Las mejores películas del 2022
Fue otro año de altas y bajas para la pantalla grande, uno en el que el medio atravesó su enésima muerte, pero no hay por qué vestirse de luto.
¿Se enteraron? ¿Escuchan esas campanas? Repican porque el cine se está muriendo… otra vez, como lo ha estado haciendo desde hace ya casi un siglo. Apenas llevaba tres décadas de vida cuando la llegada del sonido anunció su primer deceso. En la década de 1950, se volvió a escribir su obituario ante el auge de la televisión. Treinta y tantos años después, fueron los VHS y los videoclubes a quienes señalaron como sus sicarios y, durante la pasada década, ha sido el streaming el que le ha puesto una nueva fecha de expiración. El cine siempre se ha estado muriendo y siempre se ha estado reinventando.
Si el escenario actual luce más tétrico, se debe simplemente a que nos encontramos en el lado oscuro del ciclo de la supuesta “muerte y resurrección”. Las salas se la pasan vacías, a menos que haya una película relacionada a alguna marca en cartelera. La gente ha dejado de ir a ver el “cine de adulto” a los teatros porque los estudios nos han acostumbrado a que en cuestión de semanas estará disponible en nuestros televisores. Son más las historias de fracasos taquilleros que las de los éxitos, mientras la taquilla aún no vuelve a ser lo que fue antes de la pandemia y posiblemente jamás regrese a esos números. Nada, que tienen que reinventarse… otra vez. Ya darán con el nuevo paradigma. Mientras tanto, los cineastas seguirán haciendo películas y nosotros continuaremos viéndolas de alguna forma u otra.
Antes de proceder a hablar de los 10 mejores filmes que vi en el pasado año, quisiera dedicarles algunas palabras a los que no entraron en la arbitraria lista, trabajos como Bones and All y Decision to Leave, dos de los mejores (retorcidos) romances del 2022, en los que los maestros Luca Guadagnino y Park Chan-wook hicieron maravillas trabajando dentro del cine de género: el italiano, contando un macabro y taciturno noviazgo entre dos jóvenes caníbales, y el surcoreano, dirigiendo un soberbio thriller criminal en el que filtró Basic Instinct a través del prisma de Hitchcock. Ambos deberían estar en la lista y en algún momento lo estuvieron, pero así es este tonto ejercicio.
También está Babylon, la más reciente cara de “LA MUERTE DEL CINE” tras su deprimente recaudo en la taquilla el pasado fin de semana. Este año hubo muchas (demasiadas) cartas de amor a la pantalla grande, y esta -de Damien Chazelle- la encontré tan genuina como vulgar y ridículamente entretenida. Desmedida en las mejores maneras posibles, desde su excesiva duración hasta su ostentoso tributo a la magia del cine, pero al final un trabajo mucho más completo, afanoso y sincero que su sobrevalorada La La Land. Me pueden contar entre sus contados “fans”.
Mención aparte para dos de mis actuaciones favoritas del año, Bill Nighy, en Living, y Park Ji-min, en Return to Seoul, para quienes tampoco encontré espacio en la lista final. El británico se echó encima el reto de protagonizar un remake de uno de los mayores clásicos del séptimo arte, Ikiru, de Akira Kurosawa, y su actuación acabó siendo tan controlada y emotiva como la del inmortal Takashi Shimura. Mientras, la artista surcoreana nos obsequió el mejor debut actoral del año en el excelente drama del director Davy Chou acerca de una joven adoptada que regresa a su nata Seúl para conocer a sus padres biológicos. Detrás de ellos, también celebro los nombres e interpretaciones de Florence Pugh, en la sublime The Wonder; Rebecca Hall, en la estremecedora Resurrection; Léa Seydoux, en One Fine Morning, y el formidable elenco de Women Talking, de la directora Sarah Polley.
Por último, un “shout out” para la mejor cinta de superhéroes del año, The Batman; los documentales Fire of Love y All That Breathes; las divertidísima Glass Onion, de Rian Johnson; los anormales de Jackass Forever, que siempre me hacen reír; la doble actuación de Tilda Swinton en The Eternal Daughter; el mejor estreno directo a streaming del 2022, Kimi, de Steven Soderbergh; el fabuloso drama iraní Hit the Road; el cameo de Isabelle Huppert en la hipnótica EO; el más reciente recordatorio de la excelencia histriónica de Ricardo Darín, titulado Argentina 1985; y al cabrón de James Cameron por Avatar: The Way of Water. Quería darles la razón a sus detractores, pero aquí vino con otro espectáculo inolvidable e irreproducible en ningún otro espacio que no sea el cine, que, by the way, no se está muriendo na’.
Y ahora, sin más preámbulo, la dichosa listita, presentada por primera vez en la carrera de este humilde crítico sin orden de preferencia.
Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades
“Inmamable”, dirán algunos, y los entiendo, porque yo también he utilizado esa palabra para describir la mayoría de las pasadas películas de Alejandro González Iñárritu. Créame que, tan pronto supe que esto sería un filme semi autobiográfico, pensé que seguramente la volvería a utilizar. Así que se imaginarán mi sorpresa cuando en lugar de un largometraje “arrogante”, “presumido” y “pretencioso” -como fue ampliamente tildado tras su debut en el Festival de Venecia-, encontré el mejor trabajo de su filmografía desde Amores Perros, un fascinante autorretrato fílmico, apabullantemente franco y profundamente conmovedor, acerca de un artista examinando tanto su identidad como la de su natal México. “La memoria carece de verdad, solo tiene coherencia emocional”, dice uno de los personajes de este onírico viaje mnemónico, y ¿qué es la identidad sino una colección de nuestros recuerdos?
Everything Everywhere All at Once
Si Bardo partió de la “coherencia emocional”, esta parte de la “incoherencia emocional”, esa que muchos hemos sentido -o sentido aun más- en estos caóticos años que nos ha tocado vivir. El título no podría ser más perfecto y se manifiesta literalmente en pantalla: el rebuscado largometraje de los directores Daniel Scheinert y Daniel Kwan es un asalto multisensorial y -por diseño- una experiencia abrumadora, con frenéticos y constantes saltos de estilos, tonos y emociones (de la desenfrenada acción de Jackie Chan a la melancolía de Wong Kar-wai), desarrollado alrededor de un drama familiar en el que todos sus miembros atraviesan sus propios dilemas, que incluyen los traumas generacionales y la depresión clínica. ¿Mucho con demasia’o? Sí, definitivamente, pero así es la vida la mayoría del tiempo: TODO, en TODOS LADOS y a la MISMA VEZ.
The Banshees of Inisherin
En el polo opuesto a Everything Everywhere All at Once en lo que respecta a abordar en pantalla los instintos suicidas, se encuentra esta comedia oscura de Martin McDonagh, desarrollada en una islita en la que los sueños son pocos, las oportunidades, menos aún, y las escasas alegrías que existen se hallan en el jangueo y el fondo de una botella. Cualquier parecido con la realidad puertorriqueña es pura coincidencia. No en balde resonó tanto con este servidor. “There goes that dream”, expresa el personaje de Barry Keoghan, en la interpretación más devastadora de un filme que está repleto de ellas, y que desciende tragicómicamente de las risas incómodas a la depresión existencial cuando la estrecha relación entre dos viejos amigos (encarnados por Colin Farrell y Brendan Gleeson) termina abruptamente cuando uno de ellos decide que el otro ya no le cae bien. Las repercusiones son violentas y las carcajadas, constantes, pero de esas que son de reír para no llorar.
RRR
De una amistad que termina, pasamos a una que nace de la manera más apoteósica imaginable. Si hay una película en todo este artículo que yo hubiese pagado cinco veces el costo de una taquilla para poder verla en una pantalla IMAX -como fue exhibida en muchas partes del mundo-, hubiera sido esta, pero desafortunadamente aquí no tuvo distribución. Así que la vi cuatro veces para compensar y esto no es poca cosa, considerando que dura más de tres horas, tres horas que se sienten como una. La épica anticolonialista del cineasta S.S. Rajamouli se inspira en dos líderes revolucionarios indios que lucharon contra el imperio británico y fabrica una ficticia amistad entre ambos para deleitar al público a través de la oferta más desquiciada y osada de entretenimiento masivo que se vio en el 2022. El número musical “Naatu Naatu” es un clásico instantáneo (y absurdamente pegajoso), los efectos especiales están por todo lo alto y el mensaje anti imperial no podría ser más rotundo y divertido. Dicho eso…
A Night of Knowing Nothing
Ideológica y cinematográficamente, el hipnótico debut directoral de la cineasta Payal Kapadia es la antítesis de RRR. Casualmente, la documentalista también combina la realidad y la fantasía para elaborar una evocadora docu-ficción -exquisitamente filmada en 16mm blanco y negro- que arroja luz sobre los abusos del gobierno de extrema derecha de Narendra Modi que impera en India desde el 2014 y cuya política ultranacionalista está claramente plasmada en el blockbuster de Rajamouli, al punto de que este ha sido acusado de ser propaganda gubernamental. Kapadia teje su apesadumbrada narrativa matizando imágenes documentales de verdaderas protestas estudiantiles con narraciones de cartas ficticias, escritas por dos alumnos anónimos que comentan acerca de su precaria situación mientras profesan su amor. Ambos filmes hacen un llamado a la revolución desde dos posturas polarmente opuestas, y claro, se puede disfrutar del escapismo que ofrece uno, pero tenga presente luego darle un vistazo al otro para mantener el panorama actual de India en justa perspectiva.
Nope
El más reciente largometraje del director y guionista Jordan Peele es el más denso y ambicioso de su pequeña pero asombrosa filmografía. En él aborda múltiples temas, desde la historia perdida e intencionadamente oculta del medio cinematográfico, hasta nuestra fascinación con capturar en cámara los mayores horrores para verlos una y otra vez, las profundas cicatrices incurables que estos producen y cómo estas son explotadas, incluso por las propias víctimas, para el lucro personal o de otros en nombre del espectáculo. El hecho de que todo esto se contado a través de una simple trama de ciencia ficción, acerca de una pareja de hermanos obsesionada con retratar una aparente nave extraterrestre que acecha su rancho californiano, es testamento de cómo Peele se ha convertido en uno de los cineastas más interesantes actualmente en el cine comercial, expandiendo exponencialmente su talento de un filme al próximo, mientras canaliza las influencias de sus mayores maestros que, en esta ocasión, incluye al indiscutible amo de entretenimiento hollywoodense por las pasadas cinco décadas: un tal Steven Spielberg.
The Fabelmans
Hablando de Spielberg, el director de 76 años también le escribió una carta al cine este año, mas esta ha sido generalmente confundida como una de amor. No lo es, aunque sí es una muy personal, algo que no debería sorprender ya que se trata de su trabajo más personal desde A.I. Artificial Intelligence, la última vez que tuvo crédito como guionista, y otro que también fue erróneamente acusado de sentimentalismo y cursilería. Si algo tiene de epistolar, lo es en la forma de una confesión, la adaptación de un diario, o como un agridulce reproche por todo lo que el medio le ha dado y, también, todo lo que alguna vez le costó. A lo largo de su exitosa carrera, Spielberg ha plasmado su vida en pantalla a través de diferentes álter egos. Sin embargo, ninguno había sido tan revelador como esta increíblemente franca pieza autobiográfica en la que se nos permite ser testigos de los orígenes de este genio del séptimo arte y cómo estos están intrínsicamente atados a la separación de sus padres que tanto lo marcó, mientras descubre el inigualable poder de la cámara y cuán significativa es la mentira que se presenta dentro del recuadro como la verdad que queda fuera de este.
Aftersun
Otra cineasta que este año recurrió al cine para examinar su pasado y explorar la verdad que queda inmortalizada a través de la cámara, lo fue Charlotte Wells, y al hacerlo produjo uno de los más impresionantes debuts directorales del siglo 21. Contrario a Spielberg, cuyos padres fallecieron cuando él ya era un abuelo, el papá de la novel directora murió cuando ella era apenas una niña, y aquí la vemos realizando un maravilloso ejercicio autobiográfico en el que el actor irlandés Paul Mescal -en la mejor actuación del año- interpreta a su padre y la sensacional jovencita Frankie Corio hace de ella, durante las últimas vacaciones que compartieron. Esto muy bien podría leerse como un filme relativamente convencional de no ser por la fantástica puesta en escena con la que Wells nos sumerge en sus recuerdos, a través de entrañables recreaciones de vídeos caseros, que tan efectivos son para abrirnos una ventana al pasado, como insuficientes para obtener respuestas a preguntas que se quedaron sin hacer y acortar la distancia entre la vida y la muerte.
Top Gun: Maverick
De un filme pequeño en escala, pero inmenso en las complejidades humanas que examina, pasamos a uno gigantesco en escala, pero relativamente simple en todo lo demás, y eso es en gran medida una de las principales razones por las que es tan efectivo. Nada acerca de esta secuela al filme de 1986 resulta sorprendente. Narrativa y dramáticamente, es ridículo lo convencional que es, la esperada continuación de la historia del piloto rebelde que regresa décadas después para una última misión y se ve forzado a encarar los errores de su pasado y enfrentar sus consecuencias. Hasta la susodicha misión es un refrito del final de Star Wars… pero, coño, ¡qué buena es! Cada cliché, cada trillada línea de diálogo, cada selección musical, cada manipulador giro que da la trama para colocar al espectador en el espacio preciso para ir llevándonos lentamente in crescendo hasta ese formidable y emotivo final, expertamente ejecutado por el director Joseph Kosinski y los locos actores que se fueron detrás de Tom Cruise para aprender a volar aviones de combate y así poder capturar las sensacionales tomas que componen estupendas secuencias de acción, están puestos al servicio de las mejores dos horas de entretenimiento que produjo Hollywood en el 2022.
Tár
Y para terminar, del protagonista de Eyes Wide Shut saltamos a uno de sus compañeros de reparto en esa obra maestra de Stanley Kubrick, el actor y cineasta Todd Field, cuyo primer trabajo directoral en más de 16 años admito haber visto tantas veces este año como Top Gun: Maverick. Tan rewatchable encontré los stunts aéreos de Cruise y compañía como el indagar en la docena de niveles en los que está trabajando simultáneamente este indefinible largometraje. Cada vez que me he vuelto a sumergir en esta historia acerca de “Lydia Tár”, la ilustre directora de la Filarmónica de Berlín -interpretada por Cate Blanchett-, cuyos pecados del pasado le empiezan lentamente a cobrar factura, le encuentro otro matiz a una actuación, a un encuadre, a un recóndito sonido en la mezcla de audio, a una oración en medio de una conversación. El hecho de que una persona pueda acabar de ver el filme una vez y considerar a la protagonista una víctima, y esa misma persona la vuelva a ver y termine pensando que en realidad se trata de un monstruo, es reflejo de la escurridiza naturaleza tanto del libreto y la puesta en escena de Field como de la monumental actuación de Blanchett. La historia de Tár es tan vieja como reflejo de nuestros tiempos, un trabajo sin comparación, reacio a la fácil categorización y, por ende, destinado a continuar siendo rexaminado y discutido por años y años.