“Avatar: The Way of Water” apuesta al espectáculo
En tiempos de baja asistencia al cine, el director James Cameron ofrece una asombrosa experiencia que no puede replicarse plenamente en ningún otro espacio.
Desde que en 1896 el cortometraje de un tren arribando a la estación de una comuna francesa le hizo creer al público de un pequeño teatro que el ferrocarril les caería encima, nos hemos sentado frente a la pantalla persiguiendo el espectáculo. Acudimos a estos espacios, sí, en busca de entretenimiento, pero también queriendo ser anonadados, sentirnos transportados a otros lugares y realidades a través de imágenes que jamás existieron en nuestras mentes hasta que las vimos por primera vez. Ese feeling no es muy recurrente, pero cuando se da, no hay nada igual. Esto provoca que estrenos como el de Avatar: The Way of Water sean elogiados más de lo normal e inviten a hacer expresiones hiperbólicas, como algunas que quizá ya ha leído, y probablemente leerá a continuación. Que si son meritorias o no, eso ya es algo subjetivo, pero como alguien que alguna vez no hace mucho también se preguntó “¿quién quiere ver una, mucho menos cuatro, secuelas de Avatar?”, después de ver esta, mentiría si dijera que no hubiese visto la próxima inmediatamente después.
El director James Cameron forzó la transformación de la industria del 2D al 3D, y de la proyección en celuloide a la digital, con el estreno de Avatar en el 2009, al sol de hoy, el filme más taquillero de todos los tiempos. La fiebre de las dichosas gafitas, por fortuna, fue tan pasajera como la primera vez que infectó al medio durante la década de 1950 tras la llegada de la televisión, pero la revolución digital vino para quedarse. Trece años después, Cameron regresa a la luna de su creación, llamada Pandora, para tratar de repetir la gesta, armado nuevamente de los últimos avances tecnológicos con el único propósito de deslumbrar a la audiencia. Cuando recientemente se le preguntó en qué momento, durante las más de tres horas de duración del largometraje, sería conveniente para un espectador levantarse para ir al baño, el cineasta contestó “cuando gusten, pueden ver lo que se hayan perdido cuando la vuelvan a ver”, con el “guille” de alguien que ha dirigido, no una, sino dos de las películas más taquilleras, y sabe que, con verla una vez, no basta.
Cameron pecará de presumido, pero lo hace con razón. Avatar no se habría convertido en el exitazo que fue sin las personas que la vieron múltiples veces. Lo mismo ocurrió con Titanic, la cual, este servidor, confiesa que vio seis veces.¿Qué sabe este director acerca de ofrecer experiencias que propicien este comportamiento? Bastante, aparentemente. “Keep it simple”, parecería ser su lema, partiendo de una historia réquete universal que apele a todos los demográficos y regiones geográficas, con matices dramáticos que tienden a rayar en los sentimentaloides, pero extremadamente efectivos. La simpleza, sin embargo, empieza y acaba en sus libretos y trillados parlamentos. En todo lo demás, encontramos a un maestro del séptimo arte obsesionado con empujar los límites del medio. Tras autoproclamarse el “King of the World” luego de ganar el Oscar al mejor director en 1998, Cameron se ha convertido en un showman, y The Way of Water es su más reciente espectáculo.
Nada en esta secuela convertirá en aliados a los detractores del filme original. Aunque con notable mejoría, sus mayores faltas están de vuelta: una trama simplona, con mensajes “hippitones” acerca de vivir en armonía con la naturaleza, protagonizada por burdos arquetipos sacados de los filmes de indios y vaqueros de la era dorada hollywoodense -que van desde el “white savior” hasta la apropiación cultural- involucrados en una lucha colonial desarrollada con la profundidad de un charco de agua. Cameron no da indicios de ser una persona prejuiciada, ni mucho menos racista, meramente un tanto ignorante en sus buenas intenciones, producto de su privilegio. Qué se le va a hacer. Si el condenado no estuviese tan y tan duro detrás de la cámara, no sería tan fácil hacerse de la vista larga y disfrutar la película por lo que es: una fantástica épica de acción.
La última hora de The Way of Water recorre prácticamente toda la carrera del cineasta, tocando sus greatest hits a través de 60 imparables minutos de melodrama, acción y tensión en un estupendo despliegue de sus proezas cinematográficas. Llegar hasta ese punto podría poner a prueba la paciencia de algunos espectadores, impacientes por el drama familiar que lo antecede. Verán, desde la última vez que vimos a "Jake Sully" (Sam Worthington) y "Neytiri", la pareja ha tenido tres hijos biológicos y adoptado una hija, de nombre "Kiri" (Sigourney Weaver), quien sobresale como el personaje más memorable de la secuela. La familia azulada es acechada por los mercenarios que han sido contratados por otra compañía que quiere colonizar y saquear Pandora, por lo que tienen que huir y esconderse en otra región del cuerpo celeste. Volvemos, no es la historia más elaborada ni interesante, pero los personajes cuentan con el espacio necesario para crecer (al menos un poquito) y permitirnos empatizar con ellos y sus respectivos anhelos y aprehensiones, mientras los vemos familiarizarse con su nuevo entorno marítimo, que es a donde escapan y conocen a otra tribu de Na'vi.
El hechizo, aquello que no permite apartar la mirada de la pantalla y hace olvidar que todo lo que se proyecta en ella no existe, es la alucinante puesta en escena. Si los efectos especiales del 2009 lucieron increíbles, los del 2022 son lo más cercano a la realidad que se ha alcanzado con una computadora. Cameron, un amante acérrimo del océano -algo que ha denotado desde la fabulosa The Abyss-, aprovecha la secuela para sumergirnos en las profundidades de Pandora y envolvernos en su fauna marina, trasladando la trama de la jungla a los mares. Pudiera decirse que el director está demasiado enamorado de tanto el mar como de la mágica tecnología que emplea para hacer que este mundo cobre vida ante nuestros ojos, dedicando una amplia porción de la extensa duración a explorar estos lugares con detenimiento, pero eso es parte del encanto del largometraje: poder vivir dentro de él durante tanto tiempo. Si bien la cinta se ve grandiosa en 2D, la tercera dimensión le añade un grado ve verosimilitud fenomenal, y si a esto se le suma la proyección en 48 recuadros por segundo (exclusiva aquí en Puerto Rico a la sala IMAX en Montehiedra), no existe punto de comparación visual en la historia del cine.
Habrá quienes dirán que el HFR (High Frame Rate) es una distracción, similar a encender el repugnante “motion smoothing” en los televisores, pero la diferencia es significativa. Al duplicar los “frames”, Cameron suaviza las asperezas del 3D, haciendo que todo se vea cristalino. ¿Un artificio innecesario? ¿Un mero alarde tecnológico? Quizá, pero ahí está el detalle: la presentación, el show, la ostentación visual... ese ES el punto. La trama y los personajes, aunque mejor trabajados que en el primer largometraje, son elementos secundarios, puestos al servicio del espectáculo en pantalla, irreproducible en cualquier otro lugar, justo lo que hace de The Way of Water una experiencia única que hay que ver en el cine para poder apreciarla en su totalidad. Usted quedará cautivo por ella o no, pero no lo sabrá a menos que se dé la vuelta por un teatro (preferiblemente uno que la esté proyectando en su mejor formato posible, IMAX 3D 48fps HFR) y sea testigo de lo que Cameron está haciendo mejor que nadie.
El cine, como medio, no estará muriendo, pero sus salas sí están agonizando. Las razones son múltiples: el auge del streaming en la última década, los elevados costos de las taquillas y el popcorn, la aparente homogeneidad de la cartelera comercial, la escasez de ideas originales saliendo de los estudios y las carencias de la experiencia teatral, que van desde la opacidad de la proyección, hasta la falta de monitoreo en las salas para silenciar a los incordios. La pandemia -que, cabe recordar, aún no ha terminado- ha exacerbado todos estos males y producido otros nuevos, como la corta ventana que actualmente existe entre un estreno en la pantalla grande y su debut en los televisores caseros, apenas semanas después. “¿Pa’ qué someterme a todo eso cuando en menos de dos meses podré ver lo mismo cómoda y tranquilamente en mi casa en mi TV OLED 4K UHD de 83 pulgadas?”. Es una pregunta que cada vez resulta más difícil contestar por aquellos que veneramos esos espacios como templos, y mientras bien es cierto que Hollywood no está proveyendo sólidos contraargumentos, esta semana -y, probablemente, durante los próximos meses- habrá al menos uno en cartelera, titulado Avatar: The Way of Water.