“Shang-Chi and the Legend of the Ten Rings” deja al héroe en la sombra del villano
El nuevo largometraje de Marvel introduce las artes marciales -y-mejor aún, a Tony Leung- a su universo cinematográfico.
Si bien es cierto que un héroe es solo tan bueno como su contraparte, Shang-Chi and the Legend of the Ten Rings presenta un villano tan imponente que deja al protagonista constantemente caminando a su sombra. Parte de esto se debe a la manera como ambos papeles fueron escritos -el arco dramático del antagonista resulta más completo y mejor delineado que el otro-, pero la razón principal para este desbalance recae sencillamente en el casting de uno de los mejores actores en el planeta para interpretarlo. Tras más de 40 años trabajando principalmente en China, el extraordinario Tony Leung hace su debut en Hollywood con un rol que, en manos de la mayoría de sus colegas, habría resultado decente, pero al que él le dedica la misma convicción y solemnidad que siempre lo ha distinguido en pantalla.
¿Quién mejor para encarnar a un legendario guerrero inmortal con el corazón roto que el mismo artista cuyo mero semblante se ha convertido en sinónimo de una vida llena de desamores? El venerado director hongkonés Wong Kar-Wai ha basado prácticamente toda su carrera en ese rostro taciturno, desde Days of Being Wild, Chungking Express y Happy Together, hasta In the Mood for Love y 2046 -entre otras obras maestras-, y a este también le deben filmes igual de excepcionales como Hero, de Zhang Yimou, y Flowers of Shanghai, de Hou Hsiao-hsien. Es lógico presumir que ese look fue exactamente el que buscaba la nueva producción de Marvel Studios para dar vida a “Wenwu”, no tanto un villano sino más bien un tipo de antihéroe, tan presente en la médula del argumento que hasta comienza con él.
Mil años atrás, en la antigua China, el misterioso guerrero capturó vastos territorios armado de diez poderosos aros que le otorgaban habilidades sobrehumanas además de extenderle la vida indefinidamente. Con ellos, fundó un imperio clandestino -conocido como los Ten Rings-, acumulando inmensas fortunas y liderando grupos criminales siglo tras siglo, perdiendo poco a poco su humanidad a medida que moldeaba el mundo de acuerdo con su visión, hasta que el amor tocó a su puerta. En la mítica tierra de Ta Lo -la próxima en su lista de conquistas-, “Wenwu” conoce a “Jiang Li” (Fala Chen), y a través de una espléndida secuencia sacada de innumerables clásicos del wuxia, ambos se enamoran, forman una familia y los anillos son guardados en un baúl.
Todo este extenso prólogo, cabe señalar, es narrado en mandarín, porque así debería ser cada vez que personajes de otras naciones figuran en el cine estadounidense. Tiene todo el sentido que conversen en su idioma, al menos hasta que el filme se contradice y los deja hablando inglés, sin razón. El rol de Awkwafina, como “Katy”, la amiga de “Shang-Chi” nacida y criada en Estados Unidos, está ahí para servir de comic relief -algo que hace bastante bien- y como excusa para que tengan que hablar inglés, incluso cuando ella no figura en la escena, incluso cuando están en Asia, pero pues, al menos trataron de ser auténticos por diez minutos. Disney querrá el dinero de la taquilla de China, pero no lo suficiente como para filmar todo el diálogo en mandarín.
Pero ajá, “Shang-Chi”. Protagonizado por el -hasta ahora- mayormente desconocido Simu Liu en la primera producción de Marvel con un elenco predominantemente asiático, digamos que el muchacho tiene un reto considerable al compartir escenas con titanes de la talla de Leung y Michelle Yeoh, quien hace de su tía en la segunda -y menos entretenida- mitad de la película. Cuando de acción se trata, y no está sujeto a las carencias del guión, Liu demuestra cabalmente por qué fue escogido para el papel principal como el primogénito de “Wenwu” y “Jiang-Li” que huye a San Francisco para tratar de rehacer su vida luego de que una tragedia que sacude a su familia. Pero el pasado lo persigue al otro continente, y de inmediato somos testigos de sus destrezas. Ya sea peleando en un estrecho autobús o en un rascacielos en Macao, Liu manifiesta sus dotes para las artes marciales en combates estupendamente filmados por el director Destin Daniel Cretton que contrastan con el resto de la acción de los filmes de Marvel al no depender de efectos digitales. Las estrellas son los stunts y las coreografías… hasta que el CGI, desafortunadamente, toma las riendas en el desenlace.
Y no es que esté fuera de lugar, incluso en un largometraje que toma tanto prestado del cine chino, que lleva décadas utilizando las computadoras para crear criaturas mitológicas. La segunda mitad se va completamente por el lado más fantasioso de la ficción de ese país, tal si fuese una cinta de Tsui Hark, con dragones, monstruos y leyendas que, honestamente, no recuerdo los detalles de cómo encajan con el resto de la historia de redención y reconciliación que se trabaja tan bien durante los primeros dos actos del libreto. Michelle Yeoh se encarga de verbalizar ese pedazo de exposición, pero el punto es que al final los efectos especiales suplantan el drama familiar, y Shang-Chi definitivamente pierde algo en ese cambio de enfoque. Tampoco ayuda el regreso de Ben Kingsley como “Trevor Slattery”, el notorio “Mandarin” de Iron Man 3, en una aparición que jamás debió pasar de un simple cameo. Todo iba súper bien hasta que a Marvel le dio la “Marvelitis” y no pudo resistir la necesidad de hacer conexiones con el resto del universo.
Vista dentro del contexto del Marvel Cinematic Universe -la única manera como, al final, pueden verse todos filmes híper conectados-Shang-Chi and the Legend of the Ten Rings apostaba a ser la próxima Black Panther, pero acaba más cerca de algo como Captain Marvel, otra historia de origen cuya protagonista no logró dejar una impresión indeleble. “Shang-Chi” queda eclipsado en su propio debut por un personaje mejor escrito y actuado, pero contrario a ese olvidable estreno del 2019, su película contiene suficientes virtudes como para codearse con las otras del estudio que resultan meramente llevaderas. Y si nada más, tiene a Tony Leung explicando la diferencia entre el “Mandarin” de Kingsley y el suyo, el original y verdadero, momento que al unísono representa un criminal desperdicio de su enorme talento, a la vez que despunta como la mejor interpretación de una innecesaria y rebuscada explicación en cualquiera de estas 25 cintas.