A falta de sustancia, “Cruella” se desborda en estilo
La villana de Disney protagoniza su propia precuela que estrena el viernes en cines y Disney+ Premium Access.
No es común comenzar una reseña destacando a la diseñadora del vestuario, pero cuando esta sobresale como la máxima estrella de la producción, al César lo que es del César. Su nombre es Jenny Beavan, ganadora de dos Oscar por A Room With a View y Max Mad: Fury Road, y quien debería desde hoy ir haciendo espacio para un tercero. ¿Recuerdan aquella mujer en la ceremonia del 2016 que subió a recoger su premio ataviada con una chaqueta de cuero negra y actitud de sobra? Esa es ella. La vestuarista británica trae ese mismo espíritu de rebeldía a Cruella -la más reciente producción de Disney que invita a ver a viles villanos con otros ojos- a través de decenas de impactantes y extraordinarios diseños que convierten a la moda en el arma de preferencia en la batalla campal que se desata entre dos modistas, interpretadas por las tocayas Emma Stone y Emma Thompson.
El sensacional trabajo de Beavan le sirve de vistoso escaparate a una película sin razón de ser ni argumento que justifique su existencia, más allá de continuar ordeñando toda vieja propiedad intelectual de Disney. La cinta se suma a la tendencia de contar historias de origen de populares villanos, porque detrás de todo sociópata existe un trágico cuento que… ¿excusa sus acciones? No necesitábamos conocer el pasado de “Cruella de Vil” de la misma forma que era innecesario conocer el de “Darth Vader” o el del “Joker”. A los villanos no hay que comprenderlos, especialmente cuando sus pasados no les añaden una mayor dimensión a sus caracteres. Basta con conocer sus acciones. Estas los definen y hablan por sí solas. Pero vivimos en tiempos en los que hay que escuchar ambos lados de cualquier argumento, incluso a los que piensan que la Tierra es plana y que las vacunas contienen microchips.
Esta no es la primera vez que Disney se lanza a crear este tipo de revisionismo redentor. Maleficent está lejos de ser perfecta, pero fue un buen ejemplo de cómo hacer que funcione. Sin embargo, mientras el crimen de la hechicera fue poner a dormir a una princesa, el de “Cruella de Vil” es inherentemente perverso, aun cuando jamás cumplió su cometido. Dicho eso, si alguien pudiera ser capaz de provocar simpatía por un personaje notorio por su intención de asesinar a un centenar de dálmatas para fabricar un abrigo de pieles, Stone da el todo por el todo para lograrlo. La artista se adueña del rol con suficiente confianza y determinación como para ignorar -al menos por momentos- el trillado arco de venganza que impulsa su desarrollo dramático, elevando el frívolo libreto a través de pura teatralidad.
Stone nos introduce a “Cruella” antes de que la conociéramos por su alias, cuando era simplemente “Estella”, una joven diseñadora amateur que aspira a dejar su huella en las vitrinas londinenses de la década del 70 en plena revolución del punk rock. El soundtrack, cabe señalar, está repleto de éxitos de la época a cargo de Queen, The Doors, Nina Simone, Deep Purple, Blondie y The Clash, pero mientras el filme jura que emite la energía y actitud de The Stooges, lo que acaba en pantalla es más similar a Good Charlotte. No es punk punk, sino punk de Hot Topic. Pero volviendo a la trama, “Estella” -técnicamente huérfana, por razones pertinentes a la trama que se ven venir a leguas-, sobrevive en Londres junto a dos jóvenes ladrones, de nombre “Horace” y “Jasper”, con quienes forma un núcleo familiar. El trío se gana la vida robando carteras y billeteras hasta que un día -tal y como le sucedió a Andrew McCarthy en Mannequin- la chica obtiene una promoción tras captar la atención de la “Baronesa Von Hellman” (Thompson) por su llamativa decoración de un escaparate.
El junte de ambas Emmas propicia una relación patrona-empleada parecida a la que se dio en otra cinta acerca del mundo del fashion, la fabulosa The Devil Wears Prada, pero el guión carece de la mordida que hizo que rivalidad entre los personajes de Anne Hathaway y Meryl Streep fuese tan irresistible. El tono de Cruella -como es de esperarse, considerando el largometraje animado del que proviene- es más caricaturesco. La lucha que se suscita entre “Cruella” y la baronesa cuando la joven se esconde detrás de su nueva y falsa identidad para robarle el foco de atención a la veterana modista, es una guerra fría, combatida desde el anonimato, por lo que no cuenta con el escenario idóneo para profundizar en los vínculos que tanto las unen como las repelen. Por separado, Stone y Thompson se desempeñan cabalmente, saboreándose sus respectivas villanías con cada gesto, pero sus escenas juntas jamás alcanzan la fogosidad que uno esperaría de ellas, quizá por cuán parecidos resultan sus papeles, cancelándose mutuamente. Mención aparte merece Paul Walter Hauser, quien en su divertida actuación como “Horace” invoca el espíritu del genial Bob Hoskins, quien era experto en interpretar a ásperos osos de peluche. El actor estadounidense se gana las mayores carcajadas, y junto a Joel Fry como su compinche “Jasper”, ambos acaban fungiendo como centro emocional y el compás moral de la película, aun cuando son dos criminales.
La dirección de Craig Gillespe (I, Tonya) ni molesta ni impresiona, es meramente funcional, al servicio de encaminar la acción de un montaje a otro, y vaya que hay muchos. El lenguaje visual apuesta a los flashazos característicos de los fotógrafos alrededor de la pasarela y a los titulares de revistas de modas que celebran las más recientes colecciones de primavera, verano, otoño o invierno, así que, por ese lado, todo luce muy chic. Y los mencionados atuendos diseñados por Beavan se roban el show en las secuencias diseñadas específicamente para ello. Sin embargo, estas son muchas y bastante frecuentes, incluso repetitivas, algo que en definitiva contribuyó a que el filme se excediera innecesariamente de las dos horas de duración. Los trajes estarán espectaculares, y el estilo puede ser sustancia, pero para eso hace falta un cineasta con mayor visión detrás de la cámara. Quizá contraten uno para la eventual precuela de “Scar”, como el león incomprendido, o la de “Gaston”, como el macharrán malinterpretado. Seguramente ambas ya están en alguna etapa de preproducción.