“Skyscraper” recicla clichés para una nueva generación
Dwayne “The Rock” Johnson sigue los pasos de Bruce Willis, Steve McQueen y Harold Lloyd en este tonto y divertido blockbuster.
Los críticos de cine vemos tantas y tantas películas, que a veces olvidamos cómo se sintió aquella primera exposición -décadas atrás- a sus mayores convencionalismos, sobre todo cuando se trata de tontos estrenos como Skyscraper, fáciles de mirar de reojo por encima del hombro y despachar como “otro ruidoso producto hollywoodense”. Y no es que no lo sea -por que lo es-, sino que es bastante bueno siéndolo. De haberlo visto por mi cuenta, o en alguna función de prensa prácticamente vacía, mi reacción a este blockbuster veraniego probablemente hubiese sido similar a esa, pero al verla ayer en su día de estreno junto a mis hijos -el nene de 10 años, y la nena de 8-, pude presenciar a través de sus ojos, exentos de cinismo, lo que es enfrentarse por primera vez al antiguo y gastado molde de este tipo de filme de acción.
El largometraje no es más que otro refrito de Die Hard combinado con The Towering Inferno. El director y guionista Rawson Marshall Thurber parece haberlas visto en una doble tanda, tomó a los mercenarios de la primera y el edificio en llamas de la segunda, y dijo: “Chequéate esto: voy a hacer una película dentro de un rascacielos cuyo incendio ES PROVOCADO por unos mercenarios. Boom”. Lo único que necesitaba para completar la ecuación era un héroe, y Dwayne “The Rock” Johnson no poseerá el talento histriónico de Steve McQueen, Paul Newman, ni Bruce Willis, pero de que sabe interpretar a un corpulento héroe de acción, lo sabe. El exluchador es la estrella de cine del momento, y actualmente son muy pocas las que resplandecen con su mismo brillo.
Para mis hijos, sin embargo, aún no existen Die Hard, The Towering Inferno ni ninguna de las copias que han salido desde sus respectivos estrenos. Ellos solo ven al tipo de Jumanji: Welcome to the Jungle y la voz de “Maui” en Moana, escalando una imponente grúa para rescatar a su familia del mencionado edificio, y cuando este da un imposible salto a miles de pies de altura para llegar de una estructura a la otra, ellos no saben que el protagonista no se va a matar. El niño se abraza al brazo de su mamá mientras la niña mantiene ambas manos frente a su boca, como si estuviese comiéndose las uñas. ¿Qué mejor prueba de que una película está funcionando a cabalidad que ver a dos espectadores cautivados por estos viejos trucos de magia fílmica?
Johnson interpreta a “Will Sawyer”, un exagente del FBI que abandonó la agencia diez años antes, tras perder una pierna mientras realizaba una misión. Ahora se dedica a servir de consultor de seguridad, y su más reciente trabajo lo lleva a Hong Kong para inspeccionar The Pearl, el rascacielos más alto del mundo, equipado con lo último en la tecnología. “Sawyer” se hospeda en los apartamentos que aún no han sido inaugurados, junto a su esposa (Neve Campbell) y dos hijos, quienes turistean mientras él hace sus tareas. La última, antes de dar su visto bueno, es examinar una planta generadora de energía a unas millas de The Pearl, y es justo cuando se encuentra por allá que un grupo de mercenarios irrumpe en el rascacielos, toma control de él y sus modernos sistemas de seguridad, y lo prende en fuego con la familia de Sawyer adentro.
El libreto de Marshal Thurber no es nada especial. Desde el principio revela claramente como cada obstáculo se va a resolver, principalmente el desenlace. Los personajes no tienen dimensión alguna y el misterio en torno a por qué los mercenarios están interesados en destruir el edificio es inconsecuente. Su dirección, por el contrario, es muy acertada, y en un explosivo blockbuster sin sentido, esto pesa más que lo que está en el papel. Las secuencias de acción no sufren de ese jamaqueo de cámara tan recurrente en el cine contemporáneo. Los stunts se capturan con mesura, permitiendo que el suspenso se manifieste orgánicamente en las escenas donde importa. Uno quisiera que el filme se inclinara aún más hacia lo absurdo y cayese en el territorio del “B-movie”, pero esa no es la cinta que él está interesado en hacer. Su acercamiento a este género es uno bastante tradicional y práctico.
Por su parte, Johnson continúa puliéndose como héroe de acción, y si bien su carisma aún no ha alcanzado el cénit de su desarrollo, su actuación aquí es tan funcional como el libreto requiere que lo sea. Él es capaz de más, pero aquí no se le pide más que el mínimo: ser una mole de músculos y magnetismo capaz de resolver toda situación de peligro con la increíble versatilidad que le provee su prótesis y un poco de “duct tape”. El resto del elenco queda en un segundo plano. Campbell no es exactamente la “doncella en peligro”, pero está casi ahí. Cabe destacar el hecho de que entre el reparto haya tantos rostros asiáticos -como Byron Mann, Elfina Luk y Chin Han- quienes realizan muchas de sus escenas en cantonés con subtítulos, algo insólito en un estreno comercial estadounidense. Definitivamente, China es el mercado del momento para los estudios de Hollywood.
Skyscraper no agrega ningún condimento nuevo a la tradicional receta, pero a veces basta con escuchar a una banda amateur interpretar hábilmente un repertorio de éxitos. Hoy es “The Rock” colgando de una torre de cristal; hace casi un siglo, en 1923, Harold Lloyd hizo lo mismo al guindar de la manecilla de un gigantesco reloj en el filme mudo Safety Last!. El efecto sigue siendo el mismo, y siempre habrá alguien en el cine experimentándolo por vez primera.