Detrás de la cruz, está el diablo, en “The Devil All the Time”
La película del director Antonio Campos es un ejercicio cinematográfica e histriónicamente ejemplar, pero sustancialmente escuálido.
Falta algo en The Devil All the Time, y no me refiero a la presencia de al menos un persone principal que no sea un violador, asesino, psicópata, abusador, fanático religioso o todas las anteriores. El largometraje del director Antonio Campos sumerge en la miseria a los hombres y mujeres que pueblan su entorno -y, por ende, al público-, ubicado en un pueblucho de la parte occidental del llamado “cinturón bíblico” estadounidense, entre Ohio y West Virginia, donde las personas cargan con la Biblia en una mano y un revólver en la otra. Múltiples barbaridades se cometen a lo largo de la película, y una vez transcurridos sus letárgicos 138 minutos, su única meta aparenta haber sido plasmar en pantalla gráficamente la banalidad del mal sin indagar más allá de la espantosa superficie.
Si esta parece ser una de esas adaptaciones cinematográficas que sugieren que el libro pudiera ser mejor, es porque lo es. Basta con leer las primeras cien páginas de la novela homónima de Donald Ray Pollock para inmediatamente identificar dónde yacen las insuficiencias del libreto, coescrito por Campos y su hermano, Paulo Campos. La rica prosa de Pollock confecciona una siniestra atmósfera de terror gótico sureño con pinceladas de film noir desde un punto de vista omnisciente que nos abre la puerta a las psiquis de los protagonistas. Dicha puerta no existe en el filme, y tan necesaria es esa voz del autor que el dúo de cineastas recurrió a él para que les sirviera de narrador. Sin embargo, aunque esta decisión ayuda a llenar los gigantescos huecos y nutrir la ambientación desde una perspectiva sardónica -que evoca el uso de esta herramienta narrativa por los hermanos Coen-, los personajes nunca consiguen escapar los respectivos clichés de sus arquetipos.
El ancla moral de la historia lo es “Arvin Russell”, interpretado de adulto por Tom Holland, en un papel que logra desvanecer por completo cualquier semejanza a un superhéroe de Marvel. “Arvin” es el único hijo de un veterano de la Segunda Guerra Mundial, encarnado por Bill Skarsgård, uno de varios actores -como Mia Wasikowska y Haley Bennett- que el guión desaprovecha a través de brevísimas apariciones y caracterizaciones superficiales. “Desde que podía recordar, parecería que su padre había peleado con el diablo todo el tiempo”, señala el narrador, mientras “Arvin” es obligado a arrodillarse frente a un tronco y rezar junto a su papá, quien quedó traumado tras ver a un soldado crucificado durante el conflicto bélico. Los traumas, y cómo estos son aprovechados por quienes se arman de la religión para infligir el mal (como dice el refrán, “Detrás de la cruz, está el diablo), es lo más cercano a una resonancia temática que se halla en la cinta.
“Arvin”, sin embargo, no es el único protagonista. El argumento se ve bifurcado al principio por dos fortuitos -y, eventualmente, malditos- encuentros en un cafetín. Ahí se conocen los padres del joven, pero también el fotógrafo aficionado “Carl Henderson” (Jason Clarke) y su futura esposa y cómplice, “Sandy” (Riley Keough), quienes acaban convirtiéndose en la versión de Bonnie y Clyde de la familia Manson. Los caminos del matrimonio y “Arwin” siguen sus respectivos rumbos, y las constantes transiciones entre uno y otro contribuyen a que el largometraje se sienta más extenso, sobre todo cuando no aparenta haber nada que los conecte hasta prácticamente el desenlace. Mientras los “Hendersons” se dedican a satisfacer sus retorcidos fetichismos, “Arwin” se dedica a cuidar de una hermana de crianza (Eliza Scanlen), quien cae en las miras de un zarrapastroso pastor, inquietantemente encarnado por Robert Pattinson, para aquellos que todavía tengan dudas acerca del rango histriónico de este actor, como si interpretar a “Batman” fuese el rey “Lear”.
La dirección de Campos (Afterschool, Simon Killer, Christine) -quién siempre ha exhibido una afinidad por material temáticamente oscuro- luce ejemplar en su dominio del medio. La sofocante ambientación y la claustrofóbica cinematografía a cargo de Lol Crawley logran establecer el mood deseado de un infierno terrenal a plena luz del día. El cineasta consigue tremendas actuaciones del elenco, en especial de parte de Holland, quien demuestra -como ya había sugerido en The Impossible- que es capaz de mucho más de lo que le exige el álter ego de “Peter Parker”. La suma de estas virtudes impide despachar el largometraje por completo, aunque sí provocan que la experiencia resulte frustrante, en vista de todo el buen trabajo que se ve socavado por las carencias del libreto. Se trata de un ejercicio cinematográfico expertamente realizado y actuado, pero sustancialmente escuálido.
The Devil All the Time estrenó hoy en Netflix.