“Tag” contagia con su juego
Cinco amigos se rehúsan a abandonar un pasatiempo infantil en este filme inspirado en una historia real.
La premisa de Tag me parecía tan tonta que jamás imaginé que se basaba en la realidad: cinco amigos de toda la vida continúan jugando “tocaíto” anualmente cada mes de mayo a sus cuarenta y tantos años. No fue hasta el final del filme, cuando revelan a los protagonistas de la verdadera historia a través de un montaje en los créditos, que descubrí este significativo detalle que consiguió añadirle valor a lo que había sido una simple y divertida película.
Obviamente, el largometraje -el primero del director Jeff Tomsic- exagera un poco los hechos que fueron reseñados en el 2013 por The Wall Street Journal, pero no deja de ser entrañable ver los videos caseros de estos hombres de edad media haciendo malabares, disfrazándose e incluso viajando de un continente a otro con el único propósito de perpetuar un pasatiempo de su infancia. Todo, con tal de que uno de sus amigos “se quede”. Llevan casi 30 años en ese vacilón que, adaptado a la pantalla de cine, contagia con su energía.
En la película, el reto principal es tocar al que nunca se ha “quedado”: “Jerry” (Jeremy Renner), un exitoso gurú del ejercicio que está próximo a casarse. Sus mejores amigos -interpretados por Jon Hamm, Ed Helms, Jake Johnson y Hannibal Buress- ven el evento como la oportunidad idónea para quitarle el invicto. Lo que procede es una serie de absurdas pero comiquísimas secuencias en las que el cuarteto trata a toda costa de tocar a “Jerry”.
La química del elenco es un componente esencial en la efectividad de “Tag”. Hamm haciendo comedia siempre es un deleite, al punto de que debería perseguir más papeles que le permitan desarrollar esa faceta. El protagonista de Mad Men se desempeña muy bien con sus compañeros de reparto con mayor experiencia en el arte de hacer reír. También cabe destacar a Isla Fisher -quien hace de la esposa del personaje de Helms-, cuyo sagaz ritmo humorístico llega en el momento preciso y sin pedir permiso, dejando a su paso muchas de las más sonoras carcajadas que provoca la película.
Encima de todo esto, rociado como una liviana capa de azúcar que endulza pero no empalaga, está el corazón de la trama que invita a siempre mantener vivo que llevamos dentro. Suena trillado, y lo es, pero la película nunca cruza la línea hacia lo falso. Expresa esta idea con sinceridad y hace hincapié en ella tan cerca del desenlace que no es algo que impere sobre el resto del argumento. Al fin y al cabo, su meta es hacer reír, algo que logra sin mayor esfuerzo. El sentimiento llega durante los créditos en el mencionado montaje, que pone en contexto y le da peso a todo lo que acabamos de ver.