Acción sin control en “Tomb Raider”
La nueva adaptación del clásico videojuego hace que se extrañe tener el control en las manos.
Jack Nicholson sale de la consulta del psiquiatra, pausa y -ante el resto de los pacientes en la sala de espera- piensa en voz alta: “What if this is as good as it gets?”. Recordé esta escena de As Good as it Gets tan pronto terminó Tomb Raider. En esta analogía, Nicholson es este servidor al salir del cine tras ver la película; los pacientes, pudieran ser los millones de fanáticos de los videojuegos que llevan décadas esperando por una -tan solo, una- buena adaptación de alguno de sus títulos favoritos, con cada estreno sembrando la esperanza de que este sea el que vaya a romper la mala racha. A esto, vuelvo y pregunto: ¿y si esto es lo mejor que pueden hacer?
Si se compara con toda la chatarra que se ha producido por los pasados 25 años -desde Super Mario Bros. (1993) hasta Assassins Creed (2016) y las cientos de secuelas de Resident Evil entremedio-, pues sí, supongo que esta nueva versión de Tomb Raider fácilmente podría ser declarada “LA MEJOR PELÍCULA DE VIDEOJUEGOS”. Los estándares que han establecido los estudios de cine en torno a este tipo de filmes son tan y tan bajitos, que no hay que esforzarse mucho para llevarse ese título. Basta con no ser terrible para lograrlo, y el estreno de hoy ciertamente no es “terrible”, meramente “OK”, rayando en mediocre, demasiado insulso e inofensivo como para provocar enfado y lo suficientemente entretenido para no sentir que fue una total pérdida de tiempo.
El pegamento que mantiene todo el andamiaje más o menos unido, lo es Alicia Vikander como “Lara Croft”. Su caracterización del icónico personaje se basa en los últimos videojuegos de esta intrépida arqueóloga que presentan cómo adquirió todas sus destrezas, conocimiento e instinto de supervivencia. Lo que tenemos aquí es una típica historia de origen, no muy diferente a todas las que actualmente estamos acostumbrados a ver en las cintas de superhéroes. “Lara” es, en esencia, una variación de “Batman”, una joven millonaria, huérfana, con inteligencia y habilidades físicas por encima de la norma. La presunta muerte de su padre hace siete años llevan a la joven a perseguir pistas sobre su paradero, guiándola hasta una misteriosa isla cerca de Japón donde -dice la leyenda- la reina “Himiko” fue sepultada para proteger al mundo de su maldad.
En su primer papel estelar en un blockbuster hollywoodense, Vikander convence como “Lara”. Tonificada y musculosa, la actriz sueca llena el rol físicamente, aunque no luce del todo cómoda en la piel del personaje, quizás por falta de material que le impide desarrollarla más allá de lo superficial. Tampoco ayuda el hecho de que todos los actores a su alrededor tengan partes aún más delgadas que la de ella. Walton Goggins es criminalmente desperdiciado como “Mathias Vogel”, el villano de cartón que también anda buscando los restos de “Himiko”; Dominic West no es más que una mera figura paternal unidimensional, y mejor ni hablemos de cómo la gran Kristin Scott Thomas apenas suma tres minutos en pantalla.
La trama arranca bien, trazando el día a día de “Lara” trabajando como mensajera en bicicleta al no aceptar la herencia -y, por ende, la muerte- de su padre. Sin embargo, una vez llega a la isla, el filme pierde impulso, cayendo en un letargo del que no se recupera sino hasta el acto final, donde la acción se traslada a la tumba y “Lara” encuentra cosas más dinámicas para hacer. Las escenas de acción a cargo del director noruego Roar Uthaug -quien aquí debuta en este lado del Atlántico- resultan funcionales, dirigidas a emular lo que se observa en el videojuego sin jamás sentirse igual de emocionantes. Se extraña el control en las manos, y quizás aquí sea donde recaiga el mayor obstáculo que los estudios han enfrentado al insistir en adaptar un medio al otro.
En el cine, sabemos que “Lara” no va a morir. No se va a caer por el risco, las filosas púas que salen del piso no la van a atravesar ni caerá víctima de la trampa que hay frente a la tumba, contrario a sus juegos, en los que podemos morir 20 veces en la misma parte y 20 veces volvemos a intentarlo. No existe el más mínimo sentido de tensión. Los rompecabezas que ella resuelve son mucho más simples en pantalla que los que nos rompen la cabeza mientras oprimimos botones. Todo lo recibimos masticado. El cine convierte una experiencia activa en una pasiva, pasamos del asiento del conductor al del pasajero.
Quizás será hora de aceptar que nunca habrá una tremenda película basada en un vídeojuego, que son dos medios de entretenimiento tan diferentes que no hay manera de saltar de uno al otro sin perder gran parte de lo que los distingue. Supongo que en algún momento hay que resignarse y conformarse con que películas como Tomb Raider son “as good as it gets”.