"Deadpool & Wolverine" rinde homenaje a la mediocridad
Tras cinco de sus peores años creativos, Marvel Studios realiza un "mea culpa" que, no resolverá sus problemas, pero al menos permite olvidarlos por dos horas.
En lo que termina siendo un entretenido, pero inmerecido, tributo a las mayormente pésimas adaptaciones de cómics de Marvel que realizó 20th Century Fox entre el año 2000 y la compra del estudio por parte de Disney en el 2017 -tanto así, que hasta hacen referencia a una que, afortunadamente, jamás se hizo-, Deadpool & Wolverine es el inevitable resultado de casi un cuarto de siglo en el que la cartelera comercial cinematográfica ha estado dominada por la inmensa popularidad de los superhéroes: una película tan autorreferencial, tanto a su subgénero como a lo que transcurre behind the scenes, que si usted no ha estado siguiendo con detenimiento prácticamente cada detalle de las respectivas producciones de una docena de largometrajes por los pasados 24 años, la mayoría de lo que acontece en ella le será tan incomprensible como los tonificados abdominales, pectorales, bíceps, triceps y el resto de los ceps que presume Hugh Jackman a sus 55 años.
Por el contrario, para las personas como este servidor, que conocemos el origen de “I’m the Juggernaut, bitch!” desde mucho antes de que los memes se integrasen a nuestra comunicación diaria, y quienes pasamos demasiadas horas sumergidos en los foros de Internet leyendo rumores sobre los múltiples intentos de Channing Tatum por protagonizar un filme de “Gambit”, el junte de Deadpool & Wolverine ofrece una buena excusa para reírse a expensas de muchas de las peores decisiones del pasado y presente de Marvel Studios tras cinco de los peores años creativos y económicos de la compañía. El mero hecho de que usted y yo podamos asistir al cine a ver este estreno se debe casi exclusivamente a la necesidad de la empresa de salvar cara, combinada con una adquisición empresarial que tardó hasta ahora en empezar a mostrar ganancias, $438 millones de ellas en tan solo su primer fin de semana, para ser exactos. La cinta no esconde su razón de existir, al contrario, se ampara en ella a través de un sentido del humor autocrítico que, si bien no exime a Marvel de continuar patinando sin rumbo en el dichoso multiverso (¿Robert Downey Jr. otra vez? ¿En serio?), al menos sirve de recompensa a sus fans -módica, en mi caso- por todo el tiempo invertido en sus enredos.
La esquelética trama a penas sirve de pretexto para lo que en esencia no es más que un desfile de cameos de personajes de películas pasadas, unos mejor recordados que otros, que perderán potencia tan pronto no pueda verlos sin el acompañamiento de los gritos y aplausos que están diseñados para provocar en los espectadores. En su defensa, la mayoría no se sienten como el tipo de nostalgia barata que tanto vemos en el Hollywood contemporáneo, si por más ninguna otra razón que dudo que haya muchas personas que los recuerden con mucho afecto. De estos, el más famoso sin duda es el de Jackman, quien aquí vuelve a armarse de sus garras de adamantium para encarnar a “Wolverine” por décima vez, por lo que no debe sorprender que el actor australiano no encuentre nuevos matices que darle a su interpretación -especialmente después de la estupenda Logan-, limitándose a tocar los hits: gruñir y mirar mal a la gente con una mezcla de desdén, amargura y dejadez. En el título figurarán los nombres de los dos, pero el más popular de los X-Men funge más bien como el sidekick de “Deadpool” mientras este intenta salvar su universo de ser borrado. En su tercera actuación como el “Merc with a mouth”, Ryan Reynolds finalmente encuentra el balance perfecto entre irritante, inmaduro, tierno y bocón, cuatro cualidades que se han vuelto tan parte de su propia persona, que es imposible definir dónde él acaba y “Deadpool” comienza.
La energía que Reynolds trae al rol es lo que logra que el filme sostenga el impulso que la carga de principio a fin, porque si este dependiera de la anodina dirección de Shawn Levy, sería otro cantar. El cineasta detrás de otros inmemorables éxitos como Night at the Museum, The Adam Project y Free Guy, no es capaz de componer un solo tiro que llame la atención. Sus secuencias de acción son repetitivas, comunes y corrientes, plagadas de la cámara temblequera que pensé habíamos dejado atrás en The Bourne Ultimatum, pero que aquí hace su comeback como otro artefacto de tiempos pasados en una película repleta de ellos. Por fortuna, la mayoría de los chistes resultan efectivos y su esperada vulgaridad, así como los niveles de violencia, sobrevivieron la censura de Disney, así que las risas y las vísceras nunca faltan, y ¿para eso vinimos, no? Deadpool & Wolverine sabe exáctamente lo que es y lo que su público vino a ver. Es un producto de entretenimiento masivo con una fecha de vencimiento para su mayor grado de efectividad, que se extiende desde su fecha de estreno hasta la última vez que la pueda ver en compañía de más personas en una sala llena. No se pondrá mejor con los años ni será reevaluada en dos décadas. Divierte hoy y ahora. Esperar más de ella sería como esperar que Reynolds protagonice un clásico.