de contratar cineastas con visión y proveerles las libertades necesarias para crear trabajos con valor tanto comercial como artístico. Entenderán la importancia de cultivar y desarrollar estos artistas, aunque solo sea para luego poder decir en los tráilers y pósters “From the director of…”. Se darán cuenta que los espectadores se están cansando de ver lo mismo: de las secuelas, las precuelas, los reboots, los remakes y los refritos. De tener que haber visto veinte películas y cuatro series de televisión para poder entender la nueva entrega de Marvel. Ojalá esto los inspire a tomar más riesgos y a apostar a las historias originales, así estén basadas en propiedad intelectual o figuras históricas, pero que nos den una razón para ir en bonche al cine. A vestirnos de gala o simplemente de rosado, a alquiler innecesarias limusinas para creernos estrellas, y -más que nada- a compartir esa energía que siempre se da cuando un grupo de humanos se une con un mismo y positivo propósito.
Y quién sabe, quizá en el futuro, en algún otro día fortuito, hasta nos sorprendan y nos vuelvan a ofrecer dos razones así de grandes y memorables, a la misma vez.
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Muy buena Mario