"Old" es puro terror existencial
El director M. Night Shyamalan invita a reflexionar acerca de la vertiginosa aceleración hacia nuestro inevitable final.
Siento que llevo más de un año viviendo el mismo día. Me levanto, preparo desayuno, me siento frente a la computadora, trabajo, almuerzo, trabajo un rato más, cae el sol, me tiro en el futón, veo alguna serie o película, y me acuesto a dormir entrada la madrugada. Así han pasado los días, semanas y meses, y -como a todo en la vida- uno se acostumbra. La verdad es que mi jornada regular no ha cambiado mucho a cómo era previo a la jodida pandemia. Llevo ya cuatro años trabajando desde mi casa. La diferencia es que lo he hecho en compañía de mis hijos mañana, tarde y noche, y el día de ayer -o el de hace una semana, un mes o un año- podrá parecer el mismo que el de hoy, pero ellos no. No tengo evidencia más contundente de todo el tiempo que ha transcurrido que la que veo a diario en estos dos seres humanos. Yo tenía 39 años, ahora tengo 41. El rostro en el espejo es relativamente el mismo. El de ellos no, ni su estatura, ni el timbre de su voz. Ellos eran niños. Ahora son… menos niños, y es esa clase de terror existencial del que se arma M. Night Shyamalan en su nuevo filme, titulado Old.
El director de The Sixth Sense y Unbreakable jamás imaginó que su estreno coincidiría con una pandemia -su adaptación de la novela gráfica Sandcastle, escrita por Pierre Oscar Levy y Frederik Peeters, se anunció en octubre de 2019-, pero que así haya sido, definitivamente insta a observarlo a través de este prisma. Invita a reflexionar acerca de la naturaleza tan efímera del tiempo, y la vertiginosa aceleración hacia el inevitable final que se agudiza con el paso de cada año, a través del uso metafórico de una playa paradisíaca en la que sus habitantes -un grupo de turistas, ajenos a esta maldición- envejecen a razón de un año cada 30 minutos. ¿Cómo? ¿Por qué? Ambas interrogantes son contestadas antes de que se proyecten los créditos finales, y es una lástima que así sea, pues el argumento se desinfla tan pronto comienza a ofrecer respuestas. Si algún libreto de Shyamalan se hubiese beneficiado de mantener el misterio, lo era este, pero a él le encantan las secuencias finales que colocan las últimas piezas del rompecabezas. La ambigüedad, el dejar la apertura a la interpretación, jamás ha sido su intención.
Como película, Old está bien. Muy bien, incluso, considerando que el cineasta no ha tenido las mejores dos décadas desde Signs (2002). Las opiniones, por supuesto, diferirán acerca de cuándo comenzó la caída de Shyamalan, si es que la hubo. Yo soy de los que marca la pendiente a partir de The Village (2004). Ahora, habrá muchas personas diciendo que está de vuelta, aunque lo cierto es que jamás se fue. El cineasta filadelfiano siempre ha sido un artista con tremendas ideas, y como director, pocos de sus contemporáneos se le comparan en lo que respecta a bloqueo, composición de tiros y movimiento de cámara, destrezas que continúa dominando plenamente. Su talón de Aquiles es que, por lo regular, sus premisas se tornan risibles a medida que avanzan hacia su desenlace, y Old no es la excepción. Hay mucho que admirar en Old, pero su resolución no es una de esas cosas. ¿Qué funciona? El manejo del suspenso, ante todo. La desesperación que se apodera de los personajes y que se transmite al espectador con la llegada de los turistas a esa playa, así como los cuestionamientos que levanta en torno a nuestra mortalidad y cómo invertimos nuestro preciado tiempo antes de confrontarla.
El elenco no está nada mal: Gael García Bernal, Vicky Krieps, Thomasin McKenzie, Alex Wolff, Eliza Scanlen y Rufus Sewell son algunos de los actores y actrices que engalanan la pantalla, pero esta no es la clase de filme que sirve de escaparate histriónico. De hecho, las actuaciones son un tanto monótonas, y los parlamentos contribuyen a ello. El papel estelar es interpretado por el misterio, que es lo que impulsa la trama. Shyamalan nos pide que nos rindamos ante las reglas que rigen esta fantasía, en la que una imponente muralla rocosa es la estructura ¿mágica?, que mantiene atrapados a los turistas en la bahía, y hacerlo requiere mantener la mente abierta tanto a lo inexplicable como a las tonterías. Y la transacción es aceptable… hasta cierto punto. Las heridas superficiales sanan y cicatrizan en dos segundos, las condiciones médicas se agravan en cuestión de minutos y los niños crecen física pero no mental ni emocionalmente, aunque, ¿experimentan con el sexo antes de la pubertad? Ocurren muchas cosas en esa playa en tan solo unas horas, y la acción avanza ligeramente y con un gran sentido de urgencia que por momentos raya en el horror corporal de la filmografía de David Cronenberg. Algunas secuencias resultan más memorables que otras -una dentro de una cueva es, quizás, la más estremecedora en el canon de Shyamalan-, pero la que me llevo conmigo llega justo en la transición entre el segundo y tercer acto, con una familia contemplando su última noche juntos.
“¿Estábamos peleando acerca de algo?”, le pregunta él, prácticamente ciego, a ella, quien tiene que esforzarse para escucharlo. El maquillaje para envejecer a estos actores, cabe destacar, es fabuloso. La pareja ya no recuerda por qué discutía, ni tampoco por qué quería irse de esa playa tan bonita, y qué lindo, ¿no? El poder llegar a viejo y solo recordar -si somos tan agraciados como para retener la memoria- lo bueno, y no lo malo. Pensar que algún día este año y medio de mierda llegará al olvido, me resulta muy esperanzador. Shyamalan no sabía que Old estrenaría en plena pandemia. Su llegada a los cines en este preciso momento será casualidad, pero está intrínsecamente atado a esta realidad, en la que el tiempo corre como siempre lo ha hecho, aun cuando nos sintamos estancados, aun cuando se nos haga difícil distinguir entre un día y el otro. Old manifiesta esta paradoja de un día eterno en el que se vive una vida entera, dentro de un fascinante y perturbador microcosmos, y de ahí emanan sus mayores fortalezas. El reloj avanza sin parar, lo percibamos o no.