“Borat Subsequent Moviefilm” reta a la sátira en la era del trumpismo
Sacha Baron Cohen extrae carcajadas de la radicalización estadounidense a través de su personaje más famoso.
A 14 años del estreno de Borat: Cultural Learnings of America for Make Benefit Glorious Nation of Kazakhstan, cabe preguntar si los blancos (y, en efecto, son muy blancos) del característico “cringe comedy” del ficticio reportero kazajo, creado e interpretado por británico Sacha Baron Cohen, aún provocan las mismas risas. Para aquel entonces -que parecería fue medio siglo atrás-, resultaba muy fácil reírnos de cuán xenofóbicos, racistas, homofóbicos, machistas, etc., son los republicanos. Hoy, luego del constante envalentonamiento por parte del presidente Donald Trump, estos manifiestan sus prejuicios públicamente y con orgullo, limitando la potencia del humor, especialmente cuando su arrogancia, egoísmo y apabullante imbecilidad cobra vidas a diario. Algunos dirán que la nación estadounidense del 2020 es muy distinta a la del 2006, pero si algo reveló esa tremenda película -y subraya su digna secuela-, Borat Subsequent Moviefilm, es que siempre ha sido exactamente la misma. Baron Cohen lo sabía, y su perspicacia previó hacia dónde se encaminaba. Solo necesitaba un empujoncito para llegar hasta donde está.
Dicho eso, el inescrupuloso comediante no está ajeno a la realidad actual, no solo la que atraviesa el país bajo la amenaza del totalitarismo y la teocracia, sino el hecho de que lo que era gracioso hace más de una década no tiene el mismo efecto en el presente. Durante el último cuatrienio de la administración de George W. Bush, las redes sociales apenas gateaban, y la guerra era contra el “terror”, no contra los hechos y la ciencia. En el 2020, la mayoría de las personas poseen una cámara, un micrófono y múltiples medios donde rige la desinformación, los mismos que utilizan para vociferar abiertamente sus posturas, por más retrógradas y viles que sean. Baron Cohen también sabe que su disfraz de “Borat Sagdiyev” es inmediatamente reconocible, por lo que no puede recurrir tanto a él para capturar al típico estadounidense conservador en su hábitat natural y ponerlo a expresar frente a las cámaras su verdadero pensar.
El ingenio, sin embargo, jamás le ha faltado al artista detrás de personajes como “Ali G”, “Bruno” y -por supuesto- “Borat”, especializados en provocar situaciones incómodas, no tanto para los entrevistados, quienes firman un relevo de uso de imagen, sino para los espectadores que se ríen horrorizados por lo que escuchan y ven. Si el primer filme plasmó en pantalla el rostro más patético y desagradable de Estados Unidos, su secuela -que estrena este próximo viernes en Amazon Prime Video- enfila sus cañones hacia la radicalización de esta amplia población durante los pasados cuatro años en un abierto desafío a los límites de la sátira en la era del trumpismo. Incluso después de todo lo que hemos visto del 2016 para acá, ¿aún es posible reírse de los hombres y mujeres que trabajan activamente para hacerle daño al prójimo? Baron Cohen apuesta a que sí, pero las circunstancias lo fuerzan a reconfigurar su fórmula para lograrlo.
En esta ocasión, la meta de “Borat” es limpiar su imagen y la del gobierno de Kazajistán persiguiendo el aval de Trump, tal y como lo ha hecho con otros líderes de la extrema derecha, tales como Vladimir Putin, Kim Jong-Un, Rodrigo Duterte y Jair Bolsonaro. El reportero retorna al suelo estadounidense con miras a obsequiarle su hija, “Tutar” (Maria Bakalova), al vicepresidente Mike Pence, como una muestra de lealtad incondicional. Contrario a la cinta original, el libreto está más anclado en la trama que se desarrolla entre Baron Cohen y Bakalova, mediante la que abordan la más crasa clase de discrimen y abusos contra las mujeres, que suelen asociarse con países del llamado “tercer mundo”, pero que actualmente no se sienten tan distantes de los “valores” a los que quisieran regresar muchos senadores en el Congreso.
Las secuencias que se apartan de la ficción para adentrarse en la fea realidad dependen casi en su totalidad de la intervención de Bakalova, quien está más que dispuesta a realizar las mismas locuras y atrevimientos de su contraparte más famosa y -por ende- más propenso a ser reconocido. El dúo hace de las suyas y se gana tanto las risas como el shock que producen las situaciones que incitan, que van desde interrumpir una convención republicana en presencia de Pence, hasta documentar la inquietante naturalidad con la que se comporta uno de los mayores aliados de Trump en un comprometedor escenario dentro del que se le ve demasiado cómodo y acostumbrado. Me reservo los detalles con la esperanza de que usted experimente este impactante momento por cuenta propia, aunque a dos semanas de las elecciones y a dos días del estreno del filme, esto se ha convertido en una de las principales noticias del día. No hay “spoiler warning” que lo contenga.
Una vez se supera el horror y las copiosas cantidades de vergüenza ajena, nos quedamos con una divertida comedia que -increíblemente- al final tiene la noble intención de condenar el tribalismo que ha traído a Estados Unidos hasta este momento en su historia. Lo cierto es que nadie cambiará de parecer tras verla. Nadie tendrá un momento de introspección que lo lleve a reevaluar sus posturas. Independientemente de quién gane o pierda el 3 de noviembre, los que ya piensan de esta forma seguirán haciéndolo. Peor aún, ahora lo harán con mayor ímpetu. No hay manera de arreglar lo que ya está podrido. El cinismo que impera en estos tiempos, en los que la verdad resulta tan elusiva como la moral, me llevan a tildarla de risiblemente ingenua, pero solo luego de haberme hecho reír durante la mayor parte de su duración.