“Doctor Sleep” emite chispas en la sombra de “The Shining”
La secuela al clásico de terror incorpora la visión de Stanley Kubrick con la historia original de Stephen King.
Mis respetos al director y guionista Mike Flanagan: hay que ser bastante osado -o bien creído- para lanzarse a realizar una secuela de The Shining, no solo uno de los mayores clásicos del terror, sino uno que escribió varios capítulos del inmenso tomo que comprende el lenguaje cinematográfico, y ni hablar de la imborrable huella que dejó en el imaginario colectivo. Pero su atrevimiento va más allá, porque en Doctor Sleep no solo demuestra una lealtad que raya en la devoción a la obra maestra de Stanley Kubrick, sino que logra lo que parecía ser imposible: complacer al autor Stephen King, quien por las pasadas cuatro décadas ha sido el mayor detractor de la adaptación de 1980 del venerado cineasta.
El filme adapta la novela homónima del 2013 de King en la que continuó la historia de “Danny Torrence”, el niño con el poder de “el resplandor” que sobrevivió la locura de su padre, poseído por los espectros del Overlook Hotel, estructura que acabó destruida en el libro original de 1977, pero que Kubrick dejó intacta en su largometraje. Parecerá un cambio insignificante (aunque para King nunca lo fue), pero en el proceso de escribir el libreto de Doctor Sleep, Flanagan tuvo que tomar una decisión creativa en torno a cuál maestro seguir. Al final, optó por unir ambas versiones y quedar bien con dios y con el diablo -dejo en usted decidir quién es quién en esa alegoría-, pero su largometraje se ve parcialmente consumido por esta disparidad de visiones.
La fijación de Flanagan por la película de Kubrick se extiende desde lo más obvio -como emblemático diseño del hotel, un calco de la icónica banda sonora de Wendy Carlos y la apropiación de su singular estética cinematográfica, en el que predomina el uso “steady-cam” y las disolvencias en la edición-, hasta lo ridículo. No hay razón para que una oficina en la costa este de Estados Unidos sea exactamente la misma que la del gerente del Overlook, y como este hay múltiples ejemplos más en los que Flanagan claramente busca rendir tributo, pero que acaban siendo una innecesaria distracción en el desarrollo narrativo de esta secuela en la que nos reencontramos con un “Danny” pagando, e incluso repitiendo, los pecados de su padre.
Ewan McGregor asume el rol protagónico que retoma la acción a pocos meses del fatídico incidente en Colorado e inmediatamente da un salto en el tiempo para presentarnos a un “Danny” que ha aprendido a suprimir “el resplandor”, ese don -o maldición- que le permite comunicarse telepáticamente con otros como él y hasta prever el futuro. Sumido en el alcoholismo, ingresa a Alcohólicos Anónimos y en la sobriedad consigue trabajo en un hospital para pacientes terminales. Con el tiempo, el hombre encuentra un nuevo uso para su habilidad sobrenatural como un tipo de guía entre la vida y la muerte, pero al abrirse otra vez -tanto emocional como mentalmente- también comienza a recibir comunicaciones no deseadas, descubriendo que existen más personas igual que él, pero que se alimentan del “resplandor” cual si fuesen vampiros psíquicos.
El argumento cae dentro de las vertientes más fantasiosas del canon de King, al punto de que en una escena se hace referencia algo bien específico de sus libros que componen la serie The Dark Tower. El maestro del horror exhibe una de sus mayores fortalezas en la creación de la antagonista “Rose the Hat”, la líder de esta secta de seres virtualmente inmortales que cazan y consumen niños dotados por “el resplandor” para mantenerse con vida, y en Rebecca Ferguson, Flanagan encuentra a la actriz perfecta para encarnarla. Su interpretación es carismáticamente aterradora, repartiendo sustos tanto en los momentos más callados como en los que le exigen sobreactuar.
Sin embargo, la elaboración de esta ampliación del mundo de The Shining no es uno de los objetivos principales del guión, dejando demasiadas lagunas acerca de su historia, reglamentos e idiosincrasias. El norte de Flanagan es devolvernos al Overlook, y vaya que se toma su tiempo en llevarnos hasta ahí. No hay justificación para la duración de 150 minutos, pero incluso cuando el ritmo sufre y la trama parece avanzar sin una clara dirección, la constante reverencia a Kubrick por parte del director retiene el interés, así como lo haría una buena banda de “covers”. Reconocemos al artista original y nos sabemos sus canciones, y esa familiaridad da paso a un disfrute agradable y pasajero a través del homenaje.
Aun cuando Doctor Sleep no logra escapar de la sombra de The Shining, Flanagan emite suficientes chispas dentro de ella para permitirnos ver que su decisión fue la correcta. Si con su serie de Netflix The Haunting of Hill House demostró que poseía los atributos de un futuro virtuoso del género, aquí lo confirma. Stephen King podrá estar muy contento con esta adaptación (la segunda a cargo de Flanagan, quien también dirigió Gerald’s Game), que finalmente incluye varios de los elementos que siempre le molestó que quedaron mayormente fuera del largometraje original, pero que no se engañe: en lo que respecta al séptimo arte, hay una clara preferencia expuesta en pantalla. Flanagan habrá quedado bien con dios y con el diablo, pero creo que todos sabemos quién es dios en esa analogía.