“Súbete a mi moto”: una caricatura basada en Menudo
La serie acerca del quinteto puertorriqueño presenta su trayectoria sin ton ni son.
Si esperaba ver una mirada humana e incisiva a las interioridades de la agrupación Menudo, no la encontrará en Súbete a mi moto. Al menos no en los primeros cinco episodios de la serie que estrena mañana en su totalidad en Amazon Prime Video Latinoamérica y que los boricuas tendrán que esperar a ver semanalmente por Wapa a partir de… algún día del mes de octubre. Al momento, el canal aún no ha anunciado cuándo comenzará la transmisión. Cabe la remota posibilidad de que el programa -coproducido entre México y Puerto Rico- dé un giro de 180 grados en los restantes diez capítulos, pero nada de lo que figura en su primer tercio augura una mejoría tan diametral.
Su mayor problema, y uno que promete extenderse hasta el final, debido a su estructura narrativa, es uno de ego y enfoque. Súbete a mi moto -creada y coescrita por Mary Black-Suárez y Sergio Jablon- no es tanto un show de televisión de Menudo, sino uno acerca de su fundador, Edgardo Díaz, featuring Menudo. Díaz es la única persona mencionada por nombre en el disclaimer con el que comienzan todos los capítulos. La serie se basa en entrevistas que le hicieron a él “y otros participantes” anónimos, y de ahí mismo parte: con Díaz en cámara, interpretado a sus sesenta y tantos años por Braulio Castillo, Hijo, siendo increpado por una antigua fanática en Ciudad de México acerca del eterno debate entre arte versus el comercio. Para ella, Menudo era lo máximo; para él, puro negocio. “Menudo era trabajo, y yo me partí el lomo trabajando”, le dice el manejador a la señora, madre de otra chica que aparece en los siguientes episodios entrevistando a Díaz. La razón aún se desconoce, así como el secreto que la fan esconde, pero que gira en torno a un suceso traumático con el grupo durante su adolescencia, evidenciando una vez más cómo ninguno de los ganchos de programa están vinculados directamente a los chicos.
Acto seguido saltamos al 1981, a una presentación del grupo en Puerto Rico. Un minuto después, regresamos más atrás a Ponce, en 1975, cuando Díaz manejaba La Pandilla. Luego, a 1977, cuando éste intentaba impulsar a otro cuarteto de cantantes llamado Aguamarina. En menos de 10 minutos, hemos recorrido cuatro lugares a través de tres décadas distintas. El argumento brinca de un punto a otro en la trayectoria de Menudo como si estuviese tachando ítems en una página de Wikipedia (en este años se presentaron en Telemundo, en este otro trabajaron en una telenovela venezolana) y así continúa, más como una colección de eventos y sucesos que como un verdadero drama hecho para la televisión moderna. No hay nada que se asemeje a un arco dramático individual para cada personaje que contribuya a su crecimiento, ni subtramas episódicas diseñadas para que cada capítulo tenga su propio principio y final dentro del marco de la historia general. Viéndolos uno detrás del otro -como los ofrecerá Amazon-, aplacan levemente la insatisfacción que deja el esperar un plato principal y recibir migajas a cambio. No quiero imaginar cómo será verlo semana a semana.
Los cinco episodios iniciales -codirigidos por Javier Solar, en México, y Raúl García, en Puerto Rico- se concentran en las primeras dos generaciones de Menudo: la original, compuesta por los hermanos Nefty y Fernando Sallabery, y Carlos, Óscar y Ricky Meléndez; y este último junto a René Farrait, Johnny Lozada, Xavier Serbia y Miguel Cancel, que fueron los que alcanzaron el estrellato durante el pico de popularidad del quinteto. Sin embargo, la caracterización de cada uno es tan pobre y su tiempo ante las cámaras tan limitado que la producción recurre constantemente a poner sus nombres en pantalla, a modo de marcar cuándo entraron y salieron de Menudo, pero también, porque de lo contrario no se sabrían quién es quién. El ejemplo más burdo de esta práctica es cuando introducen a Charlie Masso… de espaldas. Al menos su nombre aparece bien escrito en pantalla.
Y, entonces, regresamos a Díaz, el protagonista de Súbete a mi moto -encarnado de joven por Yamil Urena-, un personaje que no inspira confianza y, mucho menos, cariño. No hay nada de malo con tener a alguien tan áspero y antipático en el papel principal, pero debería tener algo de carisma, ¿no? La manera como la serie trata fallidamente de conectar con el público es mediante el uso atropellado del rompimiento de la cuarta pared, técnica que utiliza de forma tan inconsistente y aleatoria que solo logra distraer cuando Díaz mira directamente a la cámara o se dirige verbalmente al espectador. Como muchas otras cosas, se ejecuta torpemente y sin meditación.
Menudo queda relegado a un segundo plano como meros accesorios que orbitan alrededor de Díaz. El programa está tan conforme con ser una menuda (jiji) dramatización de los hitos del grupo, que prácticamente exige conocimiento previo de los mismos para llenar los blancos. Los presenta como un fenómeno sin enseñar cómo se convirtieron en uno. Y, aun así, ni en eso se esmera. La calidad de la producción no está a la altura de otros shows de su misma índole, como las series de Luis Miguel y Nicky Jam. Desde las tristes pelucas “setentosas” que les ponen a los muchachos, hasta las recreaciones tan poco llamativas y emocionantes de sus conciertos, hay un aire amateur que impera sobre la puesta en escena.
Al final, lo más penoso es el poco destaque que se le da a la música. Sí, suenan muchos de sus éxitos, pero hacen tan poco con ellos. No hay chispa en los números musicales. No dan ganas de pararse a cantar y celebrar los temas de la agrupación que pusieron a millones a bailar. La “Menudomanía” está tan ausente de la serie como el más mínimo rastro de que estas fueron y son personas de carne y hueso, que atravesaron diversos obstáculos y enfrentaron múltiples escándalos y controversias. Y aunque actualmente resulta imposible evaluarla en su totalidad, abordar estos aspectos no parece estar en el horizonte. Peor aún: no dan ganas ni de llegar a él.