"The Florida Project", entre la cándida ilusión y la cruda realidad
El director Sean Baker fija su mirada en los marginados que viven en los alrededores del llamado "Happiest Place on Earth".
Como todo reino feudal, el Magic Kingdom en Orlando, esa Meca de la diversión para tantas familias, está rodeado de plebeyos. Tan solo unas millas separan el castillo de Cenicienta -en Disney World- de The Magic Castle -un hotel de una, quizás, dos estrellas, en las afueras- pero esta corta distancia muy bien podría ser medida en años luz.
The Florida Project es, en parte, acerca de la entrañable ingenuidad de la niñez y la realidad que ronda a su alrededor con la amenaza de acabar de golpe con ella.
Mientras los turistas abarrotan los parques temáticos, en los alrededores del “Happiest Place On Earth” operan estos hoteles que, tras la recesión del 2008, dejaron de funcionar plenamente como uno. Todavía hay viajeros que acaban ahí por accidente, probablemente engañados por el nombre del sitio, creyendo que está vinculado de alguna forma a la casa de Mickey Mouse. Sin embargo, el grueso de sus inquilinos habita en ese nivel de pobreza en el que aún no están viviendo en la calle, pero casi, pagando hospedaje noche a noche para mantener un techo sobre sus cabezas.
Es aquí, en los márgenes de la felicidad corporativa y el "When you wish upon a Star", que se desarrolla The Florida Project, el maravilloso largometraje del cineasta Sean Baker, quien despuntó hace dos años con Tangerine, otro filme acerca de personas ignoradas por la sociedad. En esta ocasión, Baker baja la cámara y la posiciona al nivel de sus pequeños protagonistas: un trío de niños que reside en The Magic Castle, nombre que parecera irónico, pero para ellos no podría ser más cierto. La capitana de este grupo es “Moonee”, interpretada por la novel Brooklynn Prince, con la autenticidad que solo se encuentra en alguien de tan corta edad y prácticamente ninguna experiencia histriónica.
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Vivaracha, impetuosa y malcriada, la pequeña de 6 años gobierna los alrededores del hotel como su propio parque de diversiones, encontrando “Haunted Mansions” en lujosos proyectos de vivienda abandonados y “Animal Kingdoms” entre las vacas que andan pastando cerca de donde reside. La espléndida cinematografía de Alexis Sabe -frecuente colaborador del brillante director mexicano Carlos Reygadas- pinta la pantalla de sublimes tonos pastel que hacen ver el microcosmos de “Moonee” como el lugar más fantástico del mundo.
The Florida Project es, en parte, acerca de la entrañable ingenuidad de la niñez y la realidad que gravita a su alrededor con la amenaza de acabar de golpe con ella. El libreto de Baker -coescrito con Chris Bergoch- contrasta la perspectiva de “Moonee” con la de su mamá, “Halley”, encarnada por la flamante Bria Vinaite, a quien Baker encontró a través de Instagram. Basta con que aparezca en pantalla para entender por qué capturó el ojo del director. Repleta de tatuajes y con el pelo pintado de azul, Vinaite interpreta a “Halley” con la rebeldía típica de una adolescente, despreocupada y desafiante, sin dinero ni futuro. Una joven madre necesitada de una progenitora, que consigue dinero para pagar la renta vendiendo perfumes a turistas o cometiendo fechorías que ya le han valido encontronazos con las autoridades.
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El único aliado de ambas en este lugar lo es “Bobby”, el gerente de The Magic Castle, que sirve de un tipo de padre postizo, protector y alcahuete. En manos de Willem Dafoe, el papel adquiere el peso y la profundidad de las arrugas en su rostro, visiblemente agobiado por la tristeza que lo rodea y en la que él también se ve obligado a sobrevivir. Detrás de cada regaño viene un gesto de compasión. Los años que lleva trabajando ahí le ofrecen la previsión que muchos de su huéspedes -como “Halley-, carecen. Él sabe cómo todo va acabar antes de que ocurra. Lo ha visto decenas de veces, condenado a vivir entre la impotencia y la resignación.
La dirección de Baker favorece la improvisación y la captura del transcurso de las vidas de sus protagonistas en su ritmo normal, ya sea persiguiendo aventuras o contemplando el ocio. Nada se siente forzado, al contrario. El largometraje posee una autenticidad conmovedora, enfocada en los detallitos, en los dialectos, en las sonrisas de tres niños saboreándose la misma barquilla de mantecado. Hay tanta alegría dentro de la cruda realidad, que cuando la verdadera tristeza hace su aparición, esta cala aun más hondo en el espectador.
Resulta imposible ver The Florida Project sin pensar en las decenas de miles de puertorriqueños que se han mudado a ciudades como Orlando en los pasados tres meses, persiguiendo un mejor futuro que -quisiera pensar- encontrarán. Me preocupan los que no, los niños que acabarán como “Moonee”, ilusionados con la idea de vivir al ladito de Disney, sin saber que cruzar el Atlántico no los coloca más cerca de las puertas del reino.
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