"The Boy and the Heron" recoge la vida, carrera y fascinantes contradicciones de Hayao Miyazaki
El maestro de la animación contempla su existencia mientras se prepara para el final con una de las obras más personales y formidables de su filmografía.
The Boy and the Heron es un título demasiado literal para un filme que no podría ser más hermosamente lírico. Su apariencia y estructura son las de un cuento de hadas, otro alucinante viaje a un mundo mágico como los que emprendieron “John Carter” a Marte, los hermanos y hermanas “Pevensies” a Narnia o “Alicia” al país de las maravillas. Nada inusual en el venerado canon fílmico del renombrado animador Hayao Miyazaki, cuyos protagonistas tienden a perderse en estos espacios fantásticos, ninguno más querido que el de su propia versión de esta clásica fábula, la extraordinaria Spirited Away. Sin embargo, de igual forma que la misteriosa torre en el centro de esta nueva aventura oculta todo un planeta compuesto por un sinnúmero de historias inacabadas, la más reciente obra del cineasta japonés esconde un océano de ideas, metáforas, recuerdos, analogías, miedos y anhelos -entre otras cosas- debajo de su colorida y espléndida corteza dibujada a mano.
La clave para comprender lo que el director de 82 años desea transmitir (o al menos lo que este gran admirador interpretó) yace en su título original en japonés: How Do You Live?, pues “¿Cómo vives?” no solo es la interrogante que conforma la médula del argumento, sino la que prácticamente resume su filmografía entera. ¿Cómo se vive mientras los grandes intereses destruyen nuestro medioambiente? Princess Mononoke invita a tomar cartas en el asunto. ¿Cómo se vive ante incesantes conflictos bélicos? Ahí están Howl's Moving Castle y Nausicaä of the Valley of the Wind. ¿Cómo se vive de cara al autoritarismo? Porco Rosso nos obsequia la valiosa -y trágicamente relevante a nuestra actualidad- lección de vida: “es mejor ser un cerdo que un fascista”. The Boy and the Heron es la acumulación de más de cincuenta años de carrera haciéndose una y otra vez esta misma pregunta y luchando con ella desde perspectivas tan adultas (The Wind Rises) como infantiles (My Neighbor Totoro), pero lo que hace a esta cinta verdaderamente única es la maravillosa forma en la que convergen ambos puntos de vista. Si este, en efecto, terminase siendo su “adiós” artístico, Miyazaki no se pudo haber despedido con un trabajo más apropiado y a tono con su carácter.
Quienes conocen tan siquiera un poco del creador de Kiki's Delivery Service -más allá de lo que nos revela acerca de él a través del lápiz y el papel-, saben que se trata de un hombre de fascinantes contradicciones: un pacifista recalcitrante con una fijación por los aviones de guerra; un tejedor de entrañables relaciones paterno-filiales con una contenciosa y complicada relación con su propio hijo; un viejo cascarrabias, malhumorado y pesimista, que a su vez -aún cuando ha anunciado públicamente su retiro “definitivo” en al menos tres ocasiones- no puede parar de hacer bellas películas llenas de vida, bondad y humanismo. Y es de entenderse. Cada quien necesita escapar de la crueldad que a diario nos rodea, ya sea en la práctica de un deporte, cocinando un bizcocho, cultivando un jardín o tomando una foto. Claramente la animación es su refugio, un tipo de mecanismo de defensa que le permite plasmar mundos como él quisiera que fueran, exentos de maldad, y aún así rara vez lo logra, pues a pesar de su inmensa imaginación, es un tipo realista.
Esta no será la primera vez que Miyazaki nos confronta con la susodicha pregunta, pero quizá nunca lo había hecho de una forma tan directa y reflexiva. How Do You Live? está presente sugestivamente a lo largo de toda la trama, e incluso su fuente de inspiración -la novela homónima de 1937 del autor Genzaburo Yoshino- se manifiesta en pantalla durante una de sus más tiernas escenas. Aunque el cineasta no realiza una adaptación directa del texto, sí hay un paralelismo entre “Koperu”, el adolescente que protagoniza el libro, y “Mahito”, el personaje principal de The Boy and the Heron. El primero pierde a su padre mientras que el segundo sufre la muerte de su mamá cuando el hospital en el que trabajaba se prende en llamas a consecuencia de una de las miles de bombas incendiarias que cayeron sobre Tokio durante la Segunda Guerra Mundial. A través de una estremecedora secuencia inicial -inusualmente impresionista para el estilo de Studio Ghibli- vemos el desespero de “Mahito” por llegar corriendo a salvarla mientras todo su entorno se desfigura como si fuese una pesadilla. Porque lo es. La peor de todas, de esas de las que no se despierta, y una que aún agobia al niño un año después, cuando en 1943 se muda al campo junto a su papá y su nueva esposa, “Natsuko”, la hermana de su fenecida madre.
El menor de 12 años -fácilmente el personaje más críptico de Miyazaki, y uno que apenas enuncia una palabra durante los primeros 45 minutos- no se adapta bien a su nuevo hogar, donde siete encantadoras viejitas velan por él en más maneras de las que son inmediatamente obvias. Sumido en la más profunda de las tristezas, “Mahito” incluso recurre a infligirse daño a sí mismo -entre otras razones- para no regresar a la escuela, abriéndose la cabeza con una piedra, siendo este el menor de sus dolores. Lo único que logra capturar su atención y distraerlo de la depresión que lo acongoja es una misteriosa torre aledaña a su casa y la extraña garza que constantemente lo visita. La introducción de los elementos fantásticos es mucho más paciente, tenebrosa y lúgubre de lo que estamos acostumbrados a ver en un filme de Ghibli, y el compositor Joe Hisaishi subraya esta particularidad en el uso de tonos más oscuros y melancólicos en su acompañamiento musical, sin que falten las emotivas expresiones de júbilo en su magnífica banda sonora. El tema de la garza se torna especialmente escalofriante cuando esta se transforma, revelando una grotesca nariz y dentadura dentro de su pico, con el que empieza a regurgitar oraciones invitando a “Mahito” a acompañarla a la torre donde, supuestamente, su mamá espera por él.
Resulta que la estructura fue construida por un viejo tío abuelo del chico, y más o menos aquí es donde típicamente empezaría la mágica aventura, transportando a “Mahito” a una realidad alterna poblada por seres fabulosos -entre ellos voraces pelícanos, un colorido ejército de periquitos y hasta los adorables primos no muy lejanos de los “Kodama” de Princess Mononoke-, y lo es y lo está, pero solo a simple vista. Aquellos espectadores que se enfoquen en seguir las minucias del argumento, en captar las reglas de este lugar surreal con sus enigmáticas idiosincrasias, en un comprensible intento por descifrar sus misterios y entender cómo funciona, se toparán con una experiencia un tanto abrumadora y confusa, similar a la de ver un filme de David Lynch en la que impera la lógica de los sueños (o, en el caso de Lynch, las pesadillas). Sin embargo, una mirada más aguda revela que es así por diseño, pues Miyazaki nos lleva a un espacio de pura e ilimitada creación, habitado por ecos de sus otras películas, ideas a medias, personajes abandonados y continentes sin terminar. “Mahito” viaja a un planeta irreal condenado a permanecer en constante estado de construcción y destrucción (¿y acaso no es ese el yugo de todo artista?), mantenido por el mencionado tío abuelo, quien anda en busca de un sucesor de su propia descendencia, alguien que continué su obra y trate de concebir el mundo ideal.
The Boy and the Heron nos invita a navegar en la mente de un inigualable artista y a acompañarlo a través de diferentes etapas de su vida, específicamente el principio y el fin. Miyazaki es “Mahito”, el niño que quedó marcado por las atrocidades de la guerra, escapando a lugares inventados para lidiar con la frustración, el terror y la pena. Miyazaki también es el tío abuelo, el dios de todos sus mundos, preocupado por saber quién continuará su legado en Studio Ghibli una vez él ya no esté. Y en la más preciosa introspección de todas las que se expresan en este elegíaco largometraje, ninguna más bella que a la que llega el cineasta en su desenlace, tan íntima como liberadora, un abrazo tanto a la vida como la muerte, a lo finito y a lo infinito, de parte de un maestro pasando la antorcha, incluso cuando él mismo ha confesado no saber exactamente lo que quiso decir con lo que se suponía fuese su última película, porque por supuesto que ya se encuentra pensando en la próxima. Si van a continuar siendo así de estupendas, lo mejor que puede hacer es seguir anunciando su “retiro”.
En entrevista con el New York Times en el 2021, la periodista Ligaya Mishan le sacó a colación el título How Do You Live?, y le preguntó si podría darnos una respuesta a esa gran interrogante. Miyazaki sonrió y le respondió “estoy haciendo esta película porque no tengo la contestación”. Yo diría que The Boy and the Heron es la más clara y contundente respuesta que jamás nos ha regalado.