¿Cuándo "Star Wars" se puso tan seria?
Tras su transición a la televisión, la saga parece haber olvidado el sentido de diversión que había sido una de sus principales virtudes desde su concepción.
Ya llevo algún un tiempo haciéndome esa pregunta (y más que “cuándo”, lo que quisiera saber es “por qué”), pero no fue hasta el pasado martes, cuando me senté a ver los primeros dos episodios de la serie más reciente de Star Wars en Disney+, que el problema se me hizo tan pronunciado. Ahí estaba “Ahsoka Tano”, la vivaracha padawan de “Anakin Skywalker”, uno de los personajes más queridos por todos las fans de la saga -desde los veteranos, como yo, hasta los que crecieron con ella en The Clone Wars- convertida en una tácita y parca sombra de la guerrera que durante años vimos en los show animados. ¿A dónde fue a parar aquella chica tan expresiva, impetuosa y sin pelos en la lengua?
Esta no era la primera vez que veíamos a Rosario Dawson interpretarla en live action. La actriz ya la había encarnado en dos ocasiones anteriores: la primera, en un episodio de la segunda temporada de The Mandalorian, y la segunda, en un capítulo de aquel desastre que es mejor olvidar, llamado The Book of Boba Fett. La actuación de Dawson no varía en lo absoluto entre esas dos ocasiones y la que vimos esta semana en Ahsoka, así que por lo menos es consistente, pero cuando salió por primera vez en el episodio titulado "The Jedi", le adjudiqué sus pocas palabras y marcada seriedad al obvio homenaje al “Man with no name” de Clint Eastwood y el ronin de Toshiro Mifune -los clásicos antihéroes del cine de Sergio Leone y Akira Kurosawa- al que claramente le estaban rindiendo tributo. Si la nueva serie sirve como una secuela de Rebels, la continuación parece que se limitará exclusivamente a lo que concierne la historia, porque tonalmente no podrían ser más diferentes.
La discrepancia se torna aún más incomprensible cuando Dave Filoni, el creador de “Ahsoka”, The Clone Wars, Rebels y -junto a Jon Favreau- uno de los cabecillas de Lucasfilm, es la mente detrás de este show. Y a eso súmele que la sosera de “Ahsoka” no se limita a ella, sino que se extiende a “Sabine”, “Hera” y al resto de los personajes, salvo los droides “Chopper” y “Huyang”, quienes paradójicamente lucen más vivos que los humanoides que los rodean. Si bien es cierto que la trama parte de una preocupación por el destino de “Ezra” -el joven protagonista de Rebels que desapareció misteriosamente al final de ese programa- cronológicamente han pasado entre cinco y seis años desde ese suceso (la trama de Ahsoka transcurre paralela a la de The Mandalorian, post Return of the Jedi), así que no es como si el golpe de su partida aún lo estuvieran sintiendo a flor de piel.
Todo esto, quizá, quedará mejor explicado a medida que avance la historia a lo largo de los restantes seis capítulos de esta primera temporada. Ciertamente hay cosas muy significativas que ocurrieron entre “Ahsoka” y “Sabine” durante los hechos de la trilogía original que aún no conocemos, como por ejemplo, la revelación de que la mandaloriana comenzó a entrenar como jedi bajo la togruta. Sin embargo, esto no quita lo seca e inerte que se siente la nueva serie, especialmente en comparación al programa original. Y sí, OK, aquel iba dirigido a un público predominantemente infantil y, por ende, tenía que ser más liviano y movido, pero el humor y el sentido de diversión han formado parte de Star Wars desde su concepción. De lo sublime a lo ridículo, de “Let the wookie win” y los Ewoks cocinando a nuestros héroes, a “Jar Jar Binks” haciendo payasadas en el campo de batalla y, sí, el gran “Luke Skywalker” ordeñando una vaca espacial, y todo esto se tradujo -e incluso se intensificó- en el medio animado. Así que, vuelvo y pregunto, ¿cuándo Star Wars se puso tan seria?
“This is the wayZzzZzzzZzz”
Todo empezó con la transición de Star Wars a la televisión live action con The Mandalorian. Ese show estableció el tono, la estética y el estilo de actuación que imperaría en el resto de los programas salvo el estupendo Andor de Tony Gilroy, que es sombrío por la naturaleza del entorno en el que se desarrolla (la opresión del imperio sobre la galaxia), pero que estuvo exponencialmente mejor escrito, actuado y dirigido que cualquier otra serie o película que se haya hecho en este universo bajo Disney. Andor existe por sí sola en una liga aparte, en donde juegan las series elite de la talla que producen HBO, FX y AMC. Junto a Star Wars Visions, son la prueba más contundentes que hay de que Star Wars puede ser muchas cosas, y no solo monjes galácticos con lightsabers, pero estoy divagando. Fue aquella primera colaboración entre Favreau y Filoni la que instauró la fórmula que veríamos ejecutada en las próximas temporadas de The Mandalorian, así como en The Book of Boba Fett y la insufrible Obi-Wan Kenobi. Desde entonces, todos los personajes hablan pausadamente con la misma inexpresiva monotonía que “Din Djarin”; los escenarios digitales -el dichoso “volume”- castran las posibilidades de las secuencias de acción y facilitan el que los actores ni siquiera tengan que grabar sus escenas juntos; la dirección es rudimentaria y aburrida; los diálogos, pasivos, simplones e insípidos; nadie ríe, nadie llora, nadie ama, nadie grita, nadie se encojona, nadie expresa ninguna emoción que no sea la más profunda indiferencia.
No sé por qué tiene que ser así, ni mucho menos por qué continúa siendo así en Ahsoka. Basta con ver cualquier episodio de The Clone Wars o Rebels para notar cuán distintos son en su acercamiento a este mismo material, cómo los personajes bromean entre sí, se viven sus aventuras juntos, temen por el bienestar de sus compañeros y celebran sus victorias, por más grandes o pequeñas que sean. Se sienten atentos, activos, reales, despiertos y saltan de la pantalla con su entusiasmo, incluso cuando el estilo de la animación nunca fue el mejor. Los de Disney+ parecen recortes de cartón en comparación, bidimensionales y sin vida, meros marcadores de lo que representan. Algo así como “Grogu", cuya popularidad se limita a su adorabilidad, pues hasta ahora no ha aportado ninguna otra cosa a la saga que no sea servir como recordatorio de algo que ya nos gustaba (“Yoda”). En eso se ha convertido Star Wars de The Rise of Skywalker para acá: en proveer la más banal satisfacción apelando a la nostalgia barata a través de sonidos e imágenes que evocan lo mejor de su pasado sin hacer nada novedoso que ilumine su futuro. Me pregunto cuántos nuevos fans ha producido desde que fue adquirida por Disney en el 2012, pero eso es tema para otra ocasión.
Sospecho que el cambio de un medio a otro no ha favorecido las fortalezas de Filoni como un narrador de historias. Quizá piense que en live action tiene que ser más “adulto”, más “oscuro” y “formal”, pero no veo cómo podría llegar a esa conclusión tras ver los nueve largometrajes de Star Wars, que nunca se tomaron muy en serio. Su experiencia detrás de la cámara es limitada y se nota a leguas -la silla del director le queda grande-, y como guionista, la extensión de los episodios también funciona en su contra. No es lo mismo 22 minutos que 42 ó 60. Muchos de estos capítulos se sienten eternos, como si tan solo tuviese suficiente trama para llenar una fracción del tiempo, o si se tratase del libreto de un largometraje dividido en seis u ocho pedazos estirados como chicle. Todo sea por producir más “contenido”. La última temporada de The Mandalorian fue un craso ejemplo de esto, un bodrio sin son ni ton que acabó de abandonar por completo su identidad original de aventura episódica semanal para convertirse en otra extensión más del “Filoniverse”. Y no es como si el tipo haya perdido su toque especial. Solo hay que ver los recientes episodios de la miniserie animada Tales of the Jedi -cuyas duraciones fluctúan entre los 12 y 18 minutos- para apreciar cuán bueno puede ser Filoni cuando está en su zona de confort.
Sin embargo, nada de esto excusa la asfixiante solemnidad que se ha apoderado de Star Wars. Eso es una cuestión de tono, y tras cuatro años en la televisión, ya hemos más que sobrepasado los growing pains del cambio a un nuevo medio. No me queda de otra que inferir que la decisión de continuar persiguiendo este tedioso mood debe ser institucional, de la cúpula Favreau y Filoni para abajo, presumo porque les gusta. Y no solo a ellos, pues sé que las series tienen muchísimos fans, y sinceramente me alegro por quienes pueden continuar disfrutando de Star Wars como siempre lo han hecho, pero para los que no estamos en el mismo bote, el panorama es bastante deprimente. Literalmente deprimente, considerando la falta de ánimo plasmado en pantalla. ¿Acaso ya no hay espacio para efusivos intercambios como los que se dan entre “Han” y “Luke” mientras disparan contra una escuadrón de TIE Fighters? ¿O para la voz quebrantada de “Kylo Ren” cuando le extiende su mano a “Rey” suplicándole que se una a él? ¿Están prohibidos los apasionados besos a escondidas en los pasillos de Millennium Falcon, los chistes a expensas de C-3PO, el sarcasmo de “Han Solo", las lágrimas derramadas por “Padme” en Mustafar y la bufonería de R2-D2? No pido mucho, solo una mínima expresión de sentimientos humanos y un chin de diversión. A estas alturas, hasta me conformo con un “¡Yippee!” de “Anakin”. Al menos sabemos que él estaba #PasándolaCabrón cuando piloteó una nave por primera vez.
¿Qué te parecieron a ti los primeros dos episodios de Ahsoka? Déjame saber abajo en los comentarios y suscríbete a este boletín, si aún no lo has hecho.
Yo perdí la fe en el Favreauverse cuando aquél episodio de Boba Fett retrocedió todo lo que había pasado en la segunda temporada de Mandalorian para volver a unir a Grogu con Mando. Sentí que había perdido mi tiempo invirtiendo mis emociones en estos personajes solo para regresar al status quo. Por lo que he escuchado, no me he perdido de mucho.