Haciendo las paces con "Star Wars: The Phantom Menace" mientras espero por el inicio del verano
El reestreno de la sosa precuela de 1999 coincide con el tibio arranque del cine veraniego tras los estrenos de "The Fall Guy" y "Kingdom of the Planet of the Apes".
La noche del miércoles 26 de mayo de 1999 está entre las experiencias más inolvidables que he compartido dentro de un cine. A dos días de cumplir 18 años de edad, me senté junto a casi mil fanáticos en lo que fue el UA 150 de Laguna Gardens -el mejor cine que ha habido en Puerto Rico- para ser de los primeros en la isla en ver The Phantom Menace. El grupo con el que andaba, compuesto por una veintena de personas, ocupaba una fila y media en el mismo centro teatro, asientos idóneos que solo conseguimos gracias a los dos panas que dejé frente a la boletería a eso de las 2:00 de la tarde (con dos sillitas de playa y una neverita llena de cerveza) para que hicieran la fila en lo que yo podía llegar tras salir de un compromiso. A la medianoche, la energía en la sala era electrizante. Los lightsabers y los disfraces no podían faltar. La proyección de un tráiler previo al comienzo del filme puso a prueba la paciencia del público a la vez que sacó a relucir su particular sentido del humor, cuando la sala entera, tras ver el título de Anna and the King en pantalla, combinó los dos sustantivos y empezó a exclamar a coro “¡ANNA-KING! ¡A-NA-KING! ¡A-NA-KIN!”. Queríamos nuestra primera película de Star Wars en 16 años y la queríamos YA. La espera no se extendió mucho más. La icónica fanfarria de 20th Century Fox provocó el primero de múltiples estallidos de gritos y aplausos que se escucharían esa madrugada en Carolina, igual o más ensordecedor que el que retumbó cuando las palabras “A long time ago, in a galaxy far, far away…” aparecieron plasmadas ante nosotros. Por dos segundos que parecieron extenderse hasta el infinito, todo fue oscuridad y el más profundo silencio, hasta que la sección de metales de la clásica banda sonora del maestro John Williams resonó en las bocinas y nos hizo levitar de las butacas.
STAR WARS estaba de vuelta, y yo alcancé el nirvana.
Entonces vimos la película.
Mentiría si dijera que no salí emocionado del cine dos horas y media después tras todo lo que acababa de ver, pero ciertamente había algo de negación mezclado entre los demás sentimientos. Sin embargo, esa madrugada -y por las semanas subsiguientes- no había espacio para las críticas. Esas vendrían mucho después. Al día siguiente, volví a verla con un amigo que regresó de viaje de Estados Unidos, y por supuesto que el 28 de mayo -día de mi cumpleaños- la vi una vez más. En total, la vi nueve veces en el cine, más que ninguna otra película en mi vida, y como siempre me quedé con la espinita de que no fueron diez, aproveché cuando hace dos semanas la reestrenaron en los cines con motivo de su 25 aniversario y me tiré solo a verla. No era la primera vez que la revisitaba. Entre el 1999 y el 2024, he tenido en mi colección una copia de ella en VHS, DVD o Blu-ray, pero estoy seguro que no la veía desde que Disney compró la saga en el 2012, y considerando todas las altas y bajas (más bajas que altas) que ha experimentado la franquicia en la pasada docena de años, quería ver con nuevos ojos una de las últimas ocasiones en las que su creador, George Lucas, tuvo pleno control sobre su obra.
Lo primero que me saltó a la vista fue que el CGI -revolucionario para el 1999- no ha envejecido del todo bien. Personajes completamente digitales, como “Jar Jar”, “Watto” y “Boss Nass”, entre otros, sobresalen como los efectos computarizados que son. Estos no se integran tan perfectamente a su entorno como , por ejemplo, los “Battle Droids”, cuyos robóticos movimientos no llaman la atención. La animación de estas criaturas obviamente no está al nivel de la que vemos hoy en trabajos similares, pero tampoco lucen tan bien como la de “Gollum” en The Lord of the Rings o los dinosaurios de Jurassic Park. De no ser porque Lucas parece ya no querer saber más de Star Wars, pensaría que esto sería algo que el cineasta quisiera actualizar con las herramientas contemporáneas, tal y como sustituyó la marioneta de Yoda por la versión en CGI en este mismo filme. Lo otro es que The Phantom Menace fue la última cinta de la saga en filmarse en celuloide, y eso contribuyó a que todos los elementos se combinaran mejor. Con cada remasterización, se hace más notable la diferencia entre lo orgánico y lo digital. Episode I luce como un producto de su época, algo que suele suceder cuando se depende tanto de gráficas computarizadas.
Por lo demás, el largometraje sigue siendo exactamente el mismo, con todo lo bueno y lo malo que esto implica: el diálogo continúa igual de insípido, las actuaciones, forzadas y monótonas (estilo que todavía impera hoy en la inmensa mayoría de las series que han hecho para Disney+), y la trama es… pues, lo que es. Nunca he tenido problemas con la parte política, las rutas de comercio, el bloqueo del “Trade Federation”, etc. De hecho, pienso que debió haber más de eso y menos -muchísimo menos- de “Anakin Skywalker”. El futuro “Darth Vader” debió ser un teaser al final, o quizá introducirlo como un padawan adolescente bajo la tutela de “Obi-Wan”. Si hay algo que falta en esta trilogía, es el desarrollo de la relación entre ambos jedi. En The Phantom Menace los dos apenas interactúan, en Attack of the Clones están la mayor parte del tiempo separados, y en Revenge of the Sith se supone que sintamos el peso de las emociones cuando “Obi-Wan” le grita “You were my brother Anakin! I love you!”, pero nada de eso está en pantalla por un instante. En su lugar, tenemos a un nene de diez años accidentadamente involucrándose en un conflicto galáctico y exclamando “yippee!” y “oops!” cada cinco minutos. Sin embargo, nada de lo anteriormente mencionado termina siendo lo más ofensivo de The Phantom Menace. Ni siquiera lo es el humor infantil y escatológico de “Jar Jar Binks”. Lo peor, lo imperdonable, continúan siendo los malditos “midi-chlorians”. La reducción de la mística Fuerza al equivalente de una prueba de sangre -como si se estuviese midiendo el nivel de colesterol-, es la mayor estupidez que se le ha ocurrido a Lucas después de la aberración de alterar digitalmente la trilogía original.
“¿Pero si es tan mala, por qué la has visto tantas veces”, me preguntó mi hijo a los dos o tres días de haberla visto. La respuesta es obvia: Duel of the Fates. Me tomó años darme cuenta de esto, pero esa fue la razón por la que fui tantas veces a verla en 1999, porque quería revivir el duelo entre “Qui-Gon”, “Obi-Wan” y “Darth Maul” editado al compás de la increíble música de John Williams, y para llegar a esa escena, había que ver todo lo que venía antes. No que todo fuese aburrido. La secuencia de pod racing sigue siendo un highlight y es justo la inyección de emoción que desesperadamente necesita el filme en su punto medio, y la actuación de Liam Neeson es la única que al menos intenta extraerle la más mínima onza de vida y energía al simplón libreto de Lucas. Pero sí, me atrevo a apostar que muchos fuimos una y otra vez a ver The Phantom Menace 25 años atrás con tal de poder ver esa pelea una vez más, porque sabíamos que una vez la quitaran de los cines, pasaría al menos un año para que la sacaran en DVD o VHS, no como ahora que al mes y medio ya está disponible en streaming. Esa es la clave de Episode I: al final te deja un en high tan y tan alto que se te olvida todo lo que vino antes que no te gustó.
La verdad es que película no ha mejorado en un cuarto de siglo. Al contrario, sus faltas son incluso más pronunciadas ahora, pero son faltas con las que puedo vivir, porque vinieron de la cabeza del hombre que se inventó todo esto. Responden única y exclusivamente a las intenciones y deseos de un artista, contrario a la pusilanimidad de uno de los directores más mediocres que se haya visto trabajando en los más altos niveles de producción, quien junto a Lucasfilm, dobló rodilla ante los berrinches de los fans más tóxicos de Star Wars y concluyó la saga de la manera más bochornosa y cobarde posible. Hoy, Star Wars no es más que otro producto de Disney, y sí, sé que ha sido un producto desde 1977, pero ya no hay ese, digamos, balance in The Force entre el arte y el comercio. La franquicia se ha convertido en una máquina de producción de esa palabrita que tanto detesto: “contenido”. Entre toda la burocracia corporativa, a veces todavía se cuela uno que otro verdadero artista que quiere evolucionar la saga y sacarla de su zona de confort (gracias Tony Gilroy, por Andor, y Rian Johnson, por The Last Jedi), pero la mayoría son solo cineastas ultra reverentes y complacientes que quieren venir a jugar con los juguetes con los que crecieron.
The Phantom Menace es exactamente el largometraje que Lucas quería que fuera, para bien y para mal. No tengo que estar de acuerdo con todas las decisiones que tomó con sus precuelas. Ni siquiera me tienen que gustar, pero el punto ese que son SUS precuelas, y eso sí es algo que se gana mi respeto.
Eso y Duel of the Fates, que sigue estando muy cabrona.
“The Fall Guy” tropieza
El reestreno de Star Wars: The Phantom Menace coincidió con el comienzo de la temporada de cine veraniego 2024, la cual arrancó oficialmente con The Fall Guy hace dos semanas. Digo, más bien pistoneó, y no me refiero exclusivamente a su pobre desempeño en la taquilla.
Para ser una desvergonzada carta de amor al arte de los stunts, la verdad es que pudieron haberse conseguido alguien mejor para escribirla. El filme de David Leitch (Atomic Blonde, Deadpool 2) contiene todos los ingredientes que uno esperaría encontrar en un classic summer blockbuster: una pareja de carismáticos protagonistas con excelente química, compuesta por Ryan Gosling y Emily Blunt; tremendas secuencias de acción; un buen sentido del humor; y una sólida dosis de entretenimiento escapista. Desafortunadamente, luego de un prometedor comienzo, encontré que la simple y atractiva premisa de un stuntman (Gosling) contratado, no solo para doblar a la estrella de una megaproducción de Hollywood, sino además encontrarla, tras haberse extraviado en Australia, se torna demasiado rebuscada y monótona.
Por otro lado, en lo personal me fastidia cuando una película logra la difícil hazaña de dar con dos actores que funcionan increíblemente bien juntos y luego proceden a mantenerlos distanciados la mayoría del tiempo. Cuando Gosling y Blunt comparten la pantalla, The Fall Guy resulta más explosiva que todas sus escenas de acción, pero por alguna inexplicable razón, el libreto de Drew Pearce encuentra más entretenido mantener a Gosling persiguiendo pistas y resolviendo un tonto misterio por todo Sydney mientras Blunt está en un cuarto viendo dailies del largometraje que su personaje está dirigiendo. El carisma de ambos es incuestionable, pero no es suficiente como para cargar con toda la producción, especialmente por separado.
No es un rotundo desastre, pero definitivamente esperaba más.
Los simios continúan reinando
Soy de los que opina que no existe una sola mala película en la serie de Planet of the Apes, y antes de que saquen a colación aquella basura de remake que hizo Tim Burton en el 2001, esa no cae dentro de la continuidad de las otras nueve cintas, así que queda debidamente ignorada. La buena noticias es que Kingdom of the Planet of the Apes no deja una mancha en uno de los mejores récords que existe en la historia de las franquicias cinematográficas. La no tan buena noticia es que considero que es la entrega más floja desde Battle for the Planet of the Apes (1973).
En su defensa, el filme del director Wes Ball está malabareando dos cosas a la vez: servir como secuela a la estupenda War for the Planet of the Apes, y establecer los cimientos de lo que me imagino será una nueva trilogía para 20th Century Studios. Al final, termina funcionado mejor como la primera parte de algo nuevo que como la continuación de lo que vino antes. Esto en parte se debe a que el nuevo simio estelar, llamado “Noa”, no es tan cautivante como lo fue “Caesar”, al menos no todavía. Su naturaleza más tímida y pasiva no es exactamente lo que uno espera del protagonista de una aventura, aunque ciertamente lo pone en una posición idónea para atravesar un prometedor arco dramático en los largometrajes subsiguientes.
Lo que sí continúa siendo una de las principales fortalezas de la saga son sus fantásticos efectos especiales. Sí la evolución tecnológica observada entre Rise y War fue considerable, la que se aprecia en los siete años que han transcurrido entre War y Kingdom es aún más asombrosa. El planeta de los simios jamás se había visto tan real, algo que sobresale incluso más al este estar habitado casi exclusivamente por animales en esta ocasión. Desde la creación de los entornos naturales hasta el más mínimo rasgo en los rostros de los simios, el trabajo de los artistas de Weta FX es absolutamente sensacional, con su mayor truco de magia siendo el hacernos olvidar que estamos viendo imágenes generadas por computadoras.
No sería una película de Planet of the Apes si no nos pusiera a pensar sobre la condición humana, y en esto Kingdom también sobresale. La trama se desarrolla unos siglos después de la muerte de “Caesar”, con los simios siendo la especie dominante en el mundo, pero funcionando mayormente como pequeños clanes primitivos. El conflicto central surge a través de uno de estos clanes que ha descubierto la manera de dar unos pequeños avances tecnológicos que -por supuesto- han empezado a utilizar para dominar e incluso esclavizar a los otros simios que no poseen su conocimiento. Esto, claro, lo aprendieron de los humanos, poniendo en relieve nuestra trágica historia en la que no hay progreso sin subyugación ni tecnología que no termine convertida en un arma.
Sin embargo, todos estos aciertos quedan un tanto diluidos por la extensa duración del filme, que con 145 minutos, lo hace el más largo de la serie. El aburrimiento se asienta entre el segundo y tercer acto, y aunque el clímax está bueno, no es tan bueno como para devolverle el pulso al argumento. Dicho eso, el coda si deja la trama en un lugar intrigante para continuar con ella en la continua lucha entre los simios y los humanos. Todavía falta más de un milenio para empatar con la llegada de Charlton Heston al planeta, así que seguro habrá secuelas por un buen rato.
Y si las primeras dos semanas del Verano Cinematográfico 2024 no arrancaron con el nivel de emoción que usted y yo esperábamos, no desespere, que el próximo jueves estrena Furiosa, y esta sí me voló en cantos cuando la vi en la mañana de ayer. Pero de esa les cuento la semana que viene.