“Mute”: el estreno de Netflix no tiene nada que decir
La película de Duncan Jones estrena hoy en la plataforma digital con ínfulas de Blade Runner.
Basta con ver 10 minutos de Mute para presentir el aparatoso desastre que se avecina, y esto antes de que hagan acto de aparición la escena de sexo entre dos robots, el bigote de Paul Rudd, la peluca de Justin Theroux y la más aleatoria y atropellada inclusión de la pedofilia que se haya visto en el cine.
Desde la brillosa puesta en escena bañada en neón que confunde la buena iluminación con la diestra elaboración de una atmósfera, hasta el desbarajuste de tonos que plagan la trama, el nuevo largometraje de Duncan Jones es una desaliñada amalgama de estilos y conceptos en busca de una historia que jamás encuentra. El director de Moon y Source Code -dos películas de sci-fi más humildes en presupuesto, pero cuantiosamente más nutridas en historia- alega que este es un proyecto que lleva intentando realizar por los pasados 16 años. Quizás debió esperar cinco más y escribir un guion que al menos tuviese coherencia.
Mute se suma a la lista de fracasos cinematográficos que han estrenado en Netflix en los últimos meses, como Bright y The Cloverfield Paradox, tres filmes de género que quieren hacer tantas cosas a la vez que no logran hacer tan solo una bien. Jones lanza un alud de ideas a la pantalla, pero todas resbalan y caen al suelo salpicando las ínfulas de Blade Runner con pinceladas de M.A.S.H. que se cocinan en este insípido caldo sin el más mínimo rastro de carne.
El libreto de Jones -coescrito junto a Michael Robert Johnson- parte de un punto livianamente interesante, al contrastar el Berlín futurista dentro del que se desarrolla algo que (siendo MUY condescendiente) podría describirse como una “trama”, con la naturaleza del protagonista, un bartender amish llamado “Leo” (Alexander Skarsgard) que, fiel a su religión, rechaza todo tipo de tecnología. “Leo” es mudo porque de niño sufrió un accidente y su familia dejó en manos de Dios su recuperación, ya que tampoco creen en la operación que pudo devolverle el habla.
Cuando la novia de “Leo” desaparece, este inicia una… eh, tediosa persecución de pistas -porque honestamente no podría llamarse “investigación”- para encontrarla. Y cuando parecería que este será el argumento principal de Mute, Jones lo interseca con el de dos médicos militares estadounidenses que se fugaron del ejército y ahora trabajan clandestinamente para mafiosos. Estos son interpretados por Paul Rudd y Justin Theroux, que no solo provienen de una película totalmente distinta, sino de otra realidad paralela. El objetivo del personaje de Rudd es conseguir la documentación para regresar a Estados Unidos, y en algún momento, los hilos narrativos de él y “Leo” se cruzan. No me pregunten cómo ni por qué, pero se cruzan de camino a lo que parecería ser un sorpresivo giro, pero no. Es solo la misma aburrida película con un aburrido final.
Por aquello de echarle algunas flores, los vestuarios y el diseño de producción resultan atractivos, aun cuando no siempre armonicen con los efectos digitales que lucen mucho más baratos. Si se entrecierran los ojos, es incluso posible divisar un rastro de esa película que Jones lleva tanto tiempo tratando de hacer realidad, con el cinismo del film noir trasplantado a una versión futura de Casablanca (como el propio director la ha descrito) donde miembros de distintas nacionalidades convergen e intentan sobrevivir.
Pero Mute no es esa película. Al igual que su protagonista, no tiene absolutamente nada que decir. Por suerte, usted probablemente ya paga por Netflix, lo que significa que cuando se cansé de verla, basta con oprimir un botón para regresar a seguir perdiendo minutos -si no horas- buscando otra cosa para ver.