"Molly's Game" apuesta al talento de Jessica Chastain
El debut directorial de Aaron Sorkin deja una muy buena impresión.
Tras dos décadas escribiendo varios de los libretos más memorables de Hollywood -tanto en cine como en televisión-, el guionista Aaron Sorkin hace su debut directoral en Molly’s Game, otra historia verídica adaptada al cine por la pluma detrás de The Social Network, Steve Jobs y Moneyball. Al igual que en estas películas, la protagonista de su ópera prima es una persona brillante con una pericia verbal prácticamente inhumana. Los personajes de Sorkin no tanto enuncian palabras sino más bien las disparan como balas en una ametralladora.
En Jessica Chastain, el cineasta encuentra al vehículo perfecto para su particular marca de entretenimiento, una estrella con la madera histriónica y el brillo necesario para deslumbrar al espectador y así difuminar las debilidades de su primer trabajo en la silla del director. Los filmes mencionados en el párrafo anterior se componen mayormente de escenas con personajes que conversan dentro de cuartos, pasillos (Sorkin adora los pasillos) u oficinas, y lo mismo es cierto de Molly’s Game. Sin embargo, Sorkin aún no está al nivel de David Fincher, Danny Boyle ni Bennett Miller, por lo que el ra-ta-ta-ta-ta de su acción oral no se transfiere a la pantalla con el mismo dinamismo visual.
Dicho eso, su desempeño detrás de la cámara no deja de impresionar, manteniendo la trama ágil e interesante mientras nos adentra en las altas esferas de los juegos clandestinos de póker en los que no es inusual perder cientos de miles de dólares en una sola mano. Nuestra guía lo es Molly Bloom, la ex esquiadora olímpica que a los 26 años se convirtió en la “Princesa del Póker”, coordinando estos juegos de azar entre los más ricos y poderosos desde Hollywood hasta Wall Street. Chastain encarna a Bloom con actitud -mitad princesita adinerada, mitad “no jodas conmigo”- adueñándose de la atención desde que comienza la narración acerca de los altibajos de su personaje.
Sorkin estructura el argumento alrededor de las reuniones entre Bloom y su abogado, “Charlie Jaffey” (Idris Elba), quien renuentemente acepta su caso luego de que ella es arrestada como parte de un operativo que involucra a varios de miembros de la mafia rusa. Su salida de este problema legal parece ser obvia: basta con nombrar a sus clientes más famosos para que comiencen a lloverle contratos millonarios de casas publicadoras y que el FBI desestime algunos cargos, pero su ética y moral -incluso dentro de estas circunstancias- van por encima de todo.
El gancho del largometraje es ver a esta mujer darse a respetar dentro de un mundo dominado por hombres, adaptándose según el escenario en el que esté trabajando, desde salones privados detrás de clubes en Los Ángeles hasta los más lujosos penthouses en Manhattan. Chastain hace de esta cualidad transformativa su superpoder, logrando una de sus mejores interpretaciones al encontrar en la historia de Bloom una mujer admirable, aun con sus faltas.
La primera mitad del filme resulta más atractiva que la segunda, con la acción desarrollándose en Hollywood junto a Michael Cera, en un andrajoso papel como el socio de Molly, que dicen las malas lenguas está basado en Tobey Maguire, aunque podría ser una fusión de este con Leonardo DiCaprio, Ben Affleck y otros macharranes de la industria. Es aquí donde vemos a Molly aprendiendo a bandearse dentro de esta bajo/alto mundo, y su subida es más fascinante que su caída. Una vez la trama se transfiere a la Gran Manzana, las revoluciones bajan y el desenlace desinfla un poco al personaje principal, convirtiéndola en espectadora de su propia película, al punto de que alguien literalmente tiene que sentarse a explicarle cómo llegó hasta ahí.
No obstante, Molly’s Game jamás deja de ser sumamente entretenida. Sorkin ha más que probado que es un guionista excepcional, y su desarrollo como director arrancó con paso firme.