“Once Upon a Time… in Hollywood”, un cuento fílmico por Quentin Tarantino
El noveno largometraje del cineasta estadounidense nos transporta al 1969 e invita a contemplar lo que pudo haber sido.
Por más de una década, Quentin Tarantino ha dicho en repetidas ocasiones que no volverá a sentarse en la silla del director luego de hacer su décimo y -según él- último largometraje, con el argumento de que la mayoría de los directores tienden a realizar sus mejores trabajos a principios o mediados de sus carreras, por lo que le parece más sensato efectuar su salida mientras se encuentra en su pico. Durante el mismo tiempo que él lleva reiterando su intención de retirarse -de dirigir, no de escribir libros y/o libretos-, yo he optado por ignorarla, tachándola como otra de sus “tarantinadas” para atraer más espectadores a sus estrenos, pues ¿cómo creerle a alguien que exhibe tanta pasión por el cine que podría ser capaz de abandonarlo? Once Upon a Time… In Hollywood quizá sea su penúltimo filme, quizá no, pero lo cierto es que, por primera vez, le estoy empezando a creer el cuento.
Tal vez se deba a que su novena película -la mejor de su filmografía desde Inglourious Basterds-, está repleta de agridulces despedidas de todas clases, desde las más obvias que se dan entre personajes, hasta las que les consagra a los formatos, métodos y periodos cinematográficos que han influenciado su estilo desde que hizo Reservoir Dogs en 1992. Incluso le dedica un digno adiós a uno de los iconos de la pantalla grande de la década del 60, algo que se ha convertido en el mayor punto de contención entre el público pues Tarantino, nuevamente, emplea su pluma y su cámara para reescribir y amoldar los hechos históricos a su conveniencia. ¿Por qué? Simplemente porque quiere y puede, porque el séptimo arte le concede ese poder, y dentro del recuadro todo se vale, hasta imaginar realidades alternas en las que las más infames tragedias no alcanzaron a ser ni una nota al calce en los libros de historia.
Once Upon a Time… In Hollywood es otra de esas fantasías hipotéticas que han predominado en la segunda mitad de su canon donde la ficción llega al rescate de la realidad. Sin embargo, mientras Basterds y Django Unchained ofrecían una inmediata satisfacción visceral a través del ejercicio de corregir desgracias de la vida real haciendo libre uso de la licencia creativa, aquí la “corrección” va encaminada a recontextualizar tanto el legado fílmico como la última imagen de una artista, presentándola bajo otra luz -una luz propia, cabe señalar-, que la hace resplandecer por quién fue y no por cómo la historia principalmente la recuerda.
Pero ese es solo uno de los objetivos de Tarantino en este nostálgico viaje al pasado -específicamente a dos días en febrero de 1969 y la mitad de otro en agosto del mismo año-, en lo que resulta ser su trabajo más relajado desde Jackie Brown, la película suya a la que más se asemeja tanto en tono y atmósfera como en la preocupación que impulsa a sus protagonistas: el miedo a hacerse obsoletos. Ese temor característico de la mediana edad es la que le secuestra la paz mental a “Rick Dalton” (Leonardo DiCaprio), estrella de cine de la década del 50 que ahora ve cómo sus créditos se limitan a papeles secundarios o terciarios en televisión. Y si la carrera de “Dalton” va en picada, la de su fiel amigo y doble, “Cliff Booth” (Brad Pitt), también se afecta, aunque esto no parece robarle el sueño.
La estrecha relación que Tarantino traza entre estos dos personajes es la más íntima y entrañable que escribe desde la que interpretaron Pam Grier y Robert Foster en Jackie Brown hace ya más de 20 años. El cineasta nos permite sumergirnos en ella sin que la trama obligue a la película a presionar el acelerador, dejando que las estupendas actuaciones de DiCaprio y Pitt -particularmente el segundo- tengan el espacio necesario para respirar. A duras penas se pude hablar de una “trama” como tal. Como mencioné, Once Upon a Time… In Hollywood no solo es su largometraje más relajado, sino también el más “callado”, si es posible imaginar un libreto de su autoría en el que no abunden los extensos monólogos ni conversaciones. El argumento va al ritmo del personaje de “Cliff”, a quien se le ve en más de una escena conduciendo por las calles y avenidas de Los Ángeles -perfectamente recreadas al estilo de los 60 a través de una impecable dirección artística y diseño de producción-, escuchando una de las decenas de éxitos musicales de la época en el radio de su Cadillac Coupe de Ville. Y si no hay prisa por llegar a ninguna parte, es porque el espectador -se supone- puede anticipar hacia donde el argumento dirige.
Es aquí donde debo levantar la bandera de los “spoilers”, porque para destacar una de las mayores virtudes del filme, hay que hablar acerca de su desenlace. Así que, si no desea saber detalles, salte al último párrafo.
No es secreto que Margot Robbie interpreta a la actriz Sharon Tate en la cinta, y si usted ha escuchado o leído cualquier cosa sobre Sharon Tate, es más que probable que conozca la espantosa manera que terminó su vida a manos de los miembros de la familia Manson. Durante medio siglo, el nombre de Sharon Tate ha estado vinculado a esta manada de animales que en agosto de 1969 perpetró una serie de despiadados asesinatos, entre ellos el de ella y el bebé que llevaba en su vientre. Y cuando no se le relaciona con esta tragedia, suele conocérsele por haber sido la esposa del director Roman Polanski, quien aquí no tiene protagonismo alguno, ni él ni el propio Charles Manson, a quienes se les ve apenas unos segundos en pantalla. Lo que pocos saben o recuerdan es que Tate se encontraba justo en la cúspide de su carrera como uno de los principales iconos de la época, una de las llamadas “It Girls” de los 60, y Tarantino opta por imaginar un mundo en el que todo esto no le fue brutalmente robado.
La manera como lo hace contiene partes iguales de tacto, mesura y los estallidos de violencia que podemos esperar de él. Esta última la dejaré para que usted la descubra. Me limito a decir que logra ser tan memorable como el final de Basterds. Tarantino, sin embargo, astutamente no convierte a Tate en uno de sus personajes. Robbie contará con muy pocas líneas de diálogo, pero a través de su interpretación manifiesta un joie de vivre que resulta profundamente conmovedor. Al retratar a Tate fiestando, bailando en su casa, caminando por Los Ángeles o yendo al cine -a ver una de sus propias películas, en la que vemos a la verdadera Tate, y no una reinterpretación de Robbie-, Tarantino la presenta simplemente teniendo una vida, que es justo lo que le arrebataron. La luminosa actuación de la joven actriz australiana, irradia tanta alegría que disipa la sombra que la fatídica realidad del asesinato proyecta sobre el largometraje.
Y así como le rinde tributo a Tate, el cineasta homenajea a la ciudad de Los Ángeles con secuencias tan simples como el encendido de letreros neón que energizan el ambiente nocturno y le dan carácter e identidad. La mayoría son rótulos de famosos cines, claro, preciosamente fotografiados como estos templos donde se alcanza la inmortalidad a través de la emulsión del celuloide, y para subrayar cuán efímera puede ser la vida, todo este montaje se da al compás del tema “Out of Time”, de los Rolling Stones, como acompañamiento musical. Es una de las mejores cosas que jamás ha filmado.
¿Será Once Upon a Time… In Hollywood? el penúltimo filme de Quentin Tarantino? La verdad es que me ha puesto a dudar. Se siente como el trabajo de alguien en el crepúsculo de su carrera, mirando hacia atrás y reflexionando sobre su obra. Independientemente de los múltiples ejemplos que existen para refutar su opinión -Kurosawa dirigió Ran a los 70 y tantos años, igual que Kubrick con Eyes Wide Shut, por mencionar tan solo dos- solo él sabrá cuando ya ha sido suficiente. Si me preguntan a mí, me parece que es un cineasta que todavía tiene mucho que ofrecer, más ahora cuando la manera como se hace, proyecta y vemos el cine se va haciendo cada vez más… obsoleta.