"The Meg" no es un digno rival para Jason Statham
La estrella de acción británica se enfrenta al mayor oponente de su filmografía en este tonto estreno veraniego que se tarda demasiado en mostrar lo que vinimos a ver.
“Jason Statham versus tiburón prehistórico” debería ser razón suficiente para atraer a las masas a los cines. La pregunta es si The Meg cumple con los elevadísimos niveles de ridiculez que esa atractiva cartelera lleva meses prometiendo. La respuesta es: más o menos.
Cuando Hollywood trata de confeccionar -con toda intención- un “B-movie”, el resultado suele ser algo como Snakes on a Plane, Anaconda o Eight Legged Freaks, filmes plenamente conscientes de lo absurdos que son, pero que se conforman con las tonterías intrínsecas de sus premisas. La mayoría las desaprovechan, creyendo que con el concepto basta. ¡Serpientes en un avión! ¡Arañas gigantes! ¡Tiburón del tamaño de un yate! Esto será lo que pone traseros en las butacas, pero se requiere de un poquito de talento para que sea divertido. The Meg quiere ser esa película cool que no se toma en serio, y su campaña de publicidad ha hecho un excelente trabajo de vender esa idea, pero hay varias cosas que operan en contra de que cumpla con las expectativas.
Lo primero es su duración. Raspando las dos horas, el largometraje extiende su bienvenida con un primer acto bastante aburrido que pierde demasiado tiempo introduciendo más personajes de los que son verdaderamente necesarios, más cuando sabemos que muchos de ellos son mera carne de cañón y morirán en el transcurso. Quien único importa es “Jonas Taylor” (Statham), un tipo de experto en rescates submarinos que años atrás sobrevivió el ataque de una inmensa criatura que nadie le creyó que existiese. En el presente, una misión científica en las profundidades del Océano Pacífico enfrenta problemas cuando uno de sus submarinos se ve inhabilitado con la tripulación a bordo. “Jonas” es reclutado para salvar a las personas, propiciando un nuevo encontronazo con lo que todos descubren se trata de un megalodón: un monumental tiburón de la era prehistórica.
Hay un tipo de magia que solo se da en algunos largometrajes de esa índole y que se manifiesta entre el guiño que se le hace a la audiencia y la aparente seriedad con la que los actores interpretan sus caricaturescos papeles. Jason Statham posee esa habilidad. Lo mismo no se puede decir del resto del elenco. Por cada Rainn Wilson -como el inescrupuloso billonario que financia la misión- que traen la actuación cutre requerida, hay alguien como Bingbing Li, quien interpreta a la líder científica / interés amoroso / personalidad china que ahora muchos blockbusters incluyen para apelar a ese mercado, uno que últimamente deja mayores ganancias que la taquilla estadounidense. Li no sabe el significado de “cheesy”, y hay más química entre Statham y su traje de buceo que entre él y ella.
Una vez pasada la monotonía de la primera mitad, la película cae en un ritmo más llevadero con “Jonas” enfrentándose una y otra vez a la bestia en mar abierto. El desenlace se desarrolla principalmente en una playa repleta de bañistas que deberían funcionar a modo de buffet para el “Meg”, pero la clasificación PG-13 limita seriamente lo que se pudiese presentar en pantalla. El rating tampoco funciona a favor de la producción, impidiéndole presentar la sangrienta diversión de algo como Piranha 3D. Solo cuando finalmente llegamos al doceavo asalto entre Statham y el tiburón es que el filme se permite ser lo más ridículo posible, y aun así el suspenso nunca alcanza los niveles óptimos. Las impasibles secuencias dirigidas por Jon Turteltaub aspiran a capturar la tensión de Jaws, pero The Meg a duras penas consigue igualar a Jaws 2.