Del amor (por los Mitchells) y otros demonios
The Mitchells vs The Machines y Demon Slayer: The Movie - Mugen Train, son los dos mejores estrenos cinematográficos del momento.
Dos de las películas más memorables que he visto en las pasadas semanas -y en el 2021, en general- han sido animadas. Hermosamente animadas, cabe subrayar. Ningún otro estreno de lo que va de año me ha inspirado a volverlo a ver tan inmediatamente como The Mitchells vs the Machines, el fantástico filme que estrenó el pasado 30 de abril en Netflix, que perfectamente constata el extraordinario potencial de este medio artístico. Tampoco recuerdo uno con mejores secuencias de acción que las vistas en Demon Slayer Kimetsu no Yaiba: The Movie - Mugen Train, ni uno con un título más largo, así que llamémoslo Mugen Train de este punto en adelante para conveniencia mutua.
El primer largometraje del mega popular anime Demon Slayer estrenó hoy en los cines del país (gracias a Lusca Events) tras convertirse en la película más taquillera en la historia de Japón, destronado a la obra maestra de Hayao Miyazaki, Spirited Away, la cual mantuvo el récord por más de dos décadas. Y conste que esto lo logró en plena pandemia, pero como bien nos consta, hay países que la han manejado mejor que otros. Mugen Train tiene la particularidad de que, contrario a la inmensa mayoría de los filmes basados en series de anime, este sí es una continuación de su trama y no una aventura independiente. Así que, si no la ha visto, vaya a Netflix o Crunchyroll, haga su asignación y me atrevería a apostar que se convertirá en un fan instantáneo. El argumento se desarrolla principalmente a bordo del susodicho tren en el que transitan Tanjiro, Nezuko, Zenitsu e Inosuke, miembros del Demon Slayer Corp. que se dedican a (sí, usted lo adivinó por el título) matar demonios durante las primeras décadas del siglo 20 en Japón. Junto a ellos viaja Rengoku, un guerrero élite de la misma organización -llamados hashiras- quien anda siguiéndole el rastro a un demonio que ha asesinado a decenas de pasajeros en el mismo ferrocarril.
Mugen Train funciona como un arco de cuatro episodios contados en secuencia entre la primera temporada de la serie y la segunda, próxima a estrenarse a finales del 2021. La cinta cuenta con el mismo talento del show, desde su director Haruo Sotozaki, hasta los artistas y actores vocales que trabajaron en él, y es testamento de su estupendo trabajo -así como de la calidad del anime- el que la transición de la televisión al cine sea indiscernible. Un mayor presupuesto definitivamente les abre las puertas a ejecutar más escenas vistosas y deslumbrantes, en la que tanto los héroes como el principal villano -un demonio que acecha a sus víctimas a través de los sueños- manifiestan sus poderes elementales a través del espléndido arte que está a la misma altura del que ya conocemos dentro de este mundo.
La trama tipo Inception combinada con la escena en el tren de The Hunted -aquella película con Christopher Lambert y Yoshio Harada de 1995-, ofrece diversas oportunidades para cambiar de escenarios y explorar las emociones de cada personaje a través de sus subconscientes a medida que van cayendo bajo el hechizo somnífero del antagonista. Sin embargo, este no es el mejor lugar para conocerlos por primera vez. El desarrollo se hizo a lo largo de los 26 episodios del programa, por lo que quienes tendrán una conexión con ellos y sus respectivos traumas serán las personas que ya los vieron. Dicho eso, como oferta de acción, Mugen Train podría cautivar incluso a aquellos que jamás han visto un solo capítulo. Las peleas son excitantes, el saldo de estas, impactante y hasta desgarrador, y si bien no es el mejor arco que se ha visto de Demon Slayer, definitivamente deja el deseo de que la segunda temporada estrene cuanto antes.
Por la que nadie tendrá que esperar, es por The Mitchells vs The Machines. Dirigida por Michael Rianda y Jeff Rowe y producida por Phil Lord y Chris Miller, la cinta animada es pura diversión de principio a fin, con una de las propuestas visuales más audaces y singulares que he visto desde Spider-Man: Into the Spider-Verse. Esto no debería sorprender a nadie, ya que Lord y Miller estuvieron detrás de esa ganadora del Oscar, y aquí traen con ellos el mismo alocado sentido del humor que ha elevado sus filmes -tales como Cloudy With a Chance of Meatballs y The Lego Movie- a la cima de las mejores producciones animadas estadounidenses. El equipo de artistas vuelve a empujar los límites del medio -y de nuestros sentidos- con una fusión de diversos estilos de animación, que van desde la hecha a mano hasta la computarizada, obteniendo lo mejor de cada uno para pintar la pantalla de color y originalidad.
La familia Mitchell no es exactamente The Incredibles, pero igual les toca salvar a la humanidad de una revolución robótica, liderada por una inteligencia artificial claramente inspirada en Siri, la asistente virtual de Apple. “Katie” (Abbi Jacobson), la hija adolescente, soñaba con irse de su casa y perseguir su pasión: estudiar cine en la universidad, sin jamás imaginar que los cortometrajes que subía a su canal de Youtube algún día probarían ser fundamentales para el futuro del planeta. Su mayor preocupación era distanciarse de su padre, “Rick” (Danny McBride), con el que tenía una estrecha relación cuando era niña, pero quién no ha lidiado nada bien con el crecimiento y el proceso natural de independización de su hija. Su mamá, “Linda” (Maya Rudolph), sirve de mediadora entre ambos, mientras que su hermano menor, “Aaron” (Michael Rianda), solo piensa en dinosaurios. Y lo que se suponía que fuera un último viaje familiar para llevar a “Katie” a la universidad, se convierte en una misión digna de superhéroes. Pero ese es gran parte del encanto de The Mitchells vs The Machines: sus personajes no son superhéroes, sino una familia común con sus respectivos defectos y virtudes, enfrentándose no solamente a un imponente contrincante, sino a una fuerza aun mayor, el cambio, la transición entre una etapa de la vida y la próxima, y cómo se logra alcanzar un balance entre los temores y las alegrías que le acompañan.
Por encima de todo lo que el largometraje hace bien -que es TODO-, cabe celebrar el que esta sea la primera producción de uno de los principales estudios de Hollywood (Sony Pictures) en ser protagonizado por un personaje abiertamente homosexual. Mientras Disney se da palmaditas en la espalda por dedicarle un segundo de la última Star Wars a un beso fugaz entre dos mujeres, o se jacta de ser el más progresivo por tener a una mujer policía mencionando de pasada a su novia en Onward -instantes fácilmente censurables en países conservadores-, aquí tenemos una chica que utiliza un pin de arcoíris durante todo el filme, que expresa su queerness cómodamente en todo momento y, para que no quepa duda, al final hay una línea que hace explícita su atracción hacia el mismo sexo. Y más asombroso aún, es el que la película no sea acerca de “Katie” versus su sexualidad. La joven es gay… y ya, y lo es de la forma más natural posible, sin llamar la atención hacia ello. La trama no es acerca de ella “saliendo del closet”. Ella salió hace rato -si es que alguna vez lo estuvo- y el resto de los Mitchells la aman tal cual.
En este sentido, The Mitchells vs the Machines es un avance considerable, tanto para la animación como para la representación en pantalla. Es un largometraje enteramente seguro de lo que es y lo que quiere lograr, digno de cada carcajada que provoca (que son muchísimas) y cada lágrima que exprime (que también son bastantes). La amplia sonrisa que dibujó en mi rostro durante la última media hora es la misma que veo en el espejo cada vez que pienso en ella, en sus múltiples chistes, en la canción que comparten “Katie” y “Rick”, en “Linda” defendiendo a capa y espada -literalmente- a “Aaron” y -sobre todo- en cuánto se parece un pug a una libra de pan especial.