El cine que me acompañó durante el 2020
Las salas estuvieron cerradas, pero las buenas películas jamás faltaron en este maldito año.
El 11 de marzo de 2020 llegué al cine temprano en la mañana sin saber que sería la última vez que pisaría uno por el resto del año. Era un miércoles cualquiera, pero la preocupación ya se respiraba en el aire y se percibía en las miradas. Ninguno de los presentes se saludó de mano. Sin que hubiese un protocolo establecido, los pocos que asistimos a esa función de prensa nos sentamos distanciadamente dentro de la sala. El lockdown estaba a días de declararse y el mundo que conocíamos se transformaría radicalmente. Nueve meses después, aún no sé cuándo volveré a sentarme frente a esa pantalla que conozco desde que tengo uso de razón, pero lo cierto es que el cine no me faltó durante todo este tiempo. Al contrario, lo vi a plenitud y me sirvió de bálsamo.
Desde ese día, he visto sobre 260 largometrajes en mi casa, buenos y malos, algunos por trabajo, otros por placer, aunque la verdad es que casi siempre son por placer, aunque sean por trabajo. Nadie ve tantas películas al menos que ame perderse en ellas. Los estrenos comenzaron a llegar a través de enlaces recibidos vía emails y proyectados a mi televisor, no mediante un proyector, sino del wi-fi. Las aplicaciones de streaming se convirtieron en la única cartelera, cada una luchando por mi atención con una aparente infinidad de opciones que terminaban abrumándome. Mentiría si dijera que no hubo días que estaba harto de ellas, que llegué a detestar el mero ejercicio de elegir qué ver, porque la verdad es que no me apetecía ver nada, hastiado del futón de mi sala, las pantallas de loading y los controles remotos. Porque creía estúpidamente -y al igual que muchos- que esto sería cuestión de aguantar tres o cuatro semanas, quizás dos meses, como mucho, pero aquí todavía estamos. Y la verdad es que, de no ser por el cine, todo este tiempo encerrado habría sido aún más miserable.
Así que escapé a reencontrarme con clásicos que no veía desde hace un tiempo, como Dog Day Afternoon y The Long Goodbye, y estos a su vez me dirigieron a otros filmes que no había visto. Si bien muchos días y noches lo que necesitaba era el acogedor confort de un largometraje querido y conocido, traté de concentrarme en ver aquellos que -aunque viejos- eran nuevos para mí. Descubrí Fail Safe, de Sidney Lumet, y quedé fascinado por la manera cómo el director abordó el mismo escenario de una hecatombe nuclear que figuró en Dr. Stangelove, de Stanley Kubrick (y, para colmo, el mismo año), con un acercamiento diametralmente opuesto. El icónico sunshine noir de Robert Altman me llevó a darle otro vistazo a Inherent Vice y constaté que es uno de los mejores trabajos de Paul Thomas Anderson -aunque acepto que sigo estando en minoría en esa apreciación-, así como a buscar To Live and Die in L.A., de William Friedkin, para verlo superar su propia persecución en The French Connection con una aún más audaz. De Friedkin salté a Abel Ferrara y su soberbio drama criminal King of New York, con la apoteósica actuación de Christopher Walken, y gracias a este acabé viendo Cutter’s Way, de Ivan Passer, un filme prácticamente olvidado, estrenado en 1981 pero cuya desilusión con Estados Unidos y su quimérico sueño continúa siendo igual de relevante hoy, si no más.
No recuerdo cómo llegué de King of New York a Cutter’s Way. Los mejores descubrimientos cinematográficos suelen ser así, como tangentes. Una película te conduce a ver otra sin necesariamente saber por qué. Quizá las viste en una misma lista o las escuchaste mencionadas en la misma oración en un podcast. No sé qué me hizo darle play a Cactus Flower cuando apareció en The Criterion Channel a principios de la cuarentena. Jamás había escuchado de ella. Solo leí en sus sinopsis que era el debut de Goldie Hawn y que era una comedia protagonizada por Walter Matthau e Ingrid Bergman. “¿¿Ingrid Bergman en una comedia??”, exclamé. Eso sí era algo que jamás había visto, así que la puse, y me reí tanto que esa misma semana ordené una copia en Blu-ray. “¿Cuál otra actuación de Bergman no había visto?”, me pregunté. Notorious, así que pedí una copia del filme de Alfred Hitchcock y ahora tengo una película “nueva” menos que ver de él. Les confieso que no me gusta ver toda la filmografía de directores veteranos que admiro muchísimo, especialmente si ya fallecieron. Suelo guardar al menos una, por aquello de tener una más por descubrir. En estos meses vi la conmovedora The Straight Story,la última que me quedaba por ver de David Lynch -uno de mis cineastas favoritos- y ahora ando cruzando los dedos de que los rumores de que estará dirigiendo algo para Netflix sean ciertos.
Criterion es la aplicación de streaming que más he usado durante este periodo. HBO Max quedaría en una segunda posición (independientemente de lo que diga Chrsitopher Nolan, tiene mejor oferta de cine y televisión que sus mayores competidores), pero Criterion está fácilmente al tope. Gracias a estos dos apps, he visto maravillas del cine mudo como The Wind; clásicos del Pre-Code Hollywood como Gold Diggers of 1933 y Footlight Parade; a la actriz libanés Delphine Seyrig hacer de una ama de casa en la magnífica Jeanne Dielman, 23, Quai du Commerce 1080 Bruxelles y de una vampira en Daughters of Darkness; y, finalmente, a conocer la maravillosa filmografía del británico Mike Leigh, de la cual solo había visto Naked. Me devoré todos los largometrajes que pusieron en The Criterion Channel, y quedé impactado por el humanismo expuesto en pantalla. Mención aparte merecen Vera Drake, Another Year y All or Nothing, la cuales adoré.
Pero no todo fue streaming. Uno de los efectos de estar atrapado por la pandemia es que he vuelto a comprar más películas. Primero, por el simple placer de anticipar la llegada del cartero con un paquete que me traería alegría, y segundo, porque ahora que solo un puñado de compañías controlan todo el “contenido”, no podemos confiar en que los filmes que atesoramos siempre van a estar disponibles digitalmente. De marzo hasta hoy, he adquirido colecciones de Bruce Lee, Godzilla y el director Shinya Tsukamoto, y me he perdido en las horas de historia, suplementos y entretenimiento que estos ofrecen. También he comprado The Elephant Man, Ghost Dog: The Way of the Samurai, Matewan y Portrait of a Lady on Fire. Básicamente, como podrán ver, cada vez que anuncian una venta del Criterion Collection, mi tarjeta de crédito huye y se esconde.
Algunas de estas las he visto solo, pero la mayoría han sido acompañado. He descubierto que mi esposa tiene un don especial para escoger buenas comedias que yo no necesariamente elegiría. Ella fue la que insistió en que viéramos Cactus Flower, y gracias a su radar humorístico nos hemos reído en cantidad con Ishtar y 2 Days in Paris, la primera demostrándome el absurdo de su infamia, y la segunda subrayó el talento de Julie Delpy como actriz, guionista y directora. También vimos Up in Smoke, porque no hay nada que le dé más risa que los stoner comedies. Con nuestros hijos hemos visto las cuatro entregas de The Hunger Games (lo siento, estas siguen sin gustarme), mi hija de diez años finalmente conoció a “Indiana Jones” (aún no la convenzo de que vea Star Wars ni The Lord of the Rings) y mi hijo de 13 vio sus primeras películas de Quentin Tarantino (Kill Bill Vol. 1 y Vol. 2), así que en cierta forma yo las he vuelto a ver por primera vez a través de sus ojos. Cuando les dio con que querían ver “scary movies”, les puse El orfanato, The Others y The Sixth Sense, y grabé en vídeo la reacción de ambos al desenlace de esta última.
Han sido meses duros, con los cuatro mayormente encerrados en esta casa, pero el cine los ha hecho tolerables. Incluso, memorables, independientemente de que estuviéramos viendo The Heiress, de William Wyler, o Hubie Halloween, con Adam Sandler. Y lo cierto es que no sabemos cuándo regresará la normalidad, pero aún nos quedan muchas películas por ver.
De lo mejor del 2020, ya hablaré en una futura columna. Si les interesa saber todo lo que he visto este año, le invito a seguirme en Letterboxd.