"Isle of Dogs" encuentra belleza entre la chatarra
Wes Anderson dirige esta aventura canina acerca del destierro de perros a una isla que sirve de vertedero.
Wes Anderson nació para dirigir animación. Sus largometrajes con actores de carne y hueso están muy, muy bien, varios de ellos excelentes, espléndidamente realizados, con encuadres perfectos y una dirección artística magnífica e inigualable. Pero la técnica de animación stop-motion toma todas estas virtudes y las engrandece, poniendo a la merced de su meticulosidad todos esos maravillosos detallitos que distinguen su estilo. Isle of Dogs ni siquiera es una de sus mejores películas, está más chula que “¡wao!” -o quizás sea más apropiado “¡guau!"-, y aun así resulta difícil resistir su encanto.
¿Cómo no enamorarse de esta visualmente hermosa metáfora sociopolítica sobre la actual ola de totalitarismo y xenofobia que sacude al mundo, poblada por docenas de adorables perros cuyo discrimen invita a alzarse en contra de los abusos y las injusticias? Quizás sea material un tanto pesado para un filme de corazón infantil, pero esto es tan solo el subtexto que corre por las venas del noveno largometraje de Anderson, uno que lleva años en producción, como suele ser la norma con este minucioso arte de animar marionetas. El cineasta no está del todo claro en lo que desea comunicar y -aun siendo esta su película más política- no se zambulle de pecho en las corrientes de su argumento, mas no deja de sentirse pertinente en esta nefasta era de Trump.
A través de fabulosas (se me están acabando los adjetivos) maquetas y la estupenda banda sonora de Alexandre Desplat -rica en sonidos nipones-, el filme nos sumerge en la realidad de un Japón unos veinte años en el futuro, donde en la ficticia ciudad de Megasaki, el alcalde Kobayashi decreta la expulsión de todos los perros a un islote conocido como “Trash Island” en respuesta al pánico generado por una supuesta fiebre canina. Político al fin, sus intenciones son nebulosas, y cualquier parecido con las políticas de inmigración estadounidenses -o los campamentos japoneses que surgieron en esa nación durante la Segunda Guerra Mundial- seguro es casualidad.
En cuestión de meses, el aislado vertedero se ve repleto de perros, entre ellos “Rex” (Edward Norton), “King” (Bob Balaban), “Boss” (Bill Murray), “Duke” (Jeff Goldblum) y, el líder de la jauría, “Chief” (Bryan Cranston), este último un perro sato que resiente el maltrato al que ha sido sometido toda su vida por los humanos. El destierro solo le echa sal a la herida. Todo día en “Trash Island” es una lucha por sobrevivir, hurgando en las bolsas de basura en busca de comida, pero la llegada de un niño les ofrece a estos caninos una oportunidad de recuperar su debido lugar como el llamado “mejor amigo del hombre”.
Piloteando su propio avión y armado de un radio que toca el famoso tema de Seven Samurai -tan solo una de múltiples referencias a Akira Kurosawa y otros maestros del cine japonés-, el pequeño “Atari” llega al islote en busca de su perro, “Spot” (Liev Schreiber). Los otros canes, quienes no entienden al niño -los animales hablan inglés y los japoneses, japonés, traducido por medio de un intérprete-, deciden ayudarlo a encontrar a su viejo amigo y protector, iniciando una travesía que los lleva de un extremo de “Trash Island” al otro, todo es mientras en Megasaki se desata una lucha entre el gobierno municipal y un grupo estudiantil que sale en defensa de los perros.
El trabajo vocal del elenco es excelente, en especial Cranston como el antipático “Chief” que reaciamente se suma a la aventura. El humor nunca escasea en el libreto de Anderson, propiciado por un constante desfile de curiosos personajes que incluyen pequeñas contribuciones de su usual reparto de colaboradores, como Harvey Keitel y Tilda Swinton. Esta última le presta a su voz a un perrito que sirve de oráculo. Su “bola de cristal” es uno de los mayores chistes del largometraje.
Más que nada, lo que sobresale de Isle of Dogs es el fantástico arte de la animación stop-motion que da vida estas detalladas marionetas, así como a los efectos especiales que se realizan artesanalmente. Junto el estreno de hoy y Fantastic Mr. Fox, Anderson se alza como uno de los paladines contemporáneos de esta técnica en peligro de extinción, una que requiere muchísimo esfuerzo y dedicación, pero cuyos resultados enaltecen la pantalla mejor que cualquier creación digital.