"Darkest Hour" pone a Oldman en ruta al Oscar
El veterano actor británico toma control de la pantalla con su rimbombante interpretación de Winston Churchill.
A simple vista, Darkest Hour no aparenta ser más que el típico estreno de temporada de premios: elegante, dramático, histórico, realizado con ese distintivo prestigio británico, basado en una prominente figura de la vida real e interpretada por un actor que se transforma físicamente para dar vida al personaje. Ciertamente marca varias cajitas en el checklist.
Y la verdad es que eso es exactamente lo que ese, y no hay nada de malo con saborearse una jugosa carnada de Oscar de vez en cuando.
El largometraje del director Joe Wright (Pride and Prejudice, Atonement) muy bien podría valerle el Oscar de mejor actor que por décadas ha eludido al gran Gary Oldman. Su rimbombante actuación como el primer ministro Winston Churchill es una de las mejores de su carrera, aunque su camaleónica metamorfosis -lograda a través de su amplio registro histriónico y varias capas de látex- no debe sorprender a ninguno de sus admiradores. Desde Dracula hasta Tinker Tailor Soldier Spy y múltiples ejemplos entre ambos, Oldman siempre ha poseído la capacidad de perderse detrás de los roles que interpreta, con y sin maquillaje, por lo que su trabajo aquí es una reafirmación de su talento.
Darkest Hour se enfoca en los días de mayo de 1940 cuando Churchill fue nombrado primer ministro de Inglaterra, y su crucial primera prueba como mandatario tras la invasión nazi de Francia que provocó la evacuación de las fuerzas inglesas de Dunquerque. Vista en una doble tanda junto a Dunkirk, de Christopher Nolan, ambas películas se complementan favorablemente, mas ninguna de las dos ofrece mucha información acerca de las personas que estuvieron involucradas en estos hechos.
Mientras la actuación de Oldman toma control del filme desde que hace su entrada -ladrándole a una secretaria encarnada por Lily James-, el libreto de Anthony McCarten no profundiza lo suficiente en el por qué detrás de las decisiones del gobernante, solo lo presenta como un hombre obstinado e impetuoso que -al menos externamente- se mostraba muy seguro de que lo que estaba haciendo era lo correcto. Cualquier intento por incluir otros matices más íntimos de Churchill a través de su esposa, interpretada por Kristin Scott Thomas, queda en nada, pues su papel es sumamente limitado.
Esto, sin embargo, no atenta contra el entretenimiento que ofrece el la película, capturando uno de los eventos más decisivos de la Segunda Guerra Mundial y mostrando la mejor cara de un verdadero líder en momentos cuando estamos huérfanos de ellos. ¿Alguna vez los tuvimos? Perdón, estoy divagando.
Con la mayor parte de la trama desarrollándose en oficinas, despachos y cuartos de guerra subterráneos, las pericias cinematográficas de Wright se ven más restringidas al no tener tanto espacio para desplegar su amplio dominio de la cámara y los planos secuenciales. Pero la acción se mantiene ágil y absorbente, impulsada en parte por la urgente banda sonora de Dario Marianelli -frecuente colaborador de Wright- y la bravura de Oldman en una de esas actuaciones que hay que verla para que no te cuenten. Todos los años hay una. Véala usted y decida si merece el Oscar.