“The Predator” vuelve a estrellarse, en la Tierra y en el cine
El más reciente intento por reactivar esta serie de ciencia ficción se suma a la larga lista de fracasos que se ha visto por las pasadas décadas.
Shane Black, un veterano guionista con más de tres décadas de experiencia y muy versado en el cine de género -con créditos que incluyen los libretos de Lethal Weapon, Kiss Kiss, Bang Bang y The Nice Guys- sonaba como el candidato perfecto para, no solo escribir, sino también dirigir The Predator, más cuando el propio cineasta actuó en la cinta original de 1987. Esa fue una buena película, con una historia simplona pero concisa, y cabalmente ejecutada; efectos especiales prácticos que todavía hoy siguen siendo impresionantes; poblada por un puñado de personajes arquetípicos, sí, pero distintivos e inmediatamente memorables; y -por supuesto-, protagonizada por un héroe de acción del calibre de Arnold Schwarzenegger, cualidades de las que The Predator carece en su totalidad.
Lo único salvable del más reciente intento de 20th Century Fox por producir una buena secuela a aquel clásico ochentoso de John McTiernan, es la característica chispa que se halla en los diálogos redactados por Black, colmados de los mejores insultos, improperios y “one-liners”. Y, aun así, se le va la mano. The Predator es un filme de excesos -excesos de trama, personajes y palabras-, que fracasa rotundamente a la hora de fusionar los clichés de las cintas de acción de los años 80 con las continuas aspiraciones del estudio de convertir esto en una franquicia bona fide, cuando es más que evidente -tal y como ocurre con Alien y The Terminator- que lo último bueno que salió de estos largometrajes de ciencia ficción estrenó hace ya varias décadas. Es tiempo de aceptar que sus respectivas premisas no dan para más.
Black transfiere la acción de las junglas a los suburbios citadinos antes de devolverla a su hábitat más natural en un bosque, arrancando con una secuencia en la que introduce al personaje principal de “Quinn McKenna” (Boyd Holbrook), un francotirador que, en medio de una misión en México, presencia cuando la nave de un “predator” se estrella en la selva. Tras un breve intercambio de golpes y disparos, “Quinn” logra escapar no solo con su vida sino con el casco y brazalete del extraterrestre, dos letales piezas de armadura que el soldado envía por correo a Estados Unidos y caen en manos de su hijo, “Rory” (Jacob Tremblay), un niño autista cuya condición es utilizada como un mero mecanismo de la trama de la manera más trillada posible. Tal parecería que Black jamás ha conocido a alguien con autismo, ya que su manejo aquí a veces raya en lo ofensivo.
Mientras “Rory” descifra cómo utilizar la tecnología alienígena, su papá es detenido por el ejército y montado en una guagua junto a otros soldados con sus propios traumas mentales y emocionales. Está “Nebraska”, encarnado por Travante Rhodes (Moonlight) con un encanto y carisma irresistible; “Coyle” y “Baxley”, interpretados respectivamente por Keegan-Michael Key y Thomas Jane, quienes se encargan de proveer las mayores risas de la película; y “Lynch” y “Nettles” (Alfie Allen y Augusto Aguilera), dos personajes tan desechables que apenas ameritan mención. Y si estos ya de por sí aparentan ser demasiados papeles, espere, que hay más. También tenemos a Olivia Munn, en un patético rol que desafortunadamente solo puede ser descrito como “la científica atractiva”, y a Sterling K. Brown, a quien da gusto verlo saboreándose hacer del villano, aun cuando este es de cartón.
Si la película se mantiene bastante llevadera durante su primera mitad, se debe única y exclusivamente al intercambio verbal entre los soldados, que pasan más tiempo discutiendo que peleando contra el “predator”. Este acostumbra a ser el fuerte de Black, aunque aquí no cuenta con el mejor grupo de actores para hacerlo, o quizás sea que hay demasiados, con unos hablando por encima de los otros en todo momento. El cineasta no sabe cómo mantener el control de estas escenas, y lo mismo se repite en las secuencias de acción, pobremente ejecutadas y la inmensa mayoría filmadas de noche con baja iluminación. Los efectos especiales digitales, que se introducen principalmente con la llegada de otro “predator” y sus risibles perros -primos lejanos de aquellas atrocidades que se vieron en Hulk (2003)-, son de muy baja calidad, y al prescindir del típico hombre disfrazado como oponente de los héroes, ver a estos luchar contra aberraciones computarizadas le resta muchísimo al desenlace.
Y hablando de desenlace, los minutos finales de The Predator son terribles, un patético coda que se suma a los peores elementos del filme -como querer darle una razón a estos extraterrestres para explicar por qué continúan regresando a la Tierra- con miras a dejar al espectador deseando que el estudio le dé luz verde a la secuela cuanto antes posible, algo que muy bien podría pasar. Así que permítame precipitarme y despachar de una vez con lo que sería esa reseña augurando que -de producirse- con toda probabilidad será igual o peor que esta. Nada de lo que se ha visto en esta serie desde Predator 2 en 1990 promete un resultado distinto a eso.