“Prótesis” y el arte de hacer reír con la muerte
La ópera prima del cineasta Ariel Annexy apuesta al humor negro en un país acostumbrado a las risas fáciles.
Al que más o al que menos, a todos “nos falta una pieza”, ese pedacito que quizás no extrañábamos, pero descubrimos que nos hace enteros. Los afortunados, lo encuentran. Los que no, se la pasan toda la vida buscándolo. “Marcos”, el protagonista del largometraje Prótesis, sufrió una terrible pérdida en su infancia que lo dejó roto. Desde entonces, parece vivir en un estado de constante perplejidad, un hombre introvertido más a gusto estudiando insectos que interactuando con humanos. A sus treinta y tantos años, se dedica a “enmendar” a otras personas como él, pero contrario a las prótesis que él construye, las partes que a él le fueron amputadas no se pueden fabricar en un laboratorio.
“Marcos” es interpretado por Carlos Marchand, el protagonista de I Am a Director y Yo soy un político, con la naturalidad que a pocos actores se les da para la comedia “deadpan”, la clase de humor inexpresivo que provoca risas a través de las situaciones embarazosas y silencios incómodos. Esta no es la clase de comedia que acostumbramos ver en el cine del patio, donde predomina el humor chabacano y/o las comedias de situación, y esto es en gran medida lo que hace lucir esta ópera prima del cineasta puertorriqueño Ariel Annexy: el atreverse a ir en contra de la corriente con una inusual propuesta de humor oscuro, macabro y hasta un poco retorcido. La curva es más que bienvenida, luego de lo que parecería ser una interminable serie de puras rectas.
El libreto -coescrito por Annexy junto a otros cuatro guionistas- establece la acción principalmente en el laboratorio donde trabaja “Marcos”, administrado por “Aguirre”, un tipo de figura paternal encarnado afectuosamente por Sunshine Logroño con pinceladas de su clásico personaje, “El barbarazo del amor”. “Aguirre” quisiera dejarle el negocio a “Marcos”, pero aún desconfía de que este pueda valerse por sí mismo sin supervisión. La prueba de fuego para el técnico de prótesis llega cuando una mañana encuentra un muerto en la oficina que lo fuerza a lidiar, no solo con el cuerpo, sino con los quebrantos de una madre suicida, la posibilidad de un primer amor, continuar con sus obligaciones profesionales y hasta los zombis que invaden su vecindario.
De la misma forma que “Marcos” debe enfrentar toda esta serie de dificultades, el filme hace malabares para crear un balance entre ellas con resultados mixtos. El romance cobra mayor prominencia, y cuando Denise Quiñones hace su entrada como la peculiar estilista “Ana”, es fácil ver por qué. La actriz es un encanto como la arquetípica “manic pixie dream girl”, inyectándole color a la acción -figurativa y literalmente, a través de su arcoíris de pelucas- con el jovial espíritu de su personaje que sirve de perfecto contrapunto al de “Marcos”. La reunión en pantalla entre Marchand y Quiñones -donde compartieron anteriormente en Yo soy un político- produce una contagiosa química entre ellos que, junto a las pequeñas pero memorables intervenciones de Yamil Collazo como el malhablado “Pedro, provoca las mayores risas.
Lo que no queda del todo bien amarrado es la situación con la madre de “Marcos”, quién décadas después del mencionado accidente, aún sufre a diario sus consecuencias. El argumento realiza un viraje brusco cada vez que cambia el enfoque hacia este hilo narrativo y no le dedica el desarrollo necesario, por lo que acaba mayormente marginado. Lo mismo ocurre con los zombis, producto de una filmación en la calle donde está el negocio, que contribuyen en darle una ambientación de cinta de terror, pero igual es un componente de la historia que se siente un tanto desaprovechado cuando llega la hora de resolver el conflicto central sobre cómo deshacerse del cuerpo.
Estas pequeñas reservas aparte, Prótesis nunca deja de proveer una experiencia entretenida. Desde el arranque la llamativa fotografía de Heixan Robles y la estilizada secuencia de créditos -con un show de títeres protagonizado por insectos- prepara al espectador para la extraña historia que se avecina. Es un largometraje bien cuidado y la nítida dirección de Annexy le presta minuciosa atención a cada detalle dentro del recuadro. Si bien es cierto que en los últimos años el cine puertorriqueño ha cobrado mayor auge, la oferta que llega y ha encontrado éxito en las salas comerciales no ha sido muy variada. Películas como esta, que apuestan a hacer algo diferente, es una de esas tantas piezas que le hace falta para continuar creciendo.