NYFF: “Lovers Rock” invita a irse "hasta abajo" en una experiencia incandescente
El director Steve McQueen derrite la pantalla en la primera entrega de su antología fílmica que abrió anoche el NYFF.
En tiempos cuando más necesitados nos vemos de recuperar el contacto humano, el director Steve McQueen encendió anoche la apertura de la edición número 58 del New York Film Festival con la pieza más sublime de su impecable filmografía. Tras más de una década exponiéndonos a una serie de miserias, desde huelgas de hambre hasta adictos sexuales y la barbarie de la esclavitud, el cineasta británico parecería estar compensando con la eufóricamente sensual -y sensualmente eufórica- Lovers Rock, los 68 minutos más perfectos que he tenido el gusto de ver este año, una radiante celebración de ese tan primitivo placer de mover el esqueleto al ritmo de la percusión, que se torna aún más sabroso cuando se hace en compañía de muchas personas. Esas que tanta falta nos hacen.
El mediometraje es la primera de cinco partes de su antología cinematográfica Small Axe -producida por la BBC, que estrenará por Amazon más adelante este año- acerca de la población afroantillana de Londres durante las décadas del 70 y 80. Aquí, McQueen se inspira en las anécdotas de su tía -quien solía escaparse de su cuarto en las noches para irse de fiesta y regresar antes de que sus padres se despertaran- con las que desarrolla un argumento ficticio coescrito junto al autor de ascendencia jamaiquina, Courttia Newland. Tal y como lo hacía la tía, el filme arranca con la protagonista, “Martha” -interpretada por Amarah-Jay St Aubyn, en un memorable debut- saltando desde la ventana de su cuarto para ir a un “party” casero que inició desde horas antes, como comienzan todas las fiestas: con los preparativos, esos maravillosos preámbulos a “la gozaera” venidera dónde la casa aún no se ha llenado pero la cocina ya huele bien y los discos hace rato que empezaron a girar.
La juventud no se hace esperar e invade el hogar llenándolo con su calor, las chicas con sus mejores trajes, los chicos acicalados. En la periferia yace la amenaza de roces de carácter racista con entes no bienvenidos, viejas rencillas entre amigos y reproches característicos de antiguos amantes. El sonido de una sirena resuena entre un pegajoso tema de reggae y el otro (el soundtrack es apoteósico), un efecto utilizado por el DJ para agitar a los bailarines que colman la sala con sus cuerpos sudados, mas resulta imposible obviar la imagen de hombres blancos con placas, macanas y pistolas que ese sonido trae inmediatamente a la mente, menos en este contexto, menos ahora, en el 2020. Ajeno al marco histórico al que McQueen recurre para matizar esta cinta, temí que en cualquier momento la maldad pudiese terminar trágicamente con el fiestón, pero ésta, afortunadamente, no es esa clase de película.
No, ésta es la clase de película que no tiene reparos en desprenderse por completo de la narrativa convencional -exenta de trama y conflictos dramáticos- y dedicarle el grueso de su duración a plasmar exuberantemente en pantalla cuerpos en movimiento, algo que la flamante cinematografía de Shabier Kirchner capta con soberbia incandescencia y un uso magistral de los enfoques suaves. Los recuentos verídicos de injusticias sociales y raciales vendrán en futuras entregas de la antología, dos de ellas próximas a estrenar en el festival. En esta, McQueen nos obsequia la oportunidad de formar parte de múltiples secuencias de extraordinaria alegría: mujeres cantando mientras cocinan, un erótico bacanal con decenas de voces entonando Silly Games de Janet Kay a capela, o el “needle drop” para acabar con todos los “needle drops” cuando el tema Kunta Kinte rompe a sonar y la casa parecería que se va a venir abajo.
En cualquier otro año, Lovers Rock sería uno de sus estrenos más destacados. En el 2020, tras más de seis meses de encierro, ahogados en muerte, pestilencia y desasosiego, y exentos de experiencias comunales con todos esos amigos y desconocidos que extrañamos profundamente, es casi, casi una obra maestra. Siento que me colé en la fiesta del año, y si usted quisiera asistir, la van a repetir el próximo 3 de octubre (las funciones virtuales es una de las pocas cosas buenas que han salido de la pandemia). No quería que se acabase, quería quedarme viviendo en ella para siempre. Esta es la clase de experiencia trascendental que constata al unísono el poder del medio y la afirmación de su permanencia con nosotros, independientemente de la precaria situación que enfrentan los cines. Las películas son capaces de tantas cosas… y esta llegó en un momento muy oportuno.