"Oppenheimer": Christopher Nolan desata el poder del átomo con fascinación y aplomo
El largometraje biográfico acerca del padre de la bomba atómica captura la estremecedora fuerza de la invención, así como su inmensurable peso en la conciencia de su creador.
Una vez una película de Christopher Nolan empieza, esta no se detiene hasta que acaba. Parecerá una observación tonta y obvia, pues toda película transcurre exactamente igual, pero las de Nolan no dan tregua. Nunca paran en seco. Reducen velocidad, no pisando el freno, sino levantando el pie del acelerador. Rara vez hay un respiro a la poderosa propulsión que las lleva a alcanzar su velocidad terminal, con la que arrancan desde la aparición del título y mantienen hasta los créditos finales. Es como ver a un director de orquesta dirigiendo una sinfonía -y no una de las más livianas de un compositor como Mozart, sino una de los pesos pesados, como Beethoven y Mahler- sin hacer las necesarias pausas entre los movimientos. Guste o no, ese es el estilo que Nolan ha estado desarrollando y perfeccionando en la segunda mitad de su carrera, uno que ha funcionado tanto a su favor (Dunkirk) como en su contra (Tenet), y que ahora alcanza su máxima expresión en Oppenheimer, su doceavo largometraje y uno de sus mejores.
Oppenheimer no tanto comienza como más bien estalla con la fuerza de una supernova, impulsada por la amalgama de sus mayores virtudes cinematográficas: la extraordinaria y opresiva banda sonora de Ludwig Göransson, que prácticamente no deja de escucharse a lo largo de las tres horas de duración; las alucinantes reacciones subatómicas y astronómicas -creadas sin gráficas computarizadas- que parecen reducir al espectador microscópicamente ante la inmensidad de la pantalla IMAX, formato de predilección del cineasta británico; la diestra edición de Jennifer Lame, quizá la persona más integral a la efectividad del filme, pues recae en ella llevar el frenético compás; la sobrehumana interpretación de Cillian Murphy, capaz de expresar toda la gama de contradicciones de su histórico papel a través de su taciturno y desencajado semblante, captado con apabullante intensidad -casi siempre en primer plano- por el renombrado cinematógrafo Hoyte van Hoytema; y, por supuesto, la exacta dirección de Nolan, así como su denso libreto, brillantemente estructurado alrededor de su musa perenne, los desplazamientos temporales.
Los primeros minutos del filme son absolutamente sobrecogedores, un deslumbrante preámbulo a base de shock dirigido a introducir al público en la psiquis del protagonista y prepararlo para todo lo que experimentará después. Como J. Robert Oppenheimer, el llamado “padre de la bomba atómica”, Murphy lidera un elenco excepcional en el que ningún papel es demasiado pequeño y la inmensa mayoría deja una gran impresión. Son demasiados los nombres, pero cabe destacar a Tom Conti como Albert Einstein, David Krumholtz como Isidor Rabi, Josh Harnett como Ernest Lawrence y Kenneth Branagh como Niels Bohr. Y esos son solo los científicos. También tenemos a Matt Damon como el general Leslie Groves y Gary Oldman como el presidente Harry Truman, cuya presencia evoca su participación en otra película no muy disímil a esta, tanto en tono como en metodología: la estupenda JFK, de Oliver Stone, que tampoco fue nada convencional en su acercamiento al material.
En el papel -y en cualquier otras manos- Oppenheimer pudo haber acabado como otro biopic común y corriente acerca de una de las mentes más brillantes del siglo 20 en la misma trillada vena de algo como A Beautiful Mind o The Imitation Game. Nolan conquista el biopic adaptando a la pantalla grande la biografía del controvertible físico estadounidense (titulada American Prometheus, coescrita por Kai Bird y Martin J. Sherwin) con partes iguales de asombro y conmoción, fascinado por todo el aspecto científico que condujo a la construcción de esta arma de destrucción masiva, y horrorizado por sus inimaginables consecuencias. El director de Memento divide su narrativa en dos tiempos: uno, titulado “Fission”, filmado a color desde la perspectiva de Oppenheimer, abarcando desde sus años universitarios hasta su persecución durante la era del macartismo en Estados Unidos; y el segundo, titulado “Fusion”, filmado en glorioso blanco y negro, y enfocado en la figura de Lewis Strauss (un impresionante Robert Downey Jr., finalmente despojado de todos los manierismos de “Tony Stark”), el expresidente de la Comisión de Energía Atómica, que a finales de la década de 1950 aspiraba a un puesto en el gabinete de Dwight D. Eisenhower.
La relación entre ambos hombres es lentamente revelada a medida que avanzamos en las dos vertientes. La primera, la principal, parte de los recuerdos de un Oppenheimer más mayor mientras es interrogado por un panel de militares y políticos comprometidos con revocarle sus permisos de seguridad por viejos vínculos con conocidos comunistas, entre ellos su esposa (Emily Blunt). Vemos cómo el físico pasó de ser un respetado profesor en la Universidad de Berkeley, a ser escogido para liderar el Manhattan Project con el fin de fabricar una bomba atómica antes que los nazis. “No sé si se nos puede confiar esta arma, pero sé que no se puede confiar en los nazis”, asevera Oppenheimer, con considerable ingenuidad, como descubrió tan pronto Alemania se rindió y esto no detuvo los destructivos planes del ejército estadounidense. Nolan dirige toda esta sección del argumento con un cautivante sentido de urgencia, culminando con el infame Trinity Test en un estruendoso estallido de luz cegadora que sacudió las butacas del cine , y el cual nos lleva al último tercio de la historia que desea contar, uno que resulta más sosegado en comparación, pero no menos interesante.
Dice mucho de los horrores apocalípticos recreados en pantalla que su escena más escalofriante no sea la de la prueba de la primera bomba atómica, sino la que gira en torno a los hombres que decidieron cómo y cuándo usarla con perturbadora frialdad. “No ataquemos a Kyoto. Es una ciudad preciosa, con gran valor histórico. Además, mi esposa y yo pasamos nuestra luna de miel ahí”, expresa entre risas el secretario de guerra de Estados Unidos, con la misma despreocupación que alguien escoge en un mapa dónde ir a vacacionar. Si algo se le pudiera señalar al largometraje, es cómo pierde fuerza durante su última hora mientras se explican los vínculos entre Oppenheimer y Strauss a través de vistas senatoriales e interrogatorios. Sin embargo, este tercer acto es quizá el más esencial, pues en él somos testigos de los efectos de su creación en la vida del científico, el perdón que lo eludió hasta su muerte, no solo por lo que hizo, sino por lo que desató en el mundo.
El contundente peso de sus acciones cae con un aplomo aterrador en las líneas finales. La relación entre Einstein y Oppenheimer -incluso por más limitado que sea el tiempo que se le dedica- acaba siendo más significativa y estrecha que la del físico con su esposa y su amante, interpretada por Florence Pugh (el fuerte de Nolan jamás ha sido escribir papeles femeninos, mucho menos relaciones sentimentales, y esta no es la excepción). Las palabras que intercambian no solo trazan una conexión directa entre el pasado y el presente, sino que se hacen eco de advertencias contemporáneas hechas por otros Prometeos modernos acerca de las serias amenazas que actualmente atentan contra el futuro de nuestra especie. La trágica certeza de que estas están cayendo en los mismos oídos sordos que cayeron las que hizo Oppenheimer tras la detonación de las bombas en Hiroshima y Nagasaki, solo hace el desenlace de este imponente largometraje aún más desconcertante.
Magnífica reseña. La lectura del libro añade datos importantes sobre la personalidad del protagonista que arrojan luz sobre su ulterior comportamiento y hubiesen ampliado el efecto dramático del film. Me refiero (entre otros) a la manzana “envenenada” de sus años estudiantiles.
No le resta la ausencia de datos como este, al impacto dramático del film y
a la brillante ejecución de Nolan. Creo que es su mejor película y una que debe ser vista y apreciada por las nuevas generaciones.
LJCruz
De las reseñas que has escrito, la más que me ha gustado leer. 👏🏼