"Sinners" pone a correr la sangre al ritmo del blues
El fabuloso largometraje del director Ryan Coogler llega con grandes ideas, una impecable puesta en escena y completamente libre de pecado.
La música late en el corazón de Sinners, independientemente de que esta a veces provenga del pecho de un muerto viviente. Es la fuerza que la impulsa desde su mítico prólogo, hasta su hermosa coda. En ella yace la salvación del cuerpo y el alma, la cura de muchos males y el éxtasis carnal, así como la liberación tanto individual como colectiva, aun cuando esta tan solo se manifieste durante esos breves minutos en los que nos envolvemos en las melodías, ritmos y letras que nos ayudan a olvidar el yugo que cargamos a diario. Es el medio por el que nos comunicamos con los ancestros, dejamos atrás un invaluable récord histórico, y expresamos la gama de emociones que comprenden la existencia humana.
Aunque pudiera parecer paradójico, todas estas virtudes quedan emotivamente plasmadas en una singular película de vampiros, esos perennes villanos de la ficción, que aquí son utilizados alegóricamente por el director y guionista Ryan Coogler para señalar a los verdaderos monstruos, aquellos que se chupan la sangre cultural de las comunidades con la riqueza de tradiciones que ellos carecen, para lucrarse de ellas. Y por aquello de que la trama se establece en él, usemos de ejemplo a Estados Unidos, una nación cuya cultura -más allá de comer pavo en noviembre, tirar fuegos artificiales julio, y encontrar nuevas maneras de ser profundamente prejuiciados el resto de los meses del año- proviene del coloniaje, la inmigración y la esclavitud. O sea, de otros países, irónicamente en la capital mundial del odio al extranjero.
Coogler no esconde sus intenciones, tanto así, que como parte de su acuerdo contractual consiguió que los derechos intelectuales de esta propiedad regresaran a él dentro de 25 años. No en balde la película gira en torno a cómo el blues -y prácticamente toda la música estadounidense, como el jazz, el rock & roll y el hip hop- ha sido creada por artistas negros y explotada por vampíricos ejecutivos blancos, que se llenan los bolsillos sin ser capaces de distinguir entre la clave de sol y la de fa. Toda esta fabulosa trayectoria histórica y musical queda hermosamente plasmada en una de las secuencias más audaces que se hayan visto en un filme en lo que va del siglo 21, reuniendo en un fantástico plano secuencia desde las danzas tribales africanas, hasta el perreo intenso. Y si hacía falta una mayor prueba de que Ludwig Göransson es uno de los mejores compositores musicales que tenemos en el cine actualmente, basta con escuchar la alucinante fusión de géneros musicales que hilvana en su ejemplar banda sonora.
El libreto original de Coogler es un masterclass en cómo establecer y desarrollar a múltiples personajes antes de hacerlos pasar las de Caín. Desarrollada en 1932, la trama gira en torno a “Smoke” y “Stack”, una pareja de hermanos gemelos, quienes tras combatir en la Primera Guerra Mundial y trabajar para Al Capone en Chicago, regresan a su natal Mississippi con la meta de abrir un chinchorro que apele a la segregada comunidad negra de la región. Encarnados por Michael B. Jordan -en dos distintivos papeles que instantáneamente quedan empate como los mejores de su carrera- las intenciones de los hermanos “Smokestack” no son exactamente nobles. Quieren enriquecerse a como dé lugar, pues el único verdadero poder que pueden adquirir es a través del dinero, el mismo que tienen que gastar tan rápido como se lo ganan, antes de que se lo arrebate un político, un policía, un mafioso, o cualquier otro racista criminal.
Sin embargo, para lograr su plan, les ofrecen trabajo a varios amigos y familiares, principal entre ellos su primo, “Sammie ‘Preacher Boy’ Moore”, encarnado por Miles Caton, en un estupendo debut actoral en el que demuestra una abundancia de talento tanto para las artes histriónicas como las musicales. “Preacher Boy” vive para cantar blues, y según la leyenda del filme, es uno de esos seres con la capacidad de desvanecer la división entre la vida y la muerte a través de los acordes de su guitarra. Este don nos conecta con el pasado y el futuro, pero también atrae a otras criaturas, como el vampiro “Remmik” (Jack O’Connell), que llega hipnotizado hasta el club nocturno en busca de una invitación. Pero para este punto cerca de la mitad de la película, Coogler y su elenco -que también incluye el talento de Delroy Lindo como un pianista borrachón, Hailee Steinfeld como la ex de “Stack”, y Wunmi Mosaku como una indispensable experta en lo oculto- han hecho tan excelente trabajo de involucrarnos en las vidas de estos personajes, que hasta se olvida que hay un componente sobrenatural en el argumento.
Visual y narrativamente, Coogler hace referencia a otros clásicos del terror -como The Thing, The Shining y, especialmente, From Dusk Till Dawn- pero su propuesta no podría destilar mayor originalidad. Es la clase de estreno que pedimos a gritos, la perfecta combinación de arte comercial con cine de autor. Un filme de género, con gran alcance comercial, ideado de pies a cabeza por una artista y no por un comité de ejecutivos, humanos o vampiros, da igual, pues ninguno de ellos sería capaz de imaginar -y mucho menos, realizar- semejante película.
“Sinners” inicia hoy su segunda semana en cartelera, y afortunadamente añadieron más funciones en las salas IMAX, formato en el que fue filmada, así que aprovechen.