“Pachinko”: íntimo drama multigeneracional expone el yugo del coloniaje
La extraordinaria serie de Apple TV+ plasma la travesía de una familia coreana a través del siglo 20.
Una niña observa estremecida cómo un humilde pescador es golpeado por policías. Una joven madre pierde a su marido tras ser arrestado por crímenes de sedición. Una abuela prueba el arroz de su país -al que no ha vuelto en décadas- y no puede contener las lágrimas por la ola de recuerdos liberados fulminantemente por el sentido del gusto. Las tres son víctimas del colonialismo, y no solo cargarán con los traumas de este mal durante el resto de sus vidas, sino que se los pasarán, inconscientemente, a sus hijos y nietos, quienes también sufrirán sus efectos. La niña, la madre y la abuela son la misma mujer, de nombre “Sunja”, la protagonista del hermoso drama Pachinko, cuyos primeros tres de ocho episodios estrenan este viernes en Apple TV+, y en los que se plasma la travesía de una familia coreana a través de poco menos de un siglo.
La serie se basa en el bestseller homónimo de la autora Min Jin Lee, publicado en el 2017, y adaptado sublimemente a la televisión por la escritora Soo Hugh, quien reconfigura los tres arcos del libro -desarrollados cronológicamente entre 1910 y 1989- de manera que le permitan avanzar y retroceder en el tiempo sin que la estructura narrativa se sienta como una serie de extensos y torpes flashbacks. Todos los eventos que sacuden la vida de esta familia, tanto personales (nacimientos, bodas, muertes, etc.) como históricos (la anexión forzada de Corea a Japón a principios del siglo 20, el catastrófico terremoto de Kanto de 1923 y el boom económico nipón de la década del 80, entre otros), parecen ocurrir al unísono en el pasado y el presente, a veces con consecuencias directas e indirectas entre ellos, y matizados magistralmente a modo de ecos y reflejos por el dúo de directores compuesto por Kogonada y Justin Chon. Ambos hacen de este show uno de los mejores que ha salido de la compañía de la manzanita que -al menos en lo que respecta a cine y TV- siempre ha sobrepuesto la calidad sobre la cantidad. No tendrá tanto contenido ni los números de suscriptores de otros streamers, pero sí está creando mejor programación que Netflix y Disney+ juntos, y con el doble o triple de valor de producción.
Pachinko, por si no lo sabe, es un juego de azar japonés, una combinación entre las máquinas de pinball y tragamonedas, en el que las personas depositan cientos de bolitas de acero con la esperanza de que caigan en una de varias canastas o agujeros mientras chocan y son desviadas aleatoriamente por clavos y otros obstáculos. Aunque sus jugadores dirán lo contrario, no hay mucha destreza envuelta. Es pura suerte. La bolita cayó aquí en vez de allá, algunas rindieron frutos (más bolitas, para seguir jugando), pero la mayoría fueron pérdida. Y la analogía debería ser obvia, pues la autora utiliza simbólicamente este pasatiempo japonés para sugerir que la vida es un gran juego de azar, una larga serie de incontrolables coincidencias y casualidades, capaces de producir tanto tristeza como alegrías.
La trama parte de ambos extremos temporales, con el nacimiento de “Sunja” poco después de la colonización de Corea por el imperio japonés, en 1910, y el retorno de su nieto, “Solomon”, a su natal Japón en 1989, para cerrar un negocio que pudiese asegurarle un ascenso en la firma de inversiones de Wall Street para la que trabaja. El argumento gira, principalmente, alrededor de estos dos personajes, con “Solomon”, interpretado cautivantemente por Jin Ha, mientras que “Sunja” es encarnada por tres fabulosas actrices: Jeon Yu-na, de niña; la ganadora del Oscar por Minari, Youn Yuh-jung, de anciana; y de adolescente/adulta por Kim Min-ha, en su extraordinario debut actoral. Dicho eso, el reparto está colmado de magníficas actuaciones que, por más pequeñas que sean, llenan de vida este drama familiar “dickensiano” tan épico en escala como íntimo en sentimientos.
“Sunja” es el hilo conductor a través del que se hilvana el pasado y presente de esta, una de innumerables familias que sufrieron y aún sufren las consecuencias del imperialismo y la colonización. De pequeña, su padre le promete protegerla de la maldad del mundo, para que esta “nunca la toque”, pero la misma llega marchando a su vida con la instalación del gobierno colonial japonés que sumió a Corea en décadas de persecución y pobreza. Los efectos de esto reverberan hasta el presente, tanto el nuestro, del 2022 -cuando aún existen fuertes enemistades entre ambas naciones-, como el de la serie, con “Solomon” como blanco de prejuicios, no solo en Estados Unidos -que, comprensiblemente, a veces parece tener un monopolio sobre el racismo y la xenofobia- sino también en Japón, donde lo utilizan a conveniencia para tratar de persuadir a una anciana coreana de vender su terreno para construir un lujoso hotel. Mientras todo esto ocurre, los vemos experimentar con amores y desamores, lidiar con viejos rencores y nuevos, hacer frente a las desgracias y abrazar los pequeños momentos de dicha. Más que nada, los vemos vivir y atravesar toda la gama de emociones que nos hacen humanos, con cada personaje escrito tan detalladamente que adquiere una tridimensionalidad apabullante.
En su afán por presentar esta abarcadora odisea multigeneracional -que aún deja material para una segunda temporada por adaptar, al no tocar los acontecimientos durante y después de la Segunda Guerra Mundial-, Pachinko sobresale como un tierno y profundamente conmovedor melodrama acerca de la perseverancia de una matriarca por mantener su identidad nacional, trágicamente consciente de que sus hijos, nietos y bisnietos jamás comprenderán plenamente todo lo que tuvo que atravesar por el porvenir de su familia, aun cuando están agradecidos por todos sus sacrificios. Al mismo tiempo, la serie es un testamento de los fuertes lazos que nos atan a la tierra en la que nacimos y el valor que reside en defenderla y protegerla de invasores para quienes nunca significará nada más que una expansión de su territorio.
Uno de los detalles más lindos de la producción -además de su radiante secuencia de créditos- es cómo utiliza subtítulos de distintos colores para transmitir visualmente si se está hablando en coreano o japonés. A veces, esto resulta en oraciones en las que se mezclan el amarillo, para el coreano, con el azul, para el japonés, con las palabras de afecto utilizadas para referirse a las madres y abuelas siendo expresadas en el idioma natal de los personajes. Parecerá una tontería, pero no es lo mismo decir “grandma” que “abu”, y la verdad es que nunca me había conmovido tanto leyendo un subtítulo. Quizás hay que ser colonizado, y sentir como un idioma extranjero se devora al tuyo, para entenderlo.