“Una mujer fantástica” en un filme admirable
El oscarizado largometraje chileno llega a las salas de Fine Arts Café.
Se le escucha entonar la segunda estrofa de “Periódico de ayer” cuando él llega a buscarla para celebrar su cumpleaños. Le obsequia un vale de dos pasajes para las cataratas de Iguazú, porque en ese momento él no recuerda dónde dejó los boletos. Tras copas y bailes, acaban en el apartamento que ambos comparten, tienen sexo y se acuestan a dormir. La velada de ensueño pronto se convierte en pesadilla.
Ella es “Marina Vidal”, una joven transgénero encarnada bravamente por Daniela Vega, la “mujer fantástica” que figura en el título Una mujer fantástica del director Sebastián Lelio, que recién ganó el Oscar a la mejor película extranjera. Él es “Orlando Ornetto” (Francisco Reyes), un fabricante de textiles de cincuenta y tantos años, divorciado, padre de dos hijos. Uno quisiera saber cómo se conocieron, dónde, bajo qué circunstancias, ser testigo del momento cuando la familia de él se enteró que se iba a vivir con un hombre, “un monstruo”, “una quimera”, o cualquiera de las demás ofensas que ella tiene que soportar a diario. El libreto de Lelio solo nos ofrece el final de la relación antes de sumirnos en el duelo de esta, cuando “Orlando” muere repentinamente de un aneurisma.
Al igual que en su memorable Gloria, el nuevo largometraje del cineasta chileno es un estudio de personaje, más enfocado en el comportamiento de su figura central -y su reacción a los obstáculos que le colocan en el camino- que en la narrativa convencional. “Marina” es un fascinante sujeto, que si bien no alcanza su mayor potencial ante las limitaciones histriónicas de su debutante actriz, si funciona como una digna representante de estos hombres y mujeres marginados que exigen respeto, igualdad de oportunidades y -en el caso del filme- el derecho básico a despedir a un ser querido.
El conflicto central de Una mujer fantástica yace en ese duelo de voluntades entre “Marina” y la familia de “Orlando”, que preferiría velarlo discretamente, como un bochorno que desean enterrar lo más pronto posible. La joven cantante y mesera pasa de ser sospechosa de un crimen a víctima de uno, pero obligada a callar, pues la ley no está de su lado. Pero por su amado, está dispuesta a tolerarlo todo. Lelio contrarresta las injusticias y abusos rompiendo con lo cotidiano, decorando la pantalla con secuencias que se apartan de la realidad que aspiran a servir de ventana al interior de su personaje protagónico. Estos pasajes, sin embargo, no trascienden el atractivo estético y el ingenio visual.
A medida que el filme avanza hacia su desenlace, queda en evidencia la falta de un tercer acto. Elementos que se introdujeron a lo largo de la historia quedan en el aire, dejando un sabor de insatisfacción en la resolución del argumento. Sí cabe destacar que películas como Una mujer fantástica y Tangerine, de Sean Baker, estén protagonizadas por mujeres transgéneros, y no por hombres heterosexuales interpretándolas. Y si una victoria en los Oscar contribuye a que se abran más espacios en el cine para estas personas, que así sea. Lelio logra un filme con loables intenciones, visualmente cautivante y plenamente seguro de su postura moral en torno al trato de estas personas por parte de la sociedad, pero los remanentes del amor entre “Marina” y “Orlando” no son capaces de sostener por sí solo el reclamo que se quiere transmitir a través de él.