Esto no es una reseña de Star Wars: The Rise of Skywalker
El noveno episodio de la saga estrena mañana en momentos cuando su fanaticada está más dividida que nunca.
Lo que usted leerá a continuación no es una reseña de Star Wars: The Rise of Skywalker. Yo ya vi el noveno episodio de la serie espacial, pero, como le indiqué, esto no es una reseña, así que no espere encontrar un juicio valorativo de los distintos aspectos de la producción, ni tampoco tiene por qué temer toparse con el más mínimo detalle de su trama. No hay nada aquí que constituya un “spoiler”. Esto es más una reflexión en la víspera de su estreno, una conversación entre la página en blanco y yo a modo de introspección, algo que -sin darme cuenta- comencé a escribir en mi cabeza tan pronto salí del cine en la mañana de ayer, melancólico y sorprendido, no por lo que acababa de ver, sino por cómo me hizo sentir. O, mejor dicho, lo que no me hizo sentir.
El largometraje del director y coguionista J.J. Abrams llega a dos años de la mayor ruptura que se ha dado entre los seguidores de esta serie -exacerbada por las redes sociales- a raíz de los riesgos tomados por Rian Johnson en The Last Jedi. Desde entonces, son más las peleas que he tenido en torno a Star Wars que las oportunidades que se me han presentado para compartir mi cariño por ella con otras personas, tanto las conocidas como las desconocidas que solo irrumpen en mi Twitter y Facebook para destilar su desdén. No hay expresión de aprecio por estos filmes que no redunde en una acalorada discusión por el Episodio VIII. La línea fue trazada en la arena en diciembre de 2017, y tal y como “Rey” y “Kylo Ren” quedaron separados por una profunda grieta al final de The Force Awakens, lo mismo ocurrió con los fans de la saga. Y me temo que The Rise of Skywalker ensanchará esa brecha aún más.
El Episodio IX probablemente será visto como una victoria para los autoproclamados “verdaderos fanáticos”, en especial los que rechazaron tajantemente The Last Jedi.
The Last Jedi, con todo y sus asperezas, fue una osada propuesta que le propinó un necesario jamaqueón a las cimentas de este universo. Se atrevió a romper con el pasado para madurar, para evolucionar y transformarse en algo nuevo que expandiera los limitados horizontes de Star Wars, cuya épica historia -a pesar de desarrollarse a través de varios planetas en una inmensa galaxia lejana- siempre se ha sentido pequeña, circunscrita a un puñado de personajes y, específicamente, a la misma familia. Su mirada se dirigió hacia el futuro, pero hubo una ruidosa minoría que no lo vio de la misma forma, entre ella aquellos que solo estaban enfocados en el retrovisor, y tanto Abrams como Lucasfilm se han doblegado ante sus reclamos. Para esta facción a la que ahora tanto desean apelar con su complacencia, el Episodio IX quizás será visto como una victoria para los “verdaderos fanáticos”, y digo “quizás” porque, sinceramente, nunca entendí qué es exactamente lo que quieren de esta franquicia que mañana “concluye” -tal y como “concluyó” en el 1983 y el 2005- con un capítulo que prácticamente ignora la existencia del anterior, más una tangente que una continuación. Pero le recuerdo que, esto, no es una reseña de The Rise of Skywalker.
El estreno de una película de Star Wars no es algo insignificante para mí. No soy un coleccionista de su memorabilia, nunca seguí el universo expandido de las novelas y cómics, ni tampoco me ha encantado lo que han estado haciendo en The Mandalorian (lo siento, Baby Yoda, no es tu culpa), así que habrá quienes consideren que soy menos fan que la mayoría. Pero si ser fan significa que me tiene que gustar todo y consumir lo más que pueda de equis cosa, supongo que entonces no soy uno. Independientemente, Star Wars, la serie cinematográfica que me ha acompañado durante toda mi vida, significa un mundo para este puertorriqueño de 39 años. La llevo en los huesos. Se manifiesta físicamente en mí tan fácil como cuando escucho la trompa francesa del maestro John Williams entonar el tema de Luke Skywalker y al instante se me eriza la piel, no importa cuántas veces ni en qué contexto la oiga. Mi amor por ella lo expreso como mejor puedo, por lo general escribiendo o comentando, a veces con sumo afecto y entusiasmo; otras, articulando apasionadamente las frustraciones de… pues, un fan.
Con excepción de Solo: A Star Wars Story -que no viene al caso, aunque sí fue un síntoma del verdadero problema-, en algún momento de mi vida he amado todas las películas de la saga. Sí, todas, incluso las precuelas que ahora no puedo ni terminar de ver sin que sobresalgan sus cuantiosas faltas, que no son nada pequeñas. Pero en su momento, específicamente en su noche de estreno, rodeado de fanáticos, ninguna de las experiencias que he tenido la dicha de compartir en un cine se comparan a ellas. Confieso esto para que se entienda lo siguiente: con excepción de un breve momento con uno de los personajes más queridos, The Rise of Skywalker marca la primera vez que acabo de ver uno de estos nueve episodios sin sentir nada, y esto me afectó más de lo que esperaba, lo suficiente como para que le dedicara la mayor parte del día de ayer a escribir esto. Porque no lo vi venir, porque debí haber sentido algo -emoción, tristeza, alegría, caray… al menos rabia-, porque esto es Star Wars y significa mucho, pero ni la poderosa nostalgia de la que tanto depende Abrams para transmitir emociones fue capaz de producir resultados.
La nueva trilogía no partió de la imaginación de una persona con un principio, medio y final previamente concebido, sino de una empresa que solo vio su potencial taquillero y de mercadotecnia.
La razón de esto no tiene que ver con expectativas, de eso estoy seguro. Por supuesto que tenía expectativas, y quien diga que no las tiene y se considere fan de la saga, miente. Así estén por el piso o por las nubes, todos esperábamos algo de ella. Las expectativas son un arma de doble filo, pero en ningún momento el material publicitario de la película escondió lo que Abrams se traía en manos. Era fácil ver hacia adónde se dirigía, pero ahí yace el problema, no tanto en la innecesaria corrección de rumbo que realiza, sino en algo que comenzó mucho antes, y no es hasta ahora que descubro un nuevo nivel de respeto por lo que hizo George Lucas. Los Episodios I al III ya no serán de mi agrado, pero respondían a la visión de una sola persona: la suya. Las precuelas llegaron a los cines como blockbusters, pero fueron independientemente financiados por la inmensa fortuna que adquirió a través de la venta de juguetes. Me gusten o no, son lo que él quiso que fueran, sin intervención de ningún estudio, sin sucumbir ante los reclamos de los fanáticos, ni siquiera cuando millones le expresaron su malestar por Jar Jar Binks, entre otras cosas que es mejor olvidar. En momentos cuando la mayoría de los estrenos comerciales llegan a las salas aprobados por comités, hechos por artistas que responden a ellos y sus intereses económicos, el acto de Lucas resalta aún más como uno de rebeldía.
Esta nueva trilogía, que inició en el 2015 con The Force Awakens tras la venta de Lucasfilm a Disney, no partió de la imaginación de una persona con un principio, medio y final previamente concebido, sino de una empresa que solo vio su potencial taquillero y de mercadotecnia. Luego de varios tropiezos tras bastidores que nunca serán revelados en su totalidad, el Episodio VII comenzó con pie firme en manos de Abrams, un director técnicamente competente, aunque con una filmografía carente de originalidad, compuesta por trabajos en franquicias creadas otros artistas y un filme tan venerable hacia el cine de Steven Spielberg que raya en la burda reproducción. Pero Abrams, para bien o para mal, posee un don para imitar estilos y una predisposición por la nostalgia, dos cosas que la saga necesitaba para recuperar la confianza de los espectadores tras la decepción de las precuelas, y así terminamos con un filme que reprodujo la fórmula ganadora de A New Hope, hecha por un director que por años ha formado parte del círculo de confianza de la vieja elite de Hollywood, entre ella la presidenta de Lucasfilm, Kathleen Kennedy.
Sin embargo, a nadie se le ocurrió trazar tan siquiera un bosquejo para los próximos dos episodios. The Force Awakens no había estrenado cuando Rian Johnson comenzó a escribir su libreto de The Last Jedi, así que el director y guionista procedió a hacer lo que siempre ha hecho en todos sus filmes: redactar un libreto original establecido dentro de las idiosincrasias de un género para luego subvertirlo. Su ópera prima, Brick, fue un film noir desarrollado en high school; su trabajo más reciente, Knives Out, es un “murder mystery” que aborda la crisis de inmigración de Estados Unidos ingeniosamente. Todo lo que ha dirigido ha sido de su autoría y -con excepción de Star Wars- ajeno a franquicias fílmicas.
No debe sorprender que The Rise of Skywalker -tal y como señalan la mayoría las reseñas publicadas hoy- haya terminado siendo más una reacción a la reacción que la conclusión a la que la trilogía debió estar encaminada desde un principio.
Contrario al de Abrams, el cine de Johnson es impulsado por el desarrollo de los personajes y las relaciones entre ellos, no las maquinaciones de la trama y/o la fabricación de misterios. Si The Last Jedi se sintió como una ruptura, es porque lo fue, porque necesitaba serlo, porque se suponía que esta trilogía iba a ser algo nuevo, no más de lo mismo. Las precuelas no me gustarán, pero introdujeron la intriga política, torpemente, pero al menos intentaron expandir el universo en lugar de comprimirlo. Abrams habrá capturado el estilo de Lucas, pero Johnson fue más fiel a su espíritu de innovación, descubrimiento y -más que nada- a no dejarse influenciar por las teorías y demandas de los fanáticos que se creen dueños de esta serie.
Y entonces llegamos a The Rise of Skywalker, secuela cuya preproducción, al igual que la de The Force Awakens, se vio afectada por movimientos dentro del estudio, entre ellos la salida del director original, Colin Trevorrow. El Episodio IX comenzó a escribirse y filmarse luego de que Lucasfilm observó la controversia generada por las decisiones tomadas por Johnson en VIII, decisiones avaladas por Kennedy, cabe señalar. Así que no debe sorprender que esta haya terminado siendo más una reacción a la reacción que la conclusión que la trilogía merecía, y mientras sería muy fácil apuntar el dedo hacia Abrams como el responsable -aunque no está libre de culpa-, la verdad es que el problema comenzó en el momento que nadie creyó prudente escribir al menos un borrador de la historia que cada director pudiese seguir, tal y como hizo Lucas en la trilogía original. Pero de ser así, nunca habríamos tenido The Last Jedi, y eso sí que habría sido una gran pérdida, porque no dudo que en diez años aún continuará provocando debates, y considero que cualquier película que logre eso es porque algo hizo bien. La mayoría no dan de qué hablar más allá de su primer fin de semana en cartelera.
No dudo que la conversación en torno a The Rise of Skywalker sí se extenderá más allá de los próximos días, pero ya estoy temiendo cómo se desarrollará, no a partir de un punto de intercambio de opiniones -expresadas con mesura, con argumentos bien fundamentados a favor o en contra- sino como la validación para un bando de los “errores” del Episodio VIII y la lamentación para el otro de lo que pudo ser y no fue. Y mientras Disney recolecta los cientos de millones de dólares que recaudará en la taquilla -independientemente de lo que diga cualquiera- la brecha entre los fans se hará más amplia y profunda a medida que continuemos discutiendo por algo que hace mucho tiempo dejó de ser solo una serie de películas, pero que por primera vez se encuentran respondiendo y satisfaciendo al buzón de opiniones y sugerencias. Yo contribuiré a ella, no solo con este texto, sino a través de un podcast y una eventual reseña que escribiré una vez la vea por segunda vez mañana en la noche, porque las veo todas más de una vez, porque vi The Phantom Menace nueve veces en el cine y cada vez me gustaba menos y espero que esta sea a la inversa. Continuaré expresando mi afecto por Star Wars como siempre lo he hecho, porque incluso cuando me decepciona, lo que me inspira a escribir proviene de un lugar de amor por ella, el mismo que me ha acompañado desde niño, tanto en los puntos más altos de la serie, como en los más bajos.
Y esa sí será una reseña, porque no olvide que esta nunca lo fue.