TIFF21: Soberbio retorno de Jane Campion con “The Power of the Dog”
La cineasta neozelandesa regresa al cine tras 12 años de ausencia con la misma mordida que la caracteriza.
El Festival Internacional de Cine de Toronto arrancó el pasado jueves su vigésimo primera edición con una plataforma híbrida que me ha permitido cubrir a distancia parte de su cartelera. Al tope de la lista de las películas que más quería ver, estaba The Power of the Dog, que marca el regreso de la directora Jane Campion a la pantalla grande tras no dirigir ningún largometraje desde Bright Star, en el 2009. Me complace decir que la espera valió la pena.
Adaptada por la propia cineasta de la novela homónima de 1967 del autor Thomas Savage, el filme es un denso y complejo western acerca de la tiranía doméstica perpetrada por un vaquero de Montana en 1925, interpretado por Benedict Cumberbatch en la actuación más monstruosa de su carrera. El actor británico encarna a “Phil Burbank”, el ranchero encargado de la labor pesada del ganadero que maneja junto a su hermano, “George” (Jesse Plemmons), quien se carga de administrar el lado del negocio. Ambos habitan en un ambiente en la que impera la testosterona, hasta que “George” decide casarse con una viuda y el dominio de “Phil” se ve trastocado. La llegada de “Rose” (Kirsten Dunst) y su hijo, “Peter” (Kodi Smit-McPhee), al rancho provoca el desdén del vil personaje, torturándolos a ambos constantemente, hasta que se expone emocionalmente a la posibilidad del amor.
Campion cocina la trama a fuego lento, dejando que las emociones y deseos suprimidos burbujeen en la superficie hasta que se tornan asfixiantes. La tensión dramática que se manifiesta entre Cumberbatch y Smit-McPhee -quien da una actuación más reservada, pero no menos impresionante-, es lo que propulsa la historia hasta su brillante tercer acto, en el que la tesis de la película acerca de cómo la represión engendra toxicidad, alcanza su punto de ebullición de manera sorpresiva. La inquietante banda sonora de Jonny Greenwood -que evoca a las piezas que compuso para Paul Thomas Anderson en There Will Be Blood- contribuyen notablemente a la sofocante atmósfera que construye Campion, mientras que la fantástica cinematografía Ari Wagner, quien aquí captura tan sublimemente los paisajes de Nueva Zelanda (donde se filmó la cinta), hacen del clásico oeste estadounidense un escenario casi extraterrestre.
Hay mucho más que decir acerca de The Power of the Dog, pero lo dejo para cuando estrene en Netflix a principio se diciembre.
Apuntes de TIFF ’21 – Días 1 y 2
Lo primero que vi en el festival fue Petite Maman, el más reciente trabajo de la cineasta Céline Sciamma (Portrait of a Lady on Fire), acerca de la estrecha amistad que nace entre dos niñas, interpretadas tiernamente por las hermanas gemelas Joséphine y Gabrielle Sanz. Es asombroso cuánto logra compactar Sciamma en apenas 72 minutos, desde viajes en el tiempo hasta ese primer encuentro cercano con la muerte, filtrado a través de las miradas de estas dos criaturas. Sin recurrir a explicaciones rebuscadas ni reglas que no vienen al caso, la directora y guionista une a madre e hija en el mismo tiempo y espacio, haciéndolas amigas durante su infancia, para que juntas aprendan a lidiar con esos primeros golpes que da la vida. A través de las mejores actuaciones infantiles que he visto en año, logra algo verdaderamente hermoso y especial.
Mi segundo día en TIFF inició con el estremecedor documental Attica -próximo a estrenar en Showtime- acerca de la masacre cometida en la prisión de Nueva York, en 1971, luego de que los prisioneros tomasen control del plantel y cuatro días después decenas de ellos fuesen asesinados a sangre fría. El director Stanley Nelson coloca frente a la cámara tanto a los ex confinados que sobrevivieron la barbarie como a los familiares de los guardias penales que también murieron en el motín a manos de los oficiales que entraron ahí y dispararon a mansalva. El filme es un triste recordatorio de cómo Estados Unidos continúa practicando la esclavitud en sus instituciones penales y de cómo estas barbaridades pasaron, pasan y continuaran pasando -dentro y fuera de las cárceles- en un país que lleva el racismo en la sangre.
El último largometraje que merece mención lo es Drive My Car, ganador del premio al mejor guión en la pasada edición del Festival de Cannes, y con el que su director Ryusuke Hamaguchi logra que tres horas se sientan cortas. El prólogo nada más, dura 40 minutos, y hay que aplaudir la osadía de tirar los créditos de apertura cuando ya ha pasado casi una hora. En esta cautivante y reflexiva adaptación de un cuento de Haruki Murakami, un actor y director de teatro queda viudo tras descubrir un íntimo secreto que guardaba su esposa. Dos años después, es contratado para dirigir una adaptación de Uncle Vanya, la compañía teatral le asigna una chofer con quien entabla una relación amistosa y, a través de ella, comienza a abrirse emocionalmente para finalmente lidiar con la muerte de su pareja. El maravilloso drama, acerca de cómo conciliamos lo que se deja sin decir tras la partida de nuestras personas más allegadas, tiene un final sacado directamente de Chekhov, y es absolutamente precioso.