"The Maze Runner: The Death Cure" llega al fin del laberinto
La trilogía concluye sin mucho que recordar más allá de presenciar el desarrollo de un director prometedor.
Lo que inició en el 2012 con de The Hunger Games, concluye mañana con el estreno de The Maze Runner: The Death Cure, él último remanente de la fiebre que se propagó por Hollywood durante los últimos años, cuyo síntoma principal era la adaptación desenfrenada de novelas Young adult sobre atractivos revolucionarios juveniles y su lucha contra el estado en mundos post apocalípticos. Vistas a la distancia, lo único que las distingue es el éxito que encontraron en la taquilla, ligado directamente a su popularidad literaria. Hunger Games acabó como la indiscutible reina, dejando en su camino los restos de películas aún más inmemorables, como The Giver y Divergent. Esta última ni siquiera acabó de ser adaptada.
Independientemente de la simpleza del argumento y los clichés del género que abundan en ella, el trabajo de Wes Ball detrás de la cámara siempre fue acertado.
En el medio de todo, siempre estuvo The Maze Runner, un tanto tímida y comedida, sin afán de querer ser más de lo que es y con tres entregas que lograron distinguirse entre sí. Su tercer capítulo sobresale como el más entretenido, más aún cuando llega en un mes como enero, conocido por la pobre oferta cinematográfica que se encuentra en las salas comerciales. Su principal falta es su innecesaria extensión de 142 minutos, que empiezan a sentirse cada vez más pasado el punto medio del filme, pero fuera de eso, digamos que el aburrimiento nunca se siente.
Si esto no ocurre, se debe en gran medida a la dirección Wes Ball, quien se gradúa cum laude de esta trilogía y con suerte le esperan mayores y mejores proyectos en el futuro. Independientemente de la simpleza del argumento y los clichés del género que abundan en ella, el trabajo de Ball detrás de la cámara siempre fue acertado, desde el uso de efectos especiales -departamento en el que se desempeñó antes de ser director- para acentuar visualmente su puesta en escena, hasta la hábil ejecución de las secuencias de acción.
Prueba de esto aparece desde el arranque en The Death Cure, con una emocionante persecución a través de un territorio desolado que reintroduce a los protagonistas de esta saga de ciencia ficción. Thomas (Dylan O’Brien), Newt (Thomas Brodie-Sangster) y Frypan (Dexter Darden) -tres de los últimos inmunes al virus que ha infectado a la mayoría de la población global- van tras un tren que lleva como prisionero a su amigo Minho (Ki Hong Li), otro joven libre de síntomas que la organización WCKD lleva hasta su base en la última ciudad del mundo para tratar de extraer de él una cura a la enfermedad.
La trama de la película se circunscribe a esta prolongada misión de rescate, que empieza y acaba con bombos y platillos, y en el ínterin encontramos el típico triángulo amoroso entre Thomas, su ex aliada Teresa (Kaya Scodelario) -quien ahora trabaja para WCKD- y Brenda (Rosa Salazar), una de las líderes de la resistencia. Salazar es la fuerza dominante del largometraje, un buen augurio para Alita: Battle Angel, próxima a estrenar en julio, en la que ella interpreta a la robótica protagonista. Su presencia nunca pasa inadvertida, tomando las riendas de nuestra atención siempre que está en pantalla.
Lo mismo no se puede decir del resto de los actores, aunque todos y cada uno de los personajes recibe un digno final, algunos más memorables que otros. El de Brodie-Sangster, como Newt, obtuvo la mayor reacción del público en la sala donde la vi. Evidentemente hay espectadores involucrados emocionalmente con el destino de estos héroes. Para ellos, espero que The Death Cure sea el final que llevan años esperando, pero incluso hasta para los que lleguen por a la sala por accidente, sin haber visto ninguna de las anteriores, la historia tan básica probará ser un punto a favor de la producción. Los blancos se pueden ir llenando sin problemas a medida que la narrativa va cumpliendo con los requisitos de la fórmula.