“Blonde”: perversa, explotadora y formidable
Ana de Armas se entrega plenamente a la despiadada visión del director Andrew Dominik como una ficción de Marilyn Monroe.
El norte de Blonde es repeler. Es una película activamente hostil hacia el espectador. Quiere ser odiada, y basta con ojear el debate que ha propiciado desde su debut hace unas semanas en el Festival de Venecia, hasta su estreno el pasado miércoles en Netflix, para constatar que ha cumplido con este propósito cabalmente. Es un estremecedor acto de provocación, virtuosamente filmado, en el que el público es confrontado con una extensa serie de constantes y paradójicas contradicciones: una ficción disfrazada de biografía, la más sórdida pesadilla filtrada a través de la espléndida estética de un precioso sueño, un fantasmagórico retrato -tan horrible como hermoso- de algunos de los logros, mitos y desgracias de la mujer que nació como Norma Jeane Mortenson y murió como Marilyn Monroe. Pero Blonde no es un biopic. En todo caso, es un soberbio anti-biopic, y es fundamental tener esto muy presente.
Cinematográfica y artísticamente, el largometraje del director Andrew Dominik es un trabajo formidable, ejecutado magistralmente en términos de estilo, montaje, puesta en escena, diseño de producción y -en especial- la magnífica cinematografía de Chayse Irvin. Por el contrario, en términos emocionales y sustanciales, es bastante hueco, quizá por diseño. Tanto el cineasta como Joyce Carol Oates, autora del libro homónimo que aquí se adapta, han sido enfáticos en expresar que la mujer que vemos en prácticamente todas las escenas del largometraje es una versión ficticia de la icónica rubia despampanante que conquistó la pantalla grande durante la década del 50, pero la cinta lucha por deshacerse del aura de morbo que impera sobre ella. ¿Estamos ante un filme explotador? ¿O uno que recurre a la explotación para condenar el inmisericorde abuso al que son sometidas las mujeres en Hollywood? ¿Son sinónimo? ¿Se puede ser lo segundo sin acabar siendo lo primero? Blonde no ofrece respuestas fáciles a ninguna de estas interrogantes, quizá, una vez más, por diseño. Tan justificadas están las personas que la deploren como quienes la admiren, y todos los puntos intermedios.
El dilema recae en el uso de la figura de Monroe, específicamente la manera tan impecable como se reproducen tantísimos momentos icónicos de la vida y carrera de esta artista, sin jamás demostrar la más mínima curiosidad por indagar más allá del mero pastiche. Desde famosas fotografías, hasta escenas sacadas de sus mayores clásicos -como All About Eve y Gentlemen Prefer Blondes- la recreación es extraordinariamente fiel a las imágenes de la inmortal rubia platinada que han quedado grabadas en la memoria colectiva a través de la ósmosis cultural -independientemente de que alguna vez haya visto una de sus películas o no-, y la osada actuación de Ana de Armas contribuyen enormemente al sentido de autenticidad. Verla siendo luminosamente retratada junto a su esposo, el dramaturgo Arthur Miller (Adrian Brody), o entonando el número “I Wanna Be Loved By You” de Some Like it Hot, su impactante interpretación es más un acto de posesión que de actuación. La actriz cubana mete miedo al canalizar el espíritu de Marilyn, y se lanza al despiadado abismo que le teje Dominik con absoluta valentía. No existe reposo a la letanía de abusos -sexuales, físicos, psicológicos, emocionales- a los que es sometido su papel. Lars Von Trier lo encontraría excesivo, pero incluso él profundiza en los personajes femeninos que tortura.
Sin embargo, cabe repetir que Blonde no es un biopic, así que demonizarla por su falta de representación de las otras facetas de Marilyn Monroe, y circunscribirse a presentarla exclusivamente como víctima, es como reclamarle a un violín por no sonar como un clarinete. La deshumanización de la protagonista es el punto. Los cañones de Dominik -cineasta neozelandés experto en derrocar mitos estadounidenses, desde las leyendas del lejano oeste en la descomunal The Assassination of Jesse James by the Coward Robert Ford, hasta el mismísimo “sueño americano” en la tremenda Killing Them Softly- van dirigidos a la industria, a los hombres -por supuesto- que controlan la máquina que despedaza a estas mujeres, pero también a la nociva cultura que, todavía hoy, se alimenta de las desgracias de sus artistas. El público, que en complicidad la consume, también se lleva su agüita. ¿Que se aprovecha de Marilyn? Sí, incuestionable y cruelmente, y tanto la autora como el director han sido merecidamente criticados por ello, pero incluso conscientes de esto, resulta difícil ignorar el turbulento poder del filme como un ejercicio de shock cinematográfico, un apabullante ejemplo de cine extremo.
A lo largo de casi tres horas de duración, la cinta no hace otra cosa que presentar todas las maneras en que esta mujer fue abusada, desde su infancia hasta su muerte. La trama arranca con Norma Jeane sufriendo los efectos de la psicosis de su madre (Julianne Nicholson), quien intenta ahogarla en la bañera. Acto seguido nos trasladamos a Hollywood, con Marilyn siendo violada por un productor sin mediar palabra. La vemos avanzar progresivamente a través de los años, de película en película y de una relación a otra, de un ménage à trois con los hijos de Charlie Chaplin y Edward G. Robinson, a un abusivo matrimonio con el pelotero Joe DiMaggio (Bobby Cannavale), en un constante patrón de maltrato. La primera mitad de Blonde es una prueba de resistencia, tediosamente estructurada al punto de tornarse repetitiva. No es hasta que hace su entrada Brody, en el papel de Arthur Miller, que la trama le ofrece un rayito de luz a Monroe, punto en el que la película se reacomoda brevemente antes de iniciar su precipitado descenso al infierno. Porque sí, se pone mucho peor.
La estructura no es muy diferente a la empleada por David Lynch en su estupenda Twin Peaks: Fire Walk with Me, con los demonios que atormentan a "Laura Palmer" devorando su psiquis hasta que la consumen en su totalidad. La influencia de Lynch es evidente, no solo en la forma como se transforma la vida de Marilyn en una horrenda pesadilla de la que no pueda despertar, que la inhibe de poder diferenciar dónde acaba Norma Jeane y empieza Marilyn, sino además en la electrónica banda sonora de Nick Cave y Warren Ellis, que evoca a la de Angelo Badalamenti. No todas las decisiones artísticas de Dominik resultan acertadas. La más grotesca se manifiesta en la forma de un feto en el vientre de Marilyn, con el que sostiene varias conversaciones. En cierto momento, este incluso le reclama por haberlo abortado anteriormente, momento que se proyecta gráficamente en pantalla desde el punto de vista de una cámara posicionada dentro del canal vaginal de Monroe. Ofensivo e invasivo por demás, pero, nuevamente, la intención es provocar, restregarnos en la cara cómo las mujeres pierden la autonomía de sus cuerpos de la manera más aberrante posible.
Dominik nunca ha sido un tipo de sutilezas, y aquí lo subraya con vehemencia. Su cámara está siempre intranquila, flotando y persiguiendo a su torturado sujeto mientras cambia de formatos constantemente, de color a blanco y negro, y recorriendo toda la gama de aspect ratios. El efecto es esquizofrénico, y al principio, podría parecer una pretenciosa distracción, pero a medida que el filme avanza, armoniza siniestramente con el deterioro de la protagonista. No hay momento de alegría ni gloria en su carrera que no acabe siendo perturbado. Los rostros de sus fans se transforman en imágenes monstruosas y deformes, los flashazos de las cámaras comienzan a sonar como disparos y las concurridas premieres se convierten en un altar de sacrificios al que miles asisten a exigir su pedazo de carne. Blonde jamás esconde sus intenciones. Es una experiencia desagradable, perversa, cruda y extremadamente problemática, tan difícil de ver como lo son Come and See, Requiem for a Dream o Irreversible, pero tampoco fáciles de sacudir, porque no se supone que lo sean.