“Free Guy” halla propósito en un mundo virtual
Ryan Reynolds se gana las carcajadas con su interpretación de un tipo que descubre que habita en un videojuego.
Desde Super Mario Bros., en 1993, hasta la más reciente Mortal Kombat y las cuchucientas Resident Evil que han estrenado entre ellas, Hollywood aún no ha logrado capturar con éxito lo que ha hecho de estos y muchísimos otros videojuegos unas experiencias tan memorables. Porque sencillamente no pueden. Porque son medios totalmente distintos, pero igual continuarán intentando, porque desde hace ya unas décadas el brand recognition lo es todo en la llamada meca del cine. Sin embargo, en las raras ocasiones que solo se han inspirado en el medio -tomando prestado de sus idiosincrasias-, su récord mejora considerablemente, produciendo divertidísimos largometrajes. Edge of Tomorrow, Ready Player One, Scott Pilgrim vs The World y ambas entregas de Crank, se rigen por las reglas de estos mundos virtuales para contar sus respectivas historias. A esta selecta lista, ahora se une Free Guy, que filtra juegos como Grand Theft Auto y Fortnite -dos de los más populares que existen- a través del prisma de un filme como The Truman Show.
Y como bien se puede apuntar a esa obra maestra del director Peter Wier, estelarizada por Jim Carrey -a quien Ryan Reynolds, protagonista de Free Guy, canaliza de manera tan acentuada que no parece pura casualidad-, también se puede señalar a The Matrix, They Live y The Stepford Wives como puntos de referencia. La película del director Shawn Levy, escrita por Matt Liberman y Zak Penn, podrá hacer un llamado a favor de la originalidad en el entretenimiento que consumimos (más sobre esto más adelante), pero de ella no contiene mucho, más allá de sus buenas intenciones. Dicho eso, son precisamente estas las que permiten ignorar sus carencias y enfocar la mirada en lo que sí funciona, como, por ejemplo, su agradable elenco. Reynolds será la estrella, pero los astros que orbitan a su alrededor tienen su propia fuerza gravitacional.
El encargado de inmortalizar a “Deadpool” en la pantalla grande asume el rol de “Guy”, un simple cajero de banco que desconoce que en realidad no está hecho de carne y hueso sino de unos y ceros. Su propósito es ser un NPC más (Non-Player Character) entre los miles que pueblan el popular videojuego Free City, donde los jugadores compiten por premios y mejoras a su arsenal con el que a diario desatan caos en la ciudad que sirve de hogar a estos personajes digitales. El arco dramático de “Guy” -de ingenuo soñador a salvador de su propio mundo tras descubrir su verdadera naturaleza- se hilvana con el de una programadora en la vida real de nombre “Millie” (Jodie Comer), cuyo álter ego en Free City se hace llamar “Molotov Girl”, y quien recurre a “Guy” para hallar su código original que le fue hurtado por una vil mega compañía (¿existe alguna otra clase?) para crear este producto trillado y ultra genérico con el que ahora producen cientos de millones de dólares.
Reynolds y Comer hacen una linda pareja, y el platónico romance que se manifiesta entre sus papeles convence con su ternura. La actriz de Killing Eve es capaz de dar muchísimo más histriónicamente (si no lo han hecho, vean las tres temporadas de esa tremenda serie), pero incluso con lo poco que le dan consigue hacer de tripas, corazón. Por su parte, Reynolds es el eterno payaso de Van Wilder que aquí demuestra que es capaz de bajar a un nivel más apto para toda la familia sin perder del todo su picante sentido del humor. Al talento de ambos se le suman la comedia Lil Rel Howery, como el mejor amigo de “Guy”, y el bonachón de Joe Kerry como el compañero de “Millie”, quien vive secretamente enamorado de ella. Mención aparte merecen Taika Waititi como “Antwan”, cuya sobreactuada interpretación del villano es uno de los principales aciertos del filme, y Channing Tatum, en lo que equivale a un cameo, que despunta como la escena más graciosa gracias a él.
En lo que respecta a su narrativa, Free Guy es totalmente predecible, pero al menos se encarga de mantenerse entretenida. Donde se le cae su argumento es en términos temáticos. Los personajes de “Millie” y “Keys” (Kerry) son las voces independientes y artísticas que se enfrentan al desalmado comercio, que solo compra ideas originales para sacarle billetes y convertirlas en chatarra sin carácter. Y durante gran parte de la película, uno puede fácilmente solidarizarse con ellos. Basta con ojear la ofeta anual del cine comercial para constatar que los estudios no están en el negocio de crear cosas nuevas, meramente reciclarlas. Pero entonces el largometraje pisotea su propia postura -por más ingenua e ilusa que sea- a través del más burdo e innecesario recordatorio de que 20th Century Fox -donde empezó este proyecto cinematográfico- ahora es propiedad de Disney, y tal pareciera que el monolito empresarial requiere contractualmente que le rindan tributo a la propiedad intelectual que ha adquirido con su monumental capital. Incluso cuando la acción tiene completo sentido dentro del contexto de la trama, no deja de rayar en la hipocresía.
La realidad es que vivimos en Disney’s World (no Disney World), y escapar su imponente sombra es prácticamente imposible. Siendo justo, fuera de ese momento que se siente sacado de Space Jam: A New Legacy -que sí fue un descarado anuncio de dos horas de todas las marcas que le pertenecen a Warner Bros.- Free Guy logra durante la inmensa mayoría de su duración asemejarse a algo que no hemos visto antes. Es un calculado acto de ilusionismo, de eso no cabe duda, pero de eso se trata el cine, y de la misma manera que “Guy” halla su propósito dentro de su mundo inverosímil, la película encuentra el suyo en una cartelera colmada de reboots, secuelas, refritos y precuelas.