“Toy Story 4” recicla y reexamina ideas en fascinante epílogo
La cuarta entrega de la primera película de Pixar recorre lugares comunes sin miedo a explorar atajos más incómodos.
Raras son las trilogías cinematográficas que han tenido un memorable final, digno de las dos películas que lo anteceden. Las pocas que existen se pueden contar con los dedos de las manos y sobrarían ambos pulgares y al menos un meñique. La de Toy Story es una de ellas, pero a partir de hoy, ya no será una trilogía. ¿Por qué Pixar querría atentar contra la perfección? El cínico respondería que por la inmensa cantidad de dinero que recaudarán en la taquilla durante las próximas semanas. Sin embargo, aunque esto es cierto, como epílogo a una de las mejores trilogías en la historia del cine, Toy Story 4 es un trabajo interesante que continúa explorando los temas centrales de la serie de formas fascinantes e, incluso, hasta un poco retorcidas.
Tan solo considere la manera como comienza este filme, con la introducción de un nuevo juguete, creado por “Bonnie” -la pequeña heredera de “Woddy”, “Buzz” y el resto de los juguetes de “Andy”- de materiales que le fueron provistos en su primer día en Kindergarten. Su nombre es “Forky”, una cuchara-tenedor con ojos saltones de plástico y brazos de alambres de colores. A “Forky” no le cae nada bien esto del “ser”, por lo que intenta una y otra vez retornar al vacío existencial del que vino. Es el sheriff “Woddy” quien trata de darle propósito a la vida de este juguete con tendencias suicidas. Esto no es material que uno esperaría ver en un estreno familiar, pero el libreto de Andrew Stanton (Wall-E) y Josh Cooley -quien aquí debuta como director- lo maneja con el tacto y humor que siempre ha caracterizado a las producciones de Pixar.
Esa es tan solo una muestra de los senderos más oscuros que el largometraje se atreve a recorrer sin perder de vista su meta de entretener al público. Toy Story 4 no será capítulo más sobresaliente de la serie -la mayoría de las personas probablemente la pondrían en último lugar en orden de preferencia-, pero sí contiene muchos de los mejores chistes que se hayan visto en ella, y estos son los que le permiten navegar exitosamente la disonancia tonal entre el entretenimiento infantil y secuencias más tenebrosas e inquietantes que no estarían de más en un filme de David Lynch. Desafortunadamente, Pixar jamás nos obsequiará una película de terror, pero da gusto verlos cruzar esa frontera y permitirnos contemplar -al menos por un instante- lo que podríamos ver en una realidad paralela.
Como ha sido hábito y costumbre en los filmes de Toy Story, un juguete se pierde y hay que ir a rescatarlo. Esta vez, el extraviado es “Forky”, y “Woody” nuevamente tiene que aventurarse a socorrerlo por ser el favorito de “Bonnie”. Pero si bien la médula del argumento es un refrito de algo que ya hemos visto en tres ocasiones anteriores, el escenario es lo suficientemente distinto como para que no se sienta como déjà vu. La convicción de “Woody” lo lleva hasta una tienda de antigüedades, custodiada por una vieja muñeca de nombre “Gabby Gabby” y sus títeres guardianes. ¿Le mencioné que la película puede ser escalofriante? No tendrá idea cuán espeluznante puede ser hasta que vea a estas marionetas en movimiento, pero tranquilos, padres y madres, que siempre hay un chiste a la vuelta de la esquina para liberar la posible tensión entre los espectadores más pequeños.
La mayoría del humor llega a través de los personajes nuevos, principalmente los interpretados vocalmente por el dúo de comedia compuesto por Keegan-Michael Key y Jordan Peele como dos peluches de esos que regalan en las ferias. También cabe destacar a Keanu Reeves como el motorista canadiense “Duke Caboom”, quien se roba el show en tan solo un puñado de escenas. Todos quedan maravillosamente animados junto al resto del elenco digital en una de las más impresionantes demostraciones del talento de Pixar para crear mundos que habitan entre la fantasía y la realidad.
Ese empeño por hacer las mejores películas animadas de este lado del hemisferio continúa siendo una de las fortalezas del estudio, el cual lamentablemente de unos años para acá, han favorecido la producción de secuelas sobre la creación de nuevas historias. Toy Story 4, aun con lo divertida que es, podrá ser otra de estas innecesarias continuaciones, pero contrario a las otras que han salido en la pasada década, toma riesgos que la elevan. Lo que comenzó como una historia de juguetes vivientes, se ha atrevido a abordar temas como el existencialismo, la mortalidad y, ahora, el sentido de valor propio y el individualismo. Esa melancolía que siempre ha estado en el trasfondo de todas las Toy Story, que proponen que todos los juguetes acaban siendo olvidados, perdidos o destruidos, jamás se había hecho tan presente como en el estreno de hoy. Verlo balancear esos cuestionamientos con la necesaria dosis de entretenimiento escapista es en sí un increíble acto de malabarismo y la razón por la que Pixar continúa siendo Pixar.