"Phantom Thread" engalana la pantalla con un amor perverso
Paul Thomas Anderson se adentra en las interioridades de una relación sumida en un duelo de voluntades.
“¿Por qué no estás casado?”, pregunta ella. “Yo hago vestidos”, contesta él, como si la respuesta fuese elemental, la clase de advertencia disfrazada de trivial admisión que posiblemente revela al comienzo de toda relación pasajera que le sirve de grata distracción… hasta que ya no. Pero Alma no sabe esto. No sabe que al poco tiempo se irá haciendo invisible, como les pasó a muchas otras que llegaron y se fueron antes que ella, y tendrá que imponerse para no acabar como una costurera más en la lujosa casa donde -como él señala- se dedica a hacer vestidos.
Anderson teje un exquisito romance que se va tornando más retorcido y del cual emana un humor oscuro que por instantes transforma el melodrama en una insidiosa comedia de modales.
Lo cierto es que Reynolds Woodcock sí está casado, solo que con su oficio. El distinguido bachelor es uno de los modistas más codiciados de Inglaterra en la década del 50, detalle que la humilde mesera desconoce cuando acepta su invitación a cenar. Su primer encuentro transcurre como un sueño, con la sedosa cinematografía a cargo del director y guionista Paul Thomas Anderson logrando que todo se vea como una prestigiosa producción de Merchant Ivory de la década del 80. Las escobillas, los metales y el piano de My Foolish Heart de Oscar Paterson sirven de trasfondo musical, y el resto se manifiesta en las eléctricas miradas entre Vicky Krieps y Daniel Day-Lewis. Ordenar desayuno jamás se ha escuchado tan sexy.
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Esa misma noche tienen la conversación citada anteriormente. Él no oculta el hecho de que no le interesa el matrimonio, y ella no esconde la certeza de que lo hará cambiar de parecer. Phantom Thread -el octavo largometraje de Anderson, y uno de los más sobresalientes de su respetada filmografía- existe en este constante duelo de voluntades, el artista versus su indomable musa, y el veneno que estaríamos dispuestos a tragarnos con tal de continuar al lado de quién nos robó el corazón. Para Reynolds, el nivel de tolerancia es extremadamente bajo. Cualquier cambio en su estricta rutina resulta en una confrontación. Cuando Alma le trae té a su taller -té que él no solicitó- la despacha con su típica malcriadez, incluso luego de ella retirarse. “El té se va, la interrupción se queda aquí conmigo”.
Alma, sin embargo -y contrario a todas sus predecesoras- asimila estos despechos como un desafío, una oportunidad para reclamar su lugar y hacerse valer ante un hombre que se dedica a tejer apariencias femeninas. La película recorre todos los altibajos de una relación sentimental con extraordinaria perspicacia, atizando los respectivos temperamentos de cada quien con la precisión de una aguja. En su fascinante libreto, Anderson va desde lo tierno hasta lo mordaz, prestando particular atención a esas manías que siempre han estado ahí pero no se perciben sino hasta después de que el encanto inicial se difumina. La atmósfera de la película responde a los mood swings y caprichos de los protagonistas, a las palabras expresadas con sarcasmo y las pequeñeces que propician las coléricas discusiones que guardamos y guardamos como volcanes listos para estallar.
Si esta en efecto resulta ser la última actuación de Daniel Day-Lewis, no podría despedirse con un mejor trabajo.
El exquisito romance se va tornando más retorcido a medida que Reynolds y Alma continúan retándose mutuamente, y la minimalista banda sonora de Jonny Greenwood abona a esta metamorfosis para subrayar las variaciones entre lo sublime y lo perverso. Este lento y meticuloso descenso a los rincones oscuros de cualquier relación surge de las evidentes raíces de Phantom Thread, que se remontan a los clásicos romances góticos, con Rebecca de Hitchcock siendo un claro punto de referencia. Incluso tiene a su propia Mrs. Danvers en la magistral y exacta interpretación de Lesley Manville como Cyrill, la hermana de Reynolds que rige The House of Woodcock con la frialdad y temeridad de una dictadora. Pero también hay algo de empatía en Cyrill, un callado entendimiento entre ella y Alma del cual emana un humor oscuro que por instantes transforma el melodrama en una insidiosa comedia de modales. Observe cuidadosamente el rostro de Manville -si es que puede apartar la mirada de él cuando aparece en pantalla- y verá a una actriz en pleno dominio de cada músculo en su semblante.
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Al final, los que están mayormente en vitrina son Day-Lewis y Krieps en dos de las más estupendas actuaciones del 2017. La energía que comienza en aquel memorable desayuno es extendida y transmutada por ambos a lo largo de la película, con Krieps manteniendo cabalmente su temple ante la leyenda de Daniel Day-Lewis, y si en efecto este resulta ser su último papel tras anunciar su retiro, no podría despedirse con un mejor trabajo. Su Reynolds Woodcock es un increíble ejercicio de precisión, que va desde el control corporal hasta la más mínima inflexión en su voz. Verlo reaccionar a las constantes provocaciones de su Belle Noiseuse (pinceladas de ese clásico de Jacques Rivette también se pueden percibir en el filme) produce un deleite sin igual, más cuando es rematado por la inquebrantable sonrisa de Krieps.
Los largometrajes de Anderson post su etapa de emulación Scorsese-Altmanesca -entiéndase, de Punch-Drunk Love para acá- no han sido fáciles de encasillar dentro de un género, y Phantom Thread no es la excepción. Se presta para múltiples lecturas, para revisitarlo desde diferentes ángulos y ver hacia adónde nos lleva. Las recompensas que ofrece al espectador atento son inmensurables. Hay tanto cine concentrado en cada encuadre que siento que no necesito ver ninguna otra película en buen tiempo.