Kristen Stewart, Satanás, Dev Patel "in a monkey mask: we didn't start the fire..."
Héroes hinduistas, chicas culturistas, cristianismo, lesbianismo y anabólicos. Un debut directoral, una precuela infernal, ¡esta oda a Billy Joel, se ha salido de control!
El pasado lunes me metí a ver Arthur the King. No es que tenía particular interés en ver a Mark Wahlberg, sino que mi hija fue con sus amistades a ver Ghostbusters: Frozen Empire y eso era lo único en cartelera que me quedaba por ver (con excepción de los filmes religiosos que, tendrán su nicho y contribuirán a mantener los cines abiertos en tiempos cuando la taquilla continúa en crisis, pero no son para mí). Para mi gran sorpresa, Arthur the King no estuvo mal. Es exactamente lo que vende el póster: un feel-good movie zalamero, “based on a true story”, protagonizado por Wahlberg y un perro. Por lo general no veo películas con perros -ni Mark Wahlberg- destacados en el póster, porque 9 de cada 10 veces esto significa que el perro muere al final, pero como dije, no había nada más que no hubiese visto ni algo que quisiera repetir, así que rompí mi propia regla y, al final, no me arrepentí. Sin embargo, ahora sí, oficialmente, me había quedado sin opciones en el cine, al menos hasta el pasado jueves, 4 de abril, cuando llegaron tres estrenos que quería ver.
A las 9:00 de la noche del viernes, ya los había visto todos.
El primero en agenda fue Monkey Man, el debut directoral del actor Dev Patel (The Green Knight) en el que interpreta a uno de esos arquetípicos “man with no name”, en este caso un luchador de peleas clandestinas, conocido informalmente -tarde en la película- como “Monkey Man” porque utiliza una máscara de mono en el cuadrilátero. Fuera del ring, el hombre se gana la vida en las calles de Yatana (ciudad ficticia de India) buscando chamba aquí y allá pero todo con un propósito, que rápidamente descubrimos que es la vieja y confiable “venganza” que impulsa tantas cintas de acción. El blanco de su vendetta lo son el jefe de la policía y un líder político/religioso, ambos culpables de la muerte de su madre, décadas atrás, por lo que consigue trabajo en un exclusivo club nocturno que frecuentan para ir cuajando su plan.
Hasta ahí la trama, y el que esta no abarque mucho más que eso es la mayor limitación del filme, pues el libreto de Patel no sabe muy bien qué hacer cuando no se están entrando a golpes. Y sí, ya sé: “¡Mira a este quejándose de la trama en una tonta película de acción!”, pero el hecho de que solo haya dos secuencias de acción en un filme de dos horas contribuye a que se asiente el aburrimiento ante la falta de violencia estilizada en pantalla. Y muy bien estilizada que está. Visualmente, Patel y su equipo toman mucho de John Wick en el uso de neones y el que su antihéroe esté repartiendo puños y patadas ataviado en un gabán, pero en términos de acción, su fuente de inspiración tira más hacia Indonesia, al estilo de Gareth Evans (The Raid) y Timo Tjahjanto (The Night Comes for Us), sangriento, visceral y salvaje. Sacadas de contexto, las dos brutales secuencias brillan por sí solas, pero también hacen más pronunciadas las carencias del resto del largometraje.
Lo que mantiene el barco a flote es la presencia magnética de Patel, quien aquí se consagra como un héroe de acción más que capaz. Soy de quienes consideran que sería un candidato idóneo para interpretar la próxima versión de “James Bond”, y luego de verlo aquí estoy más que convencido de que traería algo nuevo a una franquicia que lo necesita. No me habrá encantado Monkey Man -después del tráiler, creo que mis expectativas estaban un poco altas- pero le veo futuro al actor detrás de las cámaras y estoy ready para lo que sea que vaya a ser su próximo proyecto.
Y hablando de expectativas, el no tenerlas pudo haber tenido efecto en lo mucho que me disfruté The First Omen. Las precuelas tienen tan mala reputación en la industria que es normal esperar lo peor de ellas, pero de vez en cuando sale una que justifica su existencia, y cuando se trata de servir de prólogo a The Omen, no es poca cosa decir que esta es digna de mencionarse en la misma oración que aquel clásico de Richard Donner. No sé cómo terminamos con dos películas que comparten prácticamente el mismo argumento en menos de un mes, pero mientras Immaculate cumplió con servir los shocks, The First Omen es definitivamente la versión superior y más completa de la premisa “monja se ve involucrada en un complot de la iglesia católica para dar a luz al anticristo”.
Tras varios años trabajando en la televisión, la cineasta Arkasha Stevenson da el salto a la pantalla grande y deja una tremenda impresión como directora y coguionista de este filme, en el que nos transporta a Italia, a principios de la década de 1970, para mostrarnos cómo el niño “Damien Thorn” (mejor conocido como “El Hijo del Diablo”) acabó siendo criado por una pareja de diplomáticos en Gran Bretaña. La joven actriz Nell Tiger Free encarna a la novicia “Margaret”, quien acaba de llegar a un orfanato para emitir sus votos cuando empieza a notar cosas extrañas ocurriendo a su alrededor, aunque ni más ni menos extrañas que las que ha estado experimentando a lo largo de toda su vida. Ustedes saben el tipo: escucha susurros en medio de la noche, ve cosas que más nadie ve y tiene visiones muy pero que MUY vívidas de un monstruos saliendo de la vulva de una mujer. Nada fuera de lo normal.
Stevenson exhibe un excelente manejo del arte de construir escenas genuinamente tenebrosas, sin abusar mucho de los trillados jump scares y, cuando recurre a ellos, los ejecuta ejemplarmente bien. La directora apuesta mucho a los close-ups tanto para capturar las expresiones de terror que emanan de su protagonista -quien también se desempeña loablemente-, como para acercarnos a las imágenes sobrenaturales que ponen los pelos de punta. De hecho, hay una secuencia en específico que no tengo idea cómo pasó la certificación “R” sin que la MPAA la censurara, pero me alegra verla aquí. A ella se le suma otra escena igualmente memorable, en la que Stevenson rinde tributo a una de los momentos más estremecedores del películón de Andrzej Żuławski, Possession (1981), y entre ambas componen la mejor tarjeta de presentación del talento de esta novel cineasta.
Una advertencia para los puristas: al final, The First Omen comete uno que otro “sacrilegio” contra el legado de The Omen, reescribiendo un detallito aquí, reinventando otra cosa acá, pero ¿saben qué? No importa. Cuando la ejecución es tan buena, soy perfectamente capaz de perdonar estas transgresiones.
Más difícil de perdonar es el que localmente hayamos tenido que esperar tanto por el el estreno de Love Lies Bleeding, pero la espera valió la pena. El segundo largometraje de la directora Rose Glass es un considerable step-up de su ópera prima, Saint Maud, en el que queda categóricamente claro que estamos ante una cineasta superdotada, dispuesta a romper reglas y virar los convencionalismos patas arriba con tal de provocar al espectador. Habiendo conquistado el horror, la artista ahora se mueve al noir con un filme que jamás deja de ser subversivo y cuyo género solo podría describir como “un film de A24”.
Kristen Stewart interpreta a “Lou”, una mujer que trabaja como gerente de un andrajoso gimnasio en Nuevo México, en 1989. Un día, entre destapar inodoros llenos de mierda y cumplir con las otras tareas de mantenimiento del local, su mirada es secuestrada por una imponente chica dándole a las pesas, y es fácil comprender por qué, pues “Jackie” es encarnada por la cautivante Katy O’Brien, quien debería salir de este filme convertida en una estrella. El flirteo las lleva esa misma noche a la cama y al día siguiente ya están viviendo juntas. “Jackie” entrena para cumplir su sueño de competir en un certamen de fisicoculturismo en Las Vegas, pero una mala noche descarrila por completo su destino y la sumerge en la vida delictiva de la familia de “Lou”.
Estructuralmente, el libreto de Glass y Weronika Tofilska no se sale de los márgenes del típico y sórdido drama criminal , con toda la corrupción, violencia, sexo y nefarios personajes que este requiere (Ed Harris, en particular, sobresale en uno de los papeles más repugnantes que jamás haya interpretado). Pero el neo noir es un género extremadamente maleable, y ambas cineastas aprovechan esta cualidad a cabalidad, tomándose serias libertades creativas para empujar su puesta en escena hacia lo surreal, incluyendo elementos del body horror, los cuentos de hadas y hasta los superhéroes. No todas sus alocadas ideas dan en el blanco, y el desenlace atraerá a tantas personas como a las que repelerá, pero se aprecia y se aplaude su osadía.