“Wolfwalkers”: maravilloso conjuro de trazos y folclor
La nueva película del estudio Cartoon Saloon se inspira en leyendas irlandesas para contar una tierna historia que trasciende fronteras.
Desde el estreno de The Tale of the Princess Kaguya en el 2013, el medio animado no veía una película tan hermosa y visualmente impactante como Wolfwalkers, al menos en lo que respecta a las que se hacen mayormente a mano. El afecto por esta técnica de animación tradicional es palpable en cada recuadro, tanto así, que los directores Tomm Moore y Ross Stewart optaron por no remover los dibujos originales de los lápices de carbón tras la aplicación de los colores. La inusual decisión engalana al filme con una cualidad rústica que inmediatamente lo distingue, a la vez que lo eleva muy por encima de la mayoría de las producciones digitales que acostumbran a perseguir la nitidez y que a veces parecen hechas por la misma computadora. Aquí, los bocetos iniciales se despliegan con orgullo como huellas del fantástico trabajo del equipo de artistas, al mismo tiempo que sirven para evidenciar la evolución que atraviesa su sublime propuesta estética en la que expresan magia y folclor con cada trazo.
El estupendo largometraje -que estrena mañana en Apple TV+- completa una trilogía para el estudio Cartoon Saloon que comenzó en el 2009 con The Secret of Kells y continúo en el 2014 con Song of the Sea, basada en cuentos medievales irlandeses. Los que inspiraron Wolfwalkers se fundamentan -parcialmente- en la verdadera historia de cómo Inglaterra trató de extinguir a los lobos en Irlanda como muestra de su severo coloniaje. La isla europea tiene una rica tradición de mitos y leyendas que giran en torno a los lobos, que van desde su adoración como sabias criaturas, hasta la capacidad de algunos seres humanos de transformarse en ellos y ver el mundo a través de sus ojos. El liberto parte de esta segunda creencia para contar una historia con dos perspectivas muy distintas que convergen mediante la amistad que aflora entre dos niñas.
“Robyn Goodfellowe” (Honor Kneafsey) es la hija de un cazador inglés (interpretado vocalmente por Sean Bean) que se muda a Kilkenny, Irlanda, a finales del siglo 17, para cazar a la manada de lobos que amenaza a una ciudad amurallada, gobernada por el “Lord Protector” (Simon McBurney). De entrada, el mero nombre de este villano establece una atmósfera de intransigente opresión religiosa que rige sobre esta ciudadanía, cuyo crecimiento desmedido atenta contra el hábitat de estos depredadores caninos, consumiendo sus recursos naturales. “Robyn” quiere ser una cazadora como su padre, a quien persigue sigilosamente hasta las partes más recónditas del bosque que los rodea, y allí se topa con “Mebh” (Eva Whittaker) una niña salvaje, criada por su madre junto a la susodicha manada, con quién forma una conexión.
Para los amantes de la animación, el párrafo anterior inmediatamente les hará pensar en Princess Mononoke, el clásico de Hayao Miyazaki, pero aunque las influencias de Studio Ghibli están presentes -y el dúo de directores abiertamente las reconocen-, las similitudes no van más allá de la simple premisa y su postura proambiental. La íntima relación que surge y se desarrolla entre “Robyn” y “Mebh” es lo que propulsa el argumento, y es algo que ejecuta extraordinariamente con partes iguales de ternura y la más profunda emoción.Aun siendo una película dirigida a un público infantil, Wolfwalkers no teme a la hora de exponer los inhumanos efectos del coloniaje y las barbaries de las que son capaces quienes se benefician de él, que si bien no los manifiestan gráficamente, el saldo emocional queda perfectamente subrayado.
Las maneras como el filme logra hacer hincapié en estos temas que aborda, van desde el excelente y emotivo trabajo vocal de las dos actrices que interpretan a las niñas, hasta la forma como los artistas delinearon los dos mundos en los que transcurre la acción. Los contastes son evidentes en el diseño de la ciudad, claustrofóbica y bidimensional, exenta de profundidad al extremo que todo parece ocupar el mismo plano, versus el bosque, donde la animación cobra una tridimensionalidad que alcanza su máxima expresión en una de sus secuencias más formidables en la que “Robyn” adquiere la habilidad de “Wolfvision”. La imaginación se desborda fuera de los márgenes del recuadro, y no hay una sola escena que uno no estaría dispuesto a colgar como un cuadro en cualquier pared de su casa.
Wolfwalkers es un absoluto triunfo para Cartoon Saloon, la cúspide de su admirable filmografía, y las prueba más reciente y contundente de que la animación tradicional posee un encanto que debemos atesorar y que ningún ordenador es capaz de reproducir. No es solo superlativamente la mejor película animada del 2020, sino una de las mejores del año, punto, y de las mayores dichas que he tenido frente a una pantalla en los pasados meses. Y eso vale el triple en estos tiempos que vivimos.