Formidable despliegue de acción en “Mission: Impossible – Fallout”
La sexta entrega de la exitosa franquicia de Tom Cruise lleva a la escuelita a todos los blockbusters plagados de “CGI”.
Con las últimas tres películas de Mission: Impossible, Tom Cruise se ha convertido en el Buster Keaton contemporáneo. La estrella del cine mudo nunca se lanzó de paracaídas, piloteó un helicóptero, colgó de la compuerta de un avión ni corrió verticalmente por las ventanas del rascacielos más alto del mundo, pero sí estaba comprometido con arriesgarse físicamente por su público, todo en nombre del buen entretenimiento. Igual que Cruise. A sus 53 años, el actor ha realizado todas estas loqueras para hacer de esta franquicia una de las pocas ofertas del género de acción que verdaderamente saben el significado de mantener a los espectadores “en el borde de sus asientos”. Mission: Impossible – Fallout no es solo el blockbuster del verano; es el mejor filme de la serie.
Tanto Cruise como el director Christopher McQuarrie se eclipsan a sí mismos y lo que juntos lograron en la excelente Rogue Nation con este formidable despliegue del arte de los stunts, uno que muchas veces tomamos por sentado, ya sea porque sabemos que están siendo realizados por dobles o porque cada vez se recurre más a los avances tecnológicos para realizar estas hazañas en una computadora. Fallout es una oda no solo a los expertos que se aventuran a tomarse estos riesgos, sino a todo el equipo de camarógrafos, técnicos y entrenadores que trabajan en conjunto durante semanas o meses para capturar lo que en pantalla acabará siendo no más que segundos, quizás minutos, pero la diferencia entre lo real y lo digital es inmensa. El cerebro sabe discernir entre ambas. No es lo mismo ver un close-up de Cruise fingiendo pilotear un helicóptero que verlo a él solo en un tiro amplio, sobrevolando las montañas de Nueva Zelandia, sin más nadie a bordo del vehículo.
Fallout no pierde el tiempo en arrancar a 125 mph y a 25,000 pies de altura. Un prólogo establece lo que será la nueva misión, poniendo a “Ethan Hunt” (Cruise) y sus compañeros –“Benji” (Simon Pegg) y “Luther” (Ving Rhames)- a perseguir por el mundo tres armas nucleares e impedir que caigan en manos de personas dispuestas a detonarlas. Acto seguido, “Ethan” necesita infiltrarse en una exclusiva fiesta en París, pero la CIA no confía en él, por lo que lo obliga a trabajar bajo la supervisión del agente “August Walker”, interpretado por Henry Cavill, sus músculos y su espeso bigote, hecho famoso por la risible afeitada digital que le hicieron en Justice League.
“Hunt” siendo “Hunt” -o, mejor dicho, Cruise siendo Cruise-, se podrá imaginar que este no va a utilizar una simple máscara para colarse en la fiesta. El “HALO Jump”, un salto en paracaídas que se realiza a una altura tan elevada que requiere de un tanque de oxígeno, es la primera secuencia de acción del largometraje, que comienza con un ininterrumpido tiro que capta a Cruise lanzándose al vacío. Visto en una sala IMAX -donde la imagen cambia de formato para cubrir la pantalla en su totalidad-, la escena no solo induce vértigo, sino una reacción tan visceral que se mantiene en la boca del estómago durante las próximas dos horas, con cada emocionante secuencia que le sigue superando a la anterior. Estas incluyen una pelea a puño limpio en la que cada golpe se hace sentir, y una fabulosa persecución por las calles de París inspirada en el cortometraje de 1976 C’était Un Rendez-Vous de Claude Lelouch (si no lo ha visto, véalo aquí en Youtube y sostenga su quijada).
Donde único Fallout cae en lo rudimentario es en lo que concierne a su trama. El libreto a cargo de McQuarrie y Bruce Geller recibe bonificaciones por ser el primero que intenta hilvanar elementos de todas las películas de la serie dentro de la misma historia, dándole un sentido de continuidad, quizás innecesario, pero bienvenido. El argumento contiene todo lo que se puede esperar de una película de espías -traiciones, engaños y romances imposibles que rayan en los cursi-, pero nunca logra igualar el nivel de la acción, conformándose con ser algo funcional. El propio McQuarrie ha admitido que lo último que se hace en la preproducción de estas películas es el guión. Lo primordial son los stunts, y luego se sientan a redactar como uno empata narrativamente con el próximo.
Y lo cierto es que eso es lo que la mayoría de nosotros vamos a ver en una película de Mission: Impossible: acción desenfrenada y puro entretenimiento. El elenco contribuye muchísimo en este segundo departamento, comenzando -obviamente- por el aparente “death wish” de Cruise, y continuando con el humor que traen Pegg y Rhames, así como con el irresistible aire de femme fatale que ha irradiado Rebecca Ferguson a las últimas dos películas. A ellos se le suma el trabajo de Cavill, aquí limitado histriónicamente por el guión, pero demostrando la clase de presencia escénica de la que es capaz en manos de un director que lo sabe aprovechar.
No sé cómo McQuarrie, Cruise y compañía piensan superar lo que han hecho en este filme en una séptima parte, pero sí sé que este nivel de realismo, agallas y absoluta locura es algo preciado, más en estos momentos cuando la mayoría de las secuencias de acción parecen ser hechas por la misma computadora, en la misma oficina, por el mismo departamento de previsualización. Mission: Impossible – Fallout nos recuerda que no hay mejor magia cinematográfica que la que se manifiesta naturalmente frente a las cámaras.