“JoJo Rabbit” fracasa en extraer risas del nazismo
El largometraje del director Taika Waititi es una farsa sentimentalista carente de agallas.
Si bien el cineasta neozelandés Taika Waititi se ha probado tanto en la comedia -What We Do in the Shadows es una de las mejores de los últimos años- y ha demostrado poseer un don para contar historias desde el punto de vista de niños (Hunt for the Wilderpeople), si algo revela su nueva película es que el alcance de su particular marca de sátira se limita a la superficie. JoJo Rabbit no es tanto una parodia del nazismo, sino más bien una ingenua farsa sentimentalista que simplifica y minimiza sus horrores a cambio de chistes fáciles y/o baratos que llegan esporádicamente. Su libreto incluso carece de las agallas para ser ofensivo.
Basado en la novela Caging Skies, de la autora Christine Leunen, el filme comienza trazando un disparatado paralelismo entre el alza del fascismo en Alemania en los años 30 con la “Beatlemanía” que hizo de John, Paul, George y Ringo ídolos de la juventud en la década del 60. Los nazis fueron una fiebre pasajera, parecería decir Waititi, al realizar un montaje en el que toma imágenes extraídas de Triumph of the Will -la cinta propagandista de Leni Riefenstahl- y las edita al ritmo de una versión alemana del éxito “I Wanna Hold Your Hand”. Pero basta con ver las noticas contemporáneas para ver que el alza del fascismo no es ninguna moda, sino una constante amenaza. No hay nada que les moleste más a los integrantes del llamado alt-right que los ridiculicen y los hagan ver como los pueriles, ignorantes y acomplejados hombres y mujeres que son, pero es igualmente infantil el que JoJo Rabbit se autodescriba como la “sátira anti-odio” y apostar al “All You Need is Love” como la solución a uno de los mayores males actuales.
La singular premisa, que gira en torno a un niño apodado “JoJo” (Roman Griffin Davis), miembro de la Juventud Hitleriana, que tiene como amigo imaginario a Adolfo Hitler (interpretado por el propio Waititi), se prestaba para un acercamiento más arriesgado y cojonudo que el que aquí se observa. “Jojo” asiste a un campamento en el que aprende todo sobre los “viles judíos”, mientras que a las niñas se les enseña a dar a luz, porque “jajaja”, para eso es que sirven en el Third Reich. El que los líderes sean encarnados por comediantes como Rebel Wilson o Sam Rockwell (aquí en su enésimo papel como el “racista con corazón de oro”) dentro de una estética que emula el estilo y paleta de colores de la filmografía de Wes Anderson, hacen ver al filme como poco más que un sketch de Saturday Night Live, y la mordida de su “punzante humor” resulta tan débil como la de ese programa de televisión.
Cuando “JoJo” descubre que su madre (Scarlett Johansson) ha estado escondiendo a una jovencita judía (Thomasin McKenzie) en su hogar, su mundo se vira patas arriba, obligándolo a reexaminar lo que sus superiores le han enseñado. Sin embargo, incluso cuando las verdaderas atrocidades comienzan a asomarse por los márgenes de esta ilusa fábula, la película no les provee el espacio necesario para confrontarlas con la seriedad que merecen. La sátira se hace un lado para dar paso a la sensiblería. De no ser por la excelente actuación de McKenzie, el tercer acto sería insufrible, aunque también hay que reconocer el esfuerzo del resto del elenco al tratar de elevar la pobreza el guión con sus interpretaciones.
Cineastas de la talla de Ernst Lubitsch, Charlie Chaplin, Mel Brooks y Quentin Tarantino han sabido cómo humillar a los nazis en pantalla -Lubitsch y Chaplin incluso lo hicieron mientras Hitler aún estaban en el poder-, pero aun dentro de las libertades provistas por la parodia, fueron lo suficientemente astutos como para reconocer que no son un chiste. Con JoJo Rabbit, Waititi a lo más que pude aspirar es a ser comparado con Roberto Benigni, cuya Life is Beautiful comparte esa misma candidez fantasiosa que imagina que está haciendo un bien al emplear el humor para esconder la horrorosa verdad.