“Spider-Man: Into the Spider-Verse” está INCREÍBLE
El fantástico largometraje marca un hito en el medio animado.
Quisiera no estar aquí ahora mismo, sentado frente a este aburrido escritorio, redactando esta crítica. Desearía estar en el cine más cercano, ante la pantalla más grande posible, viendo Spider-Man: Into the Spider-Verse otra vez, esto a pesar de que -al momento de escribir estas palabras- la vi hace apenas dos horas. ¿Mañana? Mañana estaría en el mismo lugar. Sin embargo, como el filme no estrena hasta el jueves, pues supongo que acabaré de escribir esto.
Advertencia, por si no le fue obvio tras leer el título: argumentos hiperbólicos a continuación.
Into the Spider-Verse no es como cualquier cosa que haya visto antes. O sea, sí, es una película de superhéroes, y de esas actualmente se producen muchas. La mayoría -como ocurre con todos los géneros- suelen cortarse con la misma tijera. Esta no reinventa la rueda ni nada similar, aunque termina muy al tope de las mejores que se han hecho, de “Spider-Man” o de cualquier otro justiciero. Las razones para declararla como tal se basan fundamentalmente en el excelente manejo de la historia, que da justo en el clavo de por qué el arácnido superhéroe es uno de los más queridos de los cómics. Ahora, lo que la distingue, son sus imágenes. Cuando digo que no he visto nada igual, no exagero. Soy un apasionado fanático de la animación, y lo que vi aquí es único, tanto así que no existe una palabra para describirlo.
Por años he lamentado el dominio que las gráficas computarizadas han tenido sobre la animación, y cómo estas hacen que la mayor parte de estos filmes luzcan tan perfectos y homogéneos. Llámenme anticuado, pero extraño las texturas, los trazos, las imperfecciones, esas que solo se encuentran en los dibujos a mano y las marionetas del “stop-motion”. Into the Spider-Verse combina los avances tecnológicos con el arte de los cómics para producir algo comparable a sumergirse en los paneles de las historietas, proveyendo una experiencia tridimensional sin necesidad de ponerse unas gafas.
El efecto es comparable a observar una página de un cómic en movimiento, como si los coloridos paneles cobrasen vida ante los ojos. La impactante estética diseñada por el trío de directores -compuesto por Bob Perischetti, Peter Ramsey y Rodney Rothman- emula el arte de las historietas de Marvel de medio siglo atrás, en particular el método de impresión conocido como Ben-Day Dots. Es algo tan llamativo e innovador que cuando el estudio Sony le solicitó a Phil Lord y Chris Miller -coguionista y productor, respectivamente- que bautizarán el estilo, el dúo no pudo dar con un nombre que lograra encapsularlo. El resultado es absolutamente asombroso, al punto de que uno quisiera estar sentado junto a alguien que derramara gotas en nuestros ojos para no tener que pestañar y perder tan siquiera un recuadro.
Sus impresionantes triunfos artísticos van de la mano de un libreto que no podría ser más fiel a las virtudes del personaje, desde el lema por el cual se rige -anteponiendo el bien común sobre su propia vida- hasta el característico sentido del humor al que siempre recurre cuando se enfrenta a un villano, o incluso cuando desea esconder sus miedos y penas. “Todos tenemos la capacidad de ser ‘Spider-Man’” sonará trillado, pero Into the Spider-Verse es la manera más entrañable en que este mensaje ha sido expuesto en pantalla, y la película lo subraya presentando no una, ni dos, sino seis versiones del personaje de diferentes razas, edades, géneros e, incluso, especies.
La principal, es “Miles Morales” (Shameik Moore), el joven negro de ascendencia puertorriqueña cuyo universo se ve invadido por otras Tierras paralelas luego de ser mordido por - ¡sorpresa! - una araña radiactiva, lo cual resulta sumamente oportuno en vista de que el “Spider-Man” de su realidad acaba de morir. La fusión del multiverso amenaza con destruir la continuidad tiempo-espacio, por lo que “Miles” recurre a otro “Peter Parker” (Jake Johnson) -una versión cuarentona, desganada y sobrepeso del héroe que él conoció- para que lo entrene y lo ayude a detener los planes del villano detrás del experimento.
A este dúo se le suma “Spider-Woman” (Hailee Steinfeld), una joven que en otro universo también fue mordida por una araña y vio a su mejor amigo morir; “Peni Parker” (Kimiko Glenn), una adorable niña de dibujada al estilo del anime que controla un arácnido robot con su mente; “Spider-Man Noir” (Nicolas Cage), un justiciero en blanco y negro de los años 30; y “Spider-Ham” (John Mulaney), un cerdito que fácilmente pudo haber salido de los Looney Tunes. Parecerá que son demasiados personajes, pero el corazón de la historia yace en la relación pupilo-mentor que se da entre “Miles” y “Peter”. El resto están ahí para servir de efecto multiplicador al entreteniendo y la diversión.
Como alguien que consume demasiado cine, no puedo describirles cuán raro se siente toparme con algo que me resulte tan nuevo y singular. Spider-Man: Into the Spider-Verse me parece el mayor avance que se ha hecho en el medio desde Toy Story, en 1995, y con suerte más artistas se inspirarán en sus aciertos para jamaquear la industria y revitalizarla. Es fácilmente la mejor película de superhéroes del año. También es la mejor película animada del año, y en lo que respecta a la animación computarizada, eleva la barra a tal nivel que veo difícil que alguien vaya a sobrepasarla en buen tiempo.
Les advertí que iba a ser hiperbólico.